Ha tenido la culpa una chicharra enloquecida que se ha pasado la tarde cantando la ardiente pasión de la Niña Chole; del verano, quiero decir.
Las recojo del suelo, donde nadie las quiere,
donde quedan absurdas, desprendidas
del disfraz de las horas;
hebras de una sonrisa o de un enfado,
de un momento común… Cualquier anécdota.
Las recojo y las guardo en refugios del alma.
Almaceno su historia sin hazaña ni empresa,
su renglón de humildad desconcertante.
Almaceno el residuo de esas horas
para pasar el tiempo que me queda
–el invierno que aguarda después de este verano–
y tener otra vez su risa, su mirada,
su forma de decirme “buenos días”,
de sentarse y hablar,
de escoger un silencio y hacer que no lo sea,
de volver prodigioso
el momento común que el mundo olvida.
Las recojo y las guardo con ternura indecible
en este subterráneo rincón de la memoria.
Otros hay que se quedan con el tiempo
–su telar luminoso, su estricta indumentaria–.
Y lo cantan y viven y acarician,
y desprecian los restos de su tacto.
De ellos son la palabra y el paisaje infinitos.
De aquí abajo,
el jardín,
el pétalo caído,
el silencio…
(21 de julio de 2008)
Qué ternura, Antonio.
ResponderEliminarMe gusta:
"de escoger un silencio y hacer que no lo sea,
de volver prodigioso
el momento común que el mundo olvida".
Y esa forma que tiene el poema de irse quedando callado en versos más cortos hasta el silencio.
Muy bonito.
Un beso.
Gracias siempre a tu exquisita y generosa sensibilidad, Olga.
ResponderEliminarUn beso.
Hermoso regalo, Antonio, para una tarde de julio. Noto nuevo color (incluso algo esplendente) en estos versos. Me sumo al gusto de Olga por ese "volver prodigioso" lo condenado al olvido. Mucho lirismo por estos pagos. Saludos.
ResponderEliminarConozco las dificultades que tienes para lanzar tu red en “estas redes”, Antonio, así que agradezco tus palabras doblemente.
ResponderEliminarEn tres días, Deo volente, me voy a Roma; veremos si puedo hablar con Livio y me cuenta cómo han ido las cosas últimamente por la urbe. Ya te contaré. En realidad, a quien me gustaría ver es a Ovidio, pero no sé si seguirá “de vacaciones” en el Ponto Euxino. Si me encuentro con Lucio Munacio, le aconsejaré que lea tu blog: le hará ilusión.
Vale.
Hermosísimo poema, Antonio. Y me sumo a lo que tan bien apunta Olga, ese quedándose callado hacia el silencio. Enhorabuena, me ha encantado.
ResponderEliminarFeliz estancia en Roma. Un abrazo.
Pues muchas gracias, Juan Manuel: soy un "tío" afortunado por tener visitantes como vosotros.
ResponderEliminarUn abrazo prerromano, todavía, claro.