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Mostrando entradas de marzo, 2008

La otra gula

Tengo el ánimo para pocas lindezas. Una especie de empacho semántico. Una indigestión de palabras. Debería consultar a un especialista y, sobre todo, vigilar la dieta de adjetivos: su abuso aumenta el colesterol del alma. Por la boca muere el pez ; no sé si sería oportuno añadir, y por la palabra el hombre . Mejor, no: podría entenderse lo que no se debe, incluso, algo injusto. Me acuerdo de Zenón, el estoico, el de Citium : la naturaleza nos dotó de dos orejas y una boca, porque hay que escuchar más y hablar menos . Elemental proporcionalidad aritmética. Hablar o… escribir, qué más da. En El caminante y su sombra, Nietzsche enuncia este aforismo para una moral de constructores : Una vez construida la casa, hay que quitar los andamios . Estoy de acuerdo, pero la moral principal está en la relación estructura-edificio, no sea que al quitar una –la estructura–, resulte que el otro –el edificio– es nada: indigesta verba , simplemente. Debo hacerme un chequeo inmediato para ver si el

Servicio de imaginaria

Están dormidas. La mayoría. Algunas remolonean durante la larga noche. No sé por qué me toca tan a menudo este servicio. No es que sea duro: en realidad, no hago nada. No paso frío ni calor, no tengo que soportar la lluvia ni la nieve ni que me duelan los ojos con el frío del amanecer o con el sol que cumple puntual la obligación del día. Sólo tengo que estar. En vela, desde luego, pero nada más. Cumplir la imaginaria consiste en eso, en vigilar el sueño de todas las almas. Sólo en eso; para que, cuando amanezca, se calcen la vigilia de su ilusa voluptuosidad.

Las sirenas

Me mintieron. No son hermosas ni seductoras sus voces. No confunden con noticias de paraísos caídos en islas fascinantes ni crece mi sabiduría por oírlas. No dicen nada que no sea dolor o aviso de tristeza. Su canto es advertencia de oscuros alborotos, de incendios, de enfermedades, de agonías, de muertes... Desatadme y huyamos de este infierno. Cruza de nuevo otra sirena inquietante. No sé qué ocurre los domingos de madrugada, pero hoy quisiera descansar en Ítaca contigo .

La ciudad hostil

Al recuerdo de Lorenzo Goñi y de aquellas ilustraciones que enamoraron mi infancia Ya no quedan tejados con tejas de rojo apagado y triste, o pardo rojizo, oscuro, un punto brillantes en días de lluvia. Miento: no quedan o quedan apenas, sobre casitas viejas y ruinosas a veces, a punto de abandonar alzados para convertirse en solar provisional y luego en edificio de catorce plantas y mil cuatrocientos “apartamentos inteligentes”, con un 'cuarto de estar salón cocina dormitorio baño trastero plaza de garaje' convertible, en cualquiera de sus siete usos, con sólo pulsar un mando a distancia. Ya no quedan, o a mí ya no me da la vista para verlos, tejados en Madrid, como aquéllos de Goñi que hacían evidente la curvatura espacio-tiempo en las páginas del ABC de los domingos, ni gatos en centinela de altura con su atenta indiferencia por la ciudad inferior, ni chimeneas pequeñas de hojalata con capirote oscuro y humo de cocina recién encendida. Hoy he visto gatos en el aparca

Las puertas del misterio

La calle del Sacramento, en ese Madrid viejo que llevamos en el alma quienes de verdad amamos Madrid, es una calle de hermosas leyendas. Siempre me atrajo aquélla, conocidísima, del galante guardia de Corps, un pinta donjuanesco de pasión mudadiza, que acabó en fraile, como es de rigor en estos casos. Recuerdo lo importante: noche desapacible y guardia en Palacio; el de Corps disfraza obligaciones y se da un garbeo por calles misteriosas (y en silencio, no como ahora). Cruza la del Sacramento. Un balcón y una bella mujer de carne y hueso. Tonteo arriba, tonteo abajo. Resultado: noche de vehemencia, besos, abrazos y… lo que se supone. Despedida precipitada al alba, tras oír el toque de relevo en la magna residencia. Ya en la calle Mayor, ¡Santo Dios, qué despiste!: se ha olvidado el espadín. A desandar lo andado. Y entonces… el prodigio: la casa de hace un momento, vieja y en casi ruinas. Silencio, telarañas, vacío… Y en una habitación de polvo y sombras, sin lecho ni memoria de pasione

El epitafio de Don Quijote

Ni el del Cachidiablo, académico de La Argamasilla, ni el del bachiller Sansón Carrasco tienen que ver con la realidad. El verdadero epitafio de Don Quijote, dictado por él mismo en un rebufo de conciencia, que, no se sabe por qué, Don Miguel silenció, fue éste: Si el tiempo no es cabal, alejaos del tiempo. No merece la pena hacer curso de su enemistad. Los sueños no envejecen ni olvidan. No son ellos los derrotados, sino nuestro comercio con el mundo. No entiendo cómo a Unamuno le pasó inadvertido.

La indolencia

Hay días de intención precaria que no quieren salir de sí, que se conforman con su enmudecida vulgaridad, que empiezan con ánimo indigente y ataduras en el alma, que se miran a los espejos y no se reconocen tiempo. Son días que no saben muy bien qué hacen ahí, colgados en un calendario; que son como un reloj roto, con las manillas inmóviles en una hora absurda en que lo único importante que sucede es su propia avería. Hay días de torpe centinela aguardando un relevo que no acaba de llegar. Uno intenta espabilarlos a fuerza de empujones en las horas; y empieza a preparar tareas que mañana serán inaplazables. O abandona las tareas, aplazadas al cabo, y abre un libro y lee un rato. O deja el libro y enciende este silencio de diecisiete pulgadas para escribir silencios que no tienen tamaño. O sale a la calle y repara en las primeras hormigas que trepan por el tronco de una acacia aún desnuda… Ni por esas. El día, cruelmente parmenídeo, sigue ahí, con su tedio insolente, con su vacío ins

Entender lo que no es "entender"

La voluntad siempre es parámetro de valoración de nuestras acciones como buenas o malas, como audaces o cobardes, como sensatas o estúpidas. Y esto no sólo en moral, sino en cualquier empresa que acometamos. Imaginemos, por ejemplo, que un sujeto quisiera investigar la temperatura de los decibelios o la longitud de los litros. No habría problema de conciencia para calificar al estudio de incomparable sandez; y al estudioso en cuestión, con parejo atributo. Ya sabemos que la ignorancia es atrevida, pero también la inteligencia debe serlo. Por lo menos, cuando enuncia hipótesis audaces, ésas que acaban en revoluciones científicas, según Kuhn dice. Pero de ello, naturalmente, no se desprende que todas las hipótesis valgan. Tienen que cumplir ciertos requisitos; porque si no, la audacia se convierte en tontería. Por ejemplo: ¿Alguien ha oído hablar de la teoforina ? La teoforina es una hipotética proteína que podría, si se descubriese, explicar la experiencia religiosa del ser humano (

Especie en extinción

La vida natural es como un diccionario de necesidades: a la derecha de cada una de éstas aparece escrita la correspondiente satisfacción; y una serie de notas, un exquisito prospecto del proceder debido en cada caso. Por eso lo que uno admira en la naturaleza es la cantidad de respuestas, el disciplinado desarrollo del ser tras la rara afirmación que lo convierte en ser vivo , que, al cabo, es una auténtica peculiaridad ontológica. Pero si en tales diccionarios buscamos la palabra “hombre”, a su derecha no encontramos nada. No ha previsto la naturaleza respuestas eficaces para esta criatura del misterio, no satisfacciones universales, no necesidades de identidad específica. En realidad, su gran necesidad es necesitar ; no alisar desniveles, sino provocarlos; no taponar brechas, sino abrirlas; no consumar equilibrios, sino arriesgar locuras. Por eso lo que nos sorprende del hombre es la inmensidad de sus preguntas. Nada hay peor, nada más aberrante, nada más contrario al ejemplo de g

La idolatría del signo

Todo empezó con la crisis de identidad de la Metafísica, aquella depresión que le atacó el sistema nervioso ( semántico , quiero decir) cuando la hija mayor se le fue de casa, cuando la Filosofía Natural, que entre los amigos acabó usando el hipocorístico Física (que es como Choni respecto a María de la Ascensión), se fue a ver mundo por su cuenta y riesgo, dejando entrever que mamá Ontología empezaba a chochear. La cosa empeoró en el siglo XVIII, en que las hermanas menores quisieron seguir el mal ejemplo. Hume, primero, y Kant, después, aplicaron su cruel análisis para decirnos que los conceptos, otrora brillantes, de la Filosofía Primera no eran sino afeites para disfrazar su decadencia. El escocés los convirtió en meras palabras que no contenían nada; el de Königsberg, en un especie de estanterías vacías ( categorías las llamó él), tan hueras como las de Hume, pero destinadas a que colocásemos en ellas los fenómenos , físicos por supuesto (me callo historias posteriores, como

Plenilunio de silencio

Eloí, Eloí, ¿lamá sabactaní? Caiga el silencio como nieve blanda sobre el olvido del amor del hombre. Caiga y cubra el silencio algunas horas su asamblea de sombras, su estridencia. No salga hoy a segar aquél que arroja la esperanza en el borde del camino. No quien la muerte siembra siembre hoy nada. Duerma el arado y la guadaña ceda; y los ojos del hombre puedan ver sus campos recubiertos de tristeza, la tierra atribulada por sus manos, el pan de su crüenta cobardía. Caiga el silencio como nieve blanda… y llore cada cual su injusto olvido. (19 marzo 2008)

Espejos de pulsera

Debería ser obligatorio llevar uno siempre encima. No por coquetería. No para disfrazar nuestra disconformidad física antes de afrontar la mirada de los otros. Se trataría de una herramienta realmente revolucionaria. Podrían ser pequeños; tal vez circulares, del tamaño de un reloj de pulsera por ejemplo, y, ahora que lo digo, con una correílla, como éstos, que facilitara su constante portabilidad. Sumergibles, por supuesto, y resistentes a los golpes, claro está (seguro que existe alguna “aleación de algo” que hace viable todo lo que digo). El caso es que estuvieran siempre a mano para poder mirarnos los ojos de frente cuando mentimos, cuando traicionamos, cuando despreciamos, cuando somos cobardes, cuando rompemos la voluntad y dejamos los trozos tirados encima de la desidia, cuando ignoramos el bien que tenemos y lloramos el bien que suponemos no tener; cuando somos injustos, o mezquinos, o crueles… Tengo la impresión de que nunca se nos olvidarían esos ojos nuestros, ese artificio

La deducción de las sombras

Me he quedado, como un tonto, mirando la larguísima sombra. A mi espalda, un sol de los que duelen de luz hasta en la imaginación convencía a esta tarde sin complejos de que debía llamarse "claridad", porque era claridad sencillamente… Y lo ha conseguido, por la gracia del viento de marzo, que ya se encarga él de sacar brillo a esa ilusión turquesa que “ni es cielo ni es azul”, como diría Argensola (Bartolomé si no marro en la memoria). La larguísima sombra era una sombra neta, limpia, perfilada, casi lunar, sin gas intermediario de ningún tipo para amortiguar sus lindes. Era una sombra claramente oscura sin limítrofes indecisiones. Y en medio, entre esas dos claridades, entre esa clara negritud y esa clara luminosidad, provocando aquélla por intromisión en ésta, estaba yo, como un tonto, leyendo sobre la tierra mi propia provocación, deduciendo de ella, de su puro no ser, el ser radiante de una plenitud luminosa. No, no he pensado en Platón, aunque lo parezca; he pensado e

El cáncer vertical

Nos hemos vuelto periféricos, y la periferia es condición de enajenación, de extrañamiento desconcertado, de destrozo en el alma que se vuelve del revés, como un guante, y deja al aire todas sus costuras. Hace años decía cosas así un poco metafóricamente, como un augur que leyera el vuelo de las aves y las entrañas de las tórtolas. Hoy es un hecho tan palmario que su enunciado se ha vuelto tristemente verdad, carne de crónica cotidiana que, sin embargo, nos deja indiferentes. La falta de uno para uno mismo es un síndrome terrible. Ya nadie está en nadie . Todos –los más jóvenes, más– están “en otra parte”, asediados, necesitados del asedio, de una estimulación constante, de una diversión permanente. Sólo los ancianos caminan por las calles solos, pensando o recordando, o llorando hacia dentro. Sólo ellos van con ellos . Los demás van con otra cosa , junto a algún género de ruido que no supera los niveles inferiores del encéfalo. Pura “sensorialidad”, exterioridad casi unicelular, bac

Días felices y perdidos

… cómo después de acordado da dolor… Jorge Manrique ¿Dónde están?… A veces, incluso dudo que llegaran a ser. He registrado mi agenda y mi reloj ensimismado, sus crónicas de niebla, su desnudo dolor en blanco y negro, su tozudo afán de ser verdad, de haber pasado realmente, su tiempo inacabado que quiso consistir, que acaso pudo. Esos días, de ayer confuso o vano, que recuerdo, o me invento, cardinales para el alma, que fueron –¿o no han sido?–... ¿dónde están?, ¿qué convicto empeño humano los soñó o los vivió tan irreales que perderlos no es culpa del olvido? (15 marzo 2008)

Cielo turbio

No soporto los días de cielo turbio, de azul asfixiado, de azul ceniza. Son días que parecen quedarse entre la claridad y su ausencia, a medio camino de ser nublados o ser despejados. Uno levanta la mirada y se encuentra un lamparón derramado de luz. Y resulta que es el Sol, agónico y confuso, detrás de un intento de nubes que no se sienten capaces de ser nubes de verdad. Estos días de ambigüedad luminosa, que no se atreven a ser azul cobalto y esplendente o gris compacto y lluvioso, son unos días cobardes e hipócritas que quieren quedar bien con todo el mundo, que buscan un aplauso cómodo de mayorías y encuentran el abucheo de quienes no comulgamos con las indefiniciones. Porque las indefiniciones son traicioneras y acaban dándote una puñalada por la espalda cuando menos lo esperas. Son como esa gente de sonrisa intermedia, de mirada intermedia, de razón intermedia, que, si te das media vuelta, se decantan por la mitad que te ofende. Y viceversa. Es gente que me suena a la queja de Fr

El lugar y las ciudades

Ayer, mañana, hoy padeciendo por todo mi corazón, pecera melancólica, penal de ruiseñores moribundos. Me sobra corazón… Miguel Hernández Adquieren las ciudades –sus calles, sus jardines, sus rincones amables– la condición de lugar ( categoría diría Aristóteles), no porque estén aquí o allí sobre la piel del mundo, no porque sean sus coordenadas tantos o cuantos grados de latitud norte o longitud oeste; las ciudades –sus calles, sus jardines, sus rincones amables– son lugar gracias a nosotros, gracias a esa pluralidad de encuentros que somos nosotros. Aunque parezca un absurdo metafísico, el lugar es un atributo del alma. Por eso basta una ausencia, un ausente querido, para que una ciudad deje de serlo, para que se convierta en un no lugar , en una especie de laberinto de imposibles referencias y claustrofóbica inespacialidad , en un nosotros desencontrado. Y cruzamos unas calles que ya no son calles para pasear por jardines que también han dejado de serlo. Existen cos

Cometas o El amante astrólogo

Milagros en quien sólo están de asiento alta deidad y ser esclarecido… Conde de Villamediana Son señales oscuras, advertencias de tierras sublevadas, de seísmos, de infartos en el mar, de cataclismos, de incendios, de epidemias, de dolencias sin cuento. Son oscuras evidencias de lejanos augurios, silogismos que la noche razona en sus abismos y esparce en el temor sus consecuencias. Y no me sé guardar de su amenaza, de ese discurso que acaricia y funde auspicios con espectros infrarrojos. Están ahí, su desazón me abraza, su belleza me inquieta y me confunde... ¡Me ahogo en el presagio de tus ojos! (12 marzo 2008)

La vigilia de ser

Un prodigio afanoso. Un deseo de alzarse por encima de su afán prodigioso… y arruinar esta ruina de carne y duda, de rosal y espina. Un no ser que se niega a no ser. Un axioma indecible. Un dolor que delega su ecuación previsible y quiere ser arrojo no imposible. Levanta, viejo amigo: es tiempo de otra espada y otra lanza; tiempo de otro enemigo, de otro hacer, de otra andanza, de otro molino al viento, otra esperanza… Es tiempo sin remedio, con derrota final o sin derrota, con sinrazón por medio, y escudo, adarga y cota, y empeño vertebral, y fe remota. De confusión hicieron los hijos de la sombra su constante… ¡Y el alba proscribieron! Es hora que adelante la voluntad su tedio diletante para que nadie pueda negar que sigue el corazón al mando; o el sueño que le queda andar trastabillando del bando de la luz hacia otro bando. Sea sólo querer lo que la vida de vivir espera la vigilia de ser… ¡Y que un día cualquiera