Me he acordado hoy por culpa de un ornitorrinco que he visto en Google. Fue una estupidez por mi parte. O un pecado, de los mortales, de esos que te remuerden hasta el agotamiento por mucho que uno haga por distraerlos de la conciencia. Porque a veces es pecaminoso comprar un libro; mejor dicho, leerlo. Y si ese libro se anuncia como best seller, entonces son necesarios por lo menos quince días de ayuno en el desierto de Atacama.
Mea culpa: “Platón y un ornitorrinco entran en un bar…” (no digo los autores para no dañar su imagen y quebrantar un derecho humano) es una sandez deudora de esa idea que es el libro-consumo. Producto de una ocurrencia (las “ocurrencias” son moneda corriente en nuestros días), el libro plantea un recorrido “diver” (“tido”, naturalmente) a través de la filosofía. Encima, lo “diver” (“tido”, claro está) son chistes. Así que la conclusión es que la filosofía es un chiste. El razonamiento mercantil es de una simpleza palmaria: lo gracioso vende, luego hagamos “gracia”. Tanto da que la visión que al lector común le quede sobre la filosofía sea la de un colectivo de patanes con la cabeza llena de tonterías que resultarían mucho más digeribles en boca de “verdaderos intelectuales”, los de hogaño, quiero decir, los del “Club de la comedia”, por citar un ejemplo.
Hay actualmente una obsesión enfermiza porque todo sea “diver” (“tido”, por supuesto). No sé cuántas veces habré echado pestes de esta visión saltarina, sonriente y light frente a todo lo que es seriamente humano. Tampoco sé a qué inconfesables intenciones puede responder tan miserable empeño. O sí lo sé, y me callo para quitar argumentos a quienes usan la paranoia contra quienes olfatean las mentiras en que se amparan. Porque el dolor es el dolor, y existe por desgracia. Y la seriedad es la seriedad y debe existir para nuestro bien. Pero la verdad, según parece, es más infrecuente que la falacia; por eso, probablemente, tenga menos éxito. O ninguno, al paso que vamos.
Pues mira, por una vez y sin que sirva de precedente, te voy a dar la razón sin reservas en tu punto de vista. La filosofía, el dolor, la seriedad, como la felicidad (ya sabes que no quiero más dramatismos de los imprescindibles), existen y son lo que son. Pero necesitan una cierta entrega para comprenderlos o superarlos: necesitan esfuerzo. Esa es la palabra mágica que nadie quiere pronunciar, y el único camino que no nos han enseñado, pero es el único que te lleva a alguna parte. Lo divertido no te lleva muy lejos y, además, acaba aburriendo. Todo tiene el mismo tono: da igual que te comenten un partido que la última homilía; lo mismo una anécdota personal que una obra de arte. Por eso me he quedado alguna vez con la boca abierta, tú lo sabes, ante palabras más serias. Aunque no las comprenda del todo, pero siempre son una llamada de atención y un reto y, en el fondo, una esperanza.
ResponderEliminarBuenas noches, Antonio.
Pues no sabes cuánto me alegra, aunque no “sirva de precedente”, esa corroboración “sin reservas” que, además, esgrime la “palabra mágica” que tanto parece asustar a todo el mundo. Dices verdad: el esfuerzo tiene mala prensa. Si prescindimos del ámbito deportivo, claro. Porque aquí sí, aquí se aplaude y se ensalza; aquí la entrega, el sacrificio, la dureza y la concienzuda preparación gozan del reconocimiento popular e “institucional”. Que yo sepa, no existen prácticas “chistosas” para aligerar las duras sesiones de entrenamiento. Y no tengo nada en contra del deporte ni del mérito de los deportistas (también los griegos consideraban héroes a sus campeones en las olimpiadas), pero sí me sorprende el “agravio comparativo”. Divertir, distraer, dispersar son verbos de familiar semántica. Y están bien, de vez en cuando; pero su abuso, como dices, acaba aburriendo. ¡Muchísimo!
ResponderEliminarGracias, Olga, por tu “militancia” en esta causa.
Besos.
Estoy completamente con vosotros: la seriedad asusta y más en una sociedad como esta, pegada a la superficie y la inmediatez.
ResponderEliminarUn saludo,
Hernán
Cierto Hernán, aunque a veces me parece que ni eso, que lo que se pretende es “despegarla” de todo lo que, superficial o no, pueda merecer la pena. Es decir, que los ciudadanos sean como esos imanes de los frigoríficos: objetos que pones, mueves, sustituyes… o tiras a la basura.
ResponderEliminarGracias por tu visita y un saludo.
Estoy completamente de acuerdo, Antonio. Y, efectivamente, no es un problema de "seriedad". A veces confundimos la seriedad con el estiramiento y la gravedad. No hay nada más serio que Marx (Groucho y hermanos, por supuesto). Pero ahora, sí, vivimos una época en que hemos pasado del pensamiento débil (donde, al menos, algo se pensaba) a la filosofía de los teléfonos móviles. El mundo cabe en un sms. Las viejas pasiones humanas, y el coraje de cultivarlas, han dado paso a una especie de risa floja general y muy preocupante. Un abrazo.
ResponderEliminarCuánta razón tienes, Juan Manuel. Esa debilitación del pensamiento se ha convertido en verdadera anorexia del alma. Y haces bien en recordar a Marx (Groucho y hermanos, por supuesto) en quienes el humor se hace reflexión; que es precisamente lo contrario del libro referido en que a la reflexión quieren volverla humor, peor aún: quieren hacer de ella una exudación “chistosa”. A mi me parece empresa que sólo podría fraguar en un mundo idiota. Y ya lo dijo Groucho: “puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje engañar: es realmente idiota.”
ResponderEliminarGracias y un abrazo.