A un amigo/a (odio esto de la barrita, pero en este caso es obligado) “anónimo”, que ayer me quiso lanzar un cable de esperanza, este apunte que recoge lo que, de verdad y a pesar de mis raras fluctuaciones, pienso; mejor dicho, creo.
Me atrevería casi a afirmar la densidad axiomática de un enunciado como éste: nadie 'sabe' que Dios existe. Pero igualmente podría hacerlo con este otro: nadie 'sabe' que Dios no existe. Luego, si nadie sabe ni lo uno ni lo otro, ¿en qué se sostiene el pretendido crédito intelectual que concede nuestro tiempo a quienes niegan o cuestionan su existencia? Sobre el papel, lo que no se sabe y se enuncia con contundencia es un acto de fe. Hay quienes creen que Dios existe y quienes no; aquí no hay constatación empírica que valga, ni para unos ni para otros. Los saberes del hombre quedan al margen de la cuestión.
En mi opinión, emitida desde las coordenadas de la sabiduría vigente, la naturaleza no diseñó la garra del tigre para conocer ni el conocimiento del hombre para creer. La garra y el conocimiento son para vivir en el orden filogenético que corresponda. La fe, sin embargo, es para transvivir, quiero decir, para que el hombre ponga en su vida algo que no necesita el resto de las especies: un orden consecuente con su libertad y su esperanza, un modelo de historia y de humanidad. Lo que sí podemos examinar, con legalidad racio-empírica, son los modelos entre sí. Y aquí parece que algún examinando ha copiado de otro, añadiendo luego de su cosecha algunos renglones para que no se notara. Lo malo es que se nota. Malo para los que copian, claro está. Uno, que es profesor de disposición generosa, no pretende suspenderlos, ni mucho menos; simplemente le gustaría escuchar alguna vez el reconocimiento del escolar plagio, la aceptación de que su fe es algo cojitranca y deudora de la otra. Porque aquí la evolución biológica, quiero decir, la de escuadra y cartabón, no sirve para nada. Aquí hay que meter la cuña de la historia, que, como todas las cuñas, acaba por hacer saltar hasta las moles de granito. Y si se mira aquélla, hay una fe empollona, que lleva estudiando desde principio de curso, y otra listilla que ha abierto el temario hace quince días.
Pero… ¡no hay quien pueda con estos muchachos!
Lo siento, me pierdo un poco al final, entre modelos de humanidad, copiones y listillos. Intentaré entenderlo más despacio.
ResponderEliminarDe momento, sólo dos cosas:
Sobre la densidad axiomática del primer enunciado, creo que habría mucho que hablar. Yo realmente no la afirmaría. Lo que no puede nadie es "demostrar" que Dios existe; "saberlo", sí. Con más certeza que dos y dos son cuatro. Como sé yo que existes tú, que te has dirigido a mí, y tú que existo yo, que pedía lumen cordium para ti.
Y en segundo lugar: La garra y el conocimiento son "para...", sí, de acuerdo. ¿Pero la fe? Supongo que es sólo una manera de explicar lo que significa la fe en la vida del hombre, pero así de primeras, no sé... Hay algo que no me gusta en ese "para". Lo pensaré también despacio.
Un abrazo y muchas gracias.
Quería agradecerte, amigo Anónimo, la generosidad de tu comentario a la entrada anterior y no parece que lo haya hecho muy bien. Por no querer ser espeso me quedé en “etéreo” y, por consecuencia, en confuso. Intentaré aclarar lo que resulta oscuro:
ResponderEliminar1. Empleo “saber” en el sentido convencionalmente hoy admitido de conocimiento empirico-positivo, es decir, referido a todo aquello que se puede “demostrar experimentalmente”, pudiéndose controlar, o prever en su defecto, por la intervención humana. No es, por tanto, “saber” como certidumbre personal ni como contemplación teórica o mística (la “episteme” platónica), por eso iba entrecomillado.
2. Vistos así el saber y la razón, la fe es irracional, pero no por defecto, sino por exceso; esto es, la fe es trans-racional. Lo que referido a los dos modelos (el que “cree” que Dios existe y el que “cree” que Dios no existe) se traduce en esa ordenación de la esperanza en el nivel del valle, de este “valle de lágrimas”. El “para” a que te refieres no alude a la trascendencia, en efecto, porque la contraposición la sitúo en el terreno de los de la fe negativa: si me salgo del mundo no puedo discutir con ellos.
3. Es evidente que los que llevan estudiando desde principio de curso (“empollones” no está dicho aquí en sentido peyorativo) son los que creen que Dios existe. Los otros, los “listillos”, son los de los “quince días”, más o menos desde la Ilustración, que, en mi modesta opinión, han copiado el examen de aquéllos lavándole la cara al plagio, asegurando “inmanente” lo que sólo se comprende si es “trascendente” y añadiendo, incluso, alguna que otra barbaridad de su cosecha (lo que suele ocurrir a los estudiantes de última hora que mezclan y confunden lo que no han sedimentado).
Espero que esto aclare un poco lo que pretendía decir y lo que, por recordármelo, te quise agradecer.
Gracias por tus palabras. Y un abrazo.