Nacen con la intensidad de la lentitud. O para demostrar que al tiempo le da lo mismo la insistencia en su prolongación. Son una burla socarrona de la eternidad. Socarrona y bella porque su razón es el amor. En realidad, nacen sólo para amar; no tienen tiempo que perder en otras cosas. Y para no perderlo, porque tienen poco, procuran paladear cada movimiento que hacen. Su aparente pereza no es más que fruición de la vida, esa vida suya que para nosotros, tan acelerados siempre, no pasa de ser el relámpago de un instinto. Porque así es como lo he leído, precisa y científicamente: la especie de camaleones ‘Furcifer labordi’ sale del huevo a principios de noviembre para, después de siete semanas de maduración, disfrutar de un breve período de ‘sexo violento’ y luego morir en abril.
Demasiado frío; para mí por lo menos que no sé leer las palabras de la naturaleza en los códigos ortodoxos. Probablemente sufra estrabismo intelectual –curiosa y camaleónica coincidencia ésta–. Porque, para mí, se trata de una criatura que nace con vocación didáctica. Su modesta lección es que la brújula de la vida tiene norte en el amor. Su humilde corolario, que el tiempo no añade ni quita nada a la plenitud.
Más que norte en el amor, yo diría en la procreación de la especie, que es lo mismo que goce y deleite corporal, placentero y efímero apareamiento.
ResponderEliminarSupongo que el instinto sabe lo que hace, quiénes somos nosotros para juzgarlo, pero parece una constatación muy dura de que el exceso lleva a la perdición, a la perdición de la vida (que me parece el mayor de los excesos). O no. ¿Pierden su vida por amor y también para guardar la de la especie? Pues entonces son unos santos muy curiosos:-)
ResponderEliminarBuenas noches, Antonio, qué bichos más raros nos has traído.
Lo dices, Antonio, rigurosamente; a fin de cuentas, el amor es la maduración cultural de una elemental instrucción de la vida: “sigue ‘siendo’ fuera de ti, sigue siendo en “otro” por que tú solo eres insuficiente”. La brevedad es consecuencia de su grandeza y de nuestra limitación: con toda probabilidad no seríamos capaces de soportar tanta enajenación durante mucho tiempo. A lo mejor por eso estas criaturitas se mueren. Y nosotros, poco después. Las amebas no tienen este problema. ¡Qué cosas!
ResponderEliminarGracias por tu visita y un saludo.
Por supuesto, Olga, que el instinto sabe lo que se hace. No pretendía entrar en explicaciones. En “frío”, esta especie queda justificada por su eficacia evolutiva: tan raros secuencia y proceder les han funcionado para seguir en la brega. Y punto. Pero ya decía yo que “mi lectura” era heterodoxa. Y para nada un “juicio” del instinto, sino todo lo contrario: su exaltación. Es cuestión de palabras. Por ejemplo, yo no diría “perdición de la vida”, sino entrega de ésta, ofrenda “didáctica” a cambio de algo mayor. Desde luego estos “bichos raros” no se plantean nada de eso. El “raro”, sin duda, soy yo.
ResponderEliminarGracias por tu visita y un beso.