El niño es inocente y olvida; es una primavera y un juego, una rueda que gira sobre sí misma, un primer movimiento, una santa afirmación…
F. Nietzsche. Así habló Zaratustra
Yo no quiero ser ese niño, cargado de inocencia y de olvido, yo quiero ser quien soy, con mi culpa y memoria a pleno rendimiento, con descarada insolencia de mí mismo, con la suficiente dosis de arrojo para no negarme, para no dejarme enterrar por mis errores, por mis tropiezos, por mis torpezas. Yo quiero ser este aturdido enredador de la pequeña madeja de su vida, este confuso animal que durante un breve intervalo de tiempo tuvo acceso al pensamiento, a la ficción, al sueño, y que un día dejará de asomarse a los balcones de otra nueva mañana.
Yo no quiero ser ese niño, pero sí el cargado de su mismo proyecto de insignificancia. Y errar en lo que erré y no dejar de ser el ser que he sido. Y poder inventarme otra vez los paisajes, las cumbres, las ciudades, las gentes, los amores que nunca fueron. Convicto y confeso de mi tristeza y de mi entusiasmo… Apenas una coma en los párrafos del tiempo… Y proclamarme afirmación de la debilidad, voluntad de querer mi debilidad.
Tal es mi santa afirmación.
Suscribo una por una todas tus palabras, especialmente las del segundo párrafo: esa reivindicación de los errores, las invenciones, la tristeza y el entusiasmo: ¿cómo ser poeta sin todo eso?
ResponderEliminarTienes razón, Juan Antonio, no me había dado cuenta de que el poeta caía de ese lado. Se nota que lo eres.
ResponderEliminarGracias por el apunte.