Las tardes de domingo en jardines de barriadas
que extraña el extrarradio de las grandes ciudades
tienen un color sepia de tiempo detenido,
de tiempo lento y suave que es silencio y tristeza,
de tiempo que es medida de niños solitarios
jugando al escondite con luz de contraluces,
o a tula con las sombras severas de los olmos,
o al balón con paredes que regatea el aire.
Las tardes de domingo en jardines solitarios
se hicieron para niños que no tienen amigos,
que bajan a la calle a jugar si no llueve
y ven bancos vacíos y mirlos en los árboles.
Y entrenan al silencio que, al cabo, se interrumpe
con una voz lejana: “Sube ya, que ya es tarde."
Los domingos ya es tarde desde el pricipio de la tarde. Y, cuando anochece, es definitivamente tarde. Tarde para todo. Enhorabuena, Antonio.
ResponderEliminar“Y entrenan al silencio que, al cabo, se interrumpe”
ResponderEliminarLa soledad en los niños debe tener mucho de tiempo encantado, creo que lo normal es que aún no se compadezcan de sí mismos, ningún animal salvaje lo hace y ellos son cachorritos de mamífero. Pero no lo sé muy bien, yo recuerdo lo contrario: pandillas enormes, demasiada gente, risas y bronca perpetua; rodillas destrozadas desde la primavera hasta la vuelta de los leotardos. Cicatrices que adoro. La soledad era más bien algo buscado y secreto (la lectura no daba prestigio, bastante difícil era hacerse respetar sacando buenas notas), un territorio vallado que aún mantengo así. Hace mucho que no pienso en mi niñez. Toda la libertad y una maravillosa ausencia de rencor.
No sé si hablabas de la tuya o era sólo un escenario, pero no te sienta mal.
Betty B.
La nostalgia de aquello que no fui...
ResponderEliminarGracias, Julio, y es verdad lo que dices: el problema es escuchar esa voz que te dice que ya debes subir porque es tarde... para todo.
ResponderEliminarHoy no tenía intención de escribir nada, Betty B., pero me he asomado a la ventana y he visto a un niño que estaba jugando solo en el jardín del edificio de al lado con un balón y una pared. Eso es todo. La memoria de mi niñez es enormemente lejana. No se hablaba entonces de extrarradios, sino de barrios alejados del “centro”, y la soledad de un niño era socialmente menos cruel que ahora. Aunque puede que sea cierto que no me “siente mal”: las aglomeraciones de gente siempre me han puesto de los nervios.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
Pues tirando de la metáfora... Ojalá que la voz que nos llama hacia arriba tarde (y tarde mucho) en asomarse a la ventana, ¿no?
ResponderEliminarTampoco te perdiste nada, Francisco. En este respecto (como en todos, probablemente), lo de menos es la circunstancia, lo importante es lo que sentimos por ella.
ResponderEliminarY gracias por la visita.
Sobre todo, glup, porque seguro que después nos manda al "purgatorio" del lunes.
ResponderEliminarGracias por la simpática precisión.