La calle del Sacramento, en ese Madrid viejo que llevamos en el alma quienes de verdad amamos Madrid, es una calle de hermosas leyendas. Siempre me atrajo aquélla, conocidísima, del galante guardia de Corps, un pinta donjuanesco de pasión mudadiza, que acabó en fraile, como es de rigor en estos casos. Recuerdo lo importante: noche desapacible y guardia en Palacio; el de Corps disfraza obligaciones y se da un garbeo por calles misteriosas (y en silencio, no como ahora). Cruza la del Sacramento. Un balcón y una bella mujer de carne y hueso. Tonteo arriba, tonteo abajo. Resultado: noche de vehemencia, besos, abrazos y… lo que se supone. Despedida precipitada al alba, tras oír el toque de relevo en la magna residencia. Ya en la calle Mayor, ¡Santo Dios, qué despiste!: se ha olvidado el espadín. A desandar lo andado. Y entonces… el prodigio: la casa de hace un momento, vieja y en casi ruinas. Silencio, telarañas, vacío… Y en una habitación de polvo y sombras, sin lecho ni memoria de pasiones encendidas… ¡el espadín olvidado!... El guardia, naturalmente, se fue a un convento.
A mí me gusta. Y me sorprende, una vez más, la permanencia del alma. Quiero decir, que una leyenda de esta belleza hoy sería una película de saltos cuánticos, enlazando túneles del tiempo y ambivalencias onda-partícula, presumiendo a Schrödinger o flirteando con su gato (como yo) en endecasílabos al atardecer.
Pero, lo reconozco, la leyenda popular es mucho más hermosa: en ella se abren las puertas del misterio y de la ensoñación; en lo demás, se apagan uno y otra, y se enciende la justificación venerada de las ecuaciones.
Es nuestro siglo.
Me ha encantado la leyenda......no la conocía.
ResponderEliminarY si , es verdsd, la permanencia del alma, ese ser no acotado y dispuesto a disfrazarse de lo que sea para que el olvido no nos gane la batalla. ¿A quién no le ha ocurrido que, por ejemplo,un sonido, una canción, un gesto,una expresión, nos "trasladan" al alma de otro tiempo, de otro lugar, de otras personas.... ?
Un saludo.
Un lujo pasearse por aqui.
Las leyendas son las palabras anónimas de toda esa gente subterránea que hace la verdad del hombre sin saber decirla. Son como la base de un iceberg en cuya insignificancia superficial flotan sus portavoces. Por eso se repiten las historias en la Historia, por eso se replican las almas en las almas, por eso hasta se encuentran. Aunque haya siglos, espacios o técnicas dispares… Aunque en unas el marco sea el misterio y en otras una fórmula matemática complicadísima.
ResponderEliminarGracias, Anónimo; a mí lo que me encanta es que te haya encantado la leyenda.
Un saludo.
¿Pero el misterio no debería tener alguna razón de ser? Si no, será sólo hermoso, como algunas leyendas; o frívolo, como las historias de fantasmas; o peligroso, como las ganas de formar parte de una secta, o… (sigue tú, que sabes).
ResponderEliminar¿Para qué la aparición de la mujer?, ¿para qué va a hacer trampas Dios? Y la marcha al convento, “naturalmente”, parece una condena a galeras, a “quinientos decorosos otoños sin burdel”. Y ese espadín en plan “esta es la prueba”. No sé, siempre dudo de la belleza de estas cosas, la aproximación de las leyendas al misterio es un poco como la de las folclóricas a la pasión. No creo que sea sólo una cuestión de estilo. ¿Por qué ves ahí la permanencia del alma? El alma es más misterio, ¿necesita ambientes góticos?
Seguro que has querido decir cosas que no he sabido ver, ay.
Betty B.
No, no son trampas de Dios a lo que me refiero. Es a la desazón del hombre, o a su convencimiento de que la realidad ordinaria y secuencial de los hechos es bastante más sosa que su capacidad de soñarla. Que el guardia se escape, “ligue”, regrese, ascienda, se case, se jubile y se muera es realidad ordinaria: “lo de antes” pasa antes que “lo de después”. Lo extraordinario es que ese orden se trastoque, que lo que al guardia le ocurre le haya ocurrido en un antes sin después, mejor dicho, con un después paradójico. Y el misterio es que en la leyenda se cruza lo inmanente con lo trascendente. Hoy, sin embargo, contaríamos esa historia hablando de túneles en el tiempo entre dos mundos de igual inmanencia. Nosotros recurriríamos a la física o a la mecánica cuántica: es nuestro marco; ellos lo hacían al prodigio, era el suyo.
ResponderEliminarY a esto, probablemente mal, quise referirme con eso de la “permanencia de las almas”, porque las almas de entonces y de ahora siguen con la misma desazón o convencimiento de que hablaba al principio. Aunque las cubiertas históricas han cambiado: ya no creemos en el misterio, creemos en los laboratorios y en las batas blancas. En lugar de aquello, debería haber dicho algo así como “nihil novum”, porque no contamos nada nuevo, no tiramos la casa para levantar otra, sólo hacemos reformas en la fachada.
Perdón, pues, por la oscuridad de mi torpeza, me ocurre con frecuencia.
Y muchas gracias siempre, Betty B.
Entiendo lo de la desazón del alma. Es que la realidad te deja con hambre. Pero a mí los fantasmas tampoco me la acaban de quitar...
ResponderEliminarTu amabilidad es más soprendente.
Betty B.
Es que para mí, Betty B., no es un fantasma, ni un súcubo, aunque la leyenda así lo interprete. Para mí es una pasión dolida de la memoria que nunca ocurrió y, sin embargo, ocurre; algo parecido a los huevos de Rigoletta, que, por cierto, se halla en pausa, no sé si versal o final.
ResponderEliminarUn saludo.