Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en el siguiente capítulo.
Quédase Don Quijote, al final del octavo capítulo, con la espada en alto ante el enfurruñado vizcaíno. Usa Cervantes aquí de industrias que hoy nos son harto familiares cuando en la serie televisiva de rigor, por ejemplo, se nos queda el héroe en inminente peligro o presumida gloria con el ademán suspenso hasta el siguiente episodio. Yo, sin embargo, abuso de la cita sobre interrupción tan meritoria para decir “hasta pronto”, que es lo que suele decirse en estos meses de ocios desmelenados. Partir de alguna parte parece en nuestros días un gesto necesario, partir hacia alguna parte tiene en cambio connotaciones más dramáticas. Aunque partir siempre tenga algo de abandono del servicio, un dejar de vivir que Edmond Haraucourt ya se encargó de universalizar:
Partir c'est mourir un peu,
C'est mourir à ce qu'on aime;
On laisse un peu de soi-même
En toute heure et dans tout lieu
Lo curioso es que nos pasamos la vida partiendo. No es necesario que nos vayamos a ningún lugar diferente, basta un golpe de voluntad de esos que tenemos tan a menudo, mejor dicho, que tenemos constantemente. Porque entonces estamos diciéndonos adiós, viajando desde nosotros hacia “otros nosotros” de los que ya no podemos regresar. Así que vivir es morir bastante; es más, vivimos de tanto como morimos y no al revés, que es lo comúnmente creído.
Y aunque, al cabo, partir sea morir un poco, uno prefiere la acción simplemente interrumpida, uno se queda con Don Quijote y con su espada en alto; o, mejor aún, uno se queda tarareando aquel bolero que empieza diciendo Cuando vuelva a tu lado… y acaba en una cuenta, o en un cuento:
…y cuenta los latidos
de nuestro corazón.
Qué suerte, Antonio, a Roma, como el peregrino de Quevedo:-) Yo nunca he estado allí. Seguro que tú encuentras muchas cosas y te las traes y vuelves con ganas de contarlas.
ResponderEliminarEs muy poético eso de que partir es morir un poco, pero yo creo que es al revés, quedarse es peor. Si por mí fuera estaría partiendo constantemente hacia los sitios más diversos, pero mis vacaciones aún están lejos y me quedaré aquí, solita con mis ganas de escribir y mis pocas ganas de facturas, mientras os veo preparar maletas.
Disfruta mucho, Antonio, y no tardes demasiado en volver. Se te echará de menos.
Un beso.
Supongo, Olga, que como en aquel soneto de Quevedo en el que tú revisabas “deudas”, tampoco yo voy a encontrar “en Roma a Roma”. En cuanto a partir, ya sabes: mi visión es que lo estamos haciendo siempre, aunque no nos apartemos ni un milímetro del sitio que ocupamos. Vivir es partir, viajar sin remedio; y quienes, como tú, tienen la gracia de la palabra, ésos no paran. Y además, nunca están solitos o “solitas” porque encuentran a muchísimos compañeros en sus viajes.
ResponderEliminarProntísimo te llegarán esas vacaciones. Estoy seguro. Es lo que pasa en la vida, que todo llega tan pronto que casi siempre nos coge desprevenidos. Así que… ¡no te distraigas!
Un beso y sigue escribiendo.
Antonio, muy ciertas tus apreciaciones sobre el constante partir. Creo que ahí yace un poco la magia de los verdaderos hombres, el mudar constantemente de sí mismo, ahí está el camino y el gozo.
ResponderEliminarTe dejo unos versos de un tango que se acerca a esta idea pero desde otra óptica:
"dicen que me fui de mi barrio, ¿pero cuándo? si siempre estoy volviendo..."
saludos
Delfín
www.minificciones.com.ar
Gracias por tu visita, Delfín. Ya te contestaré más despacio porque ahora mismo estoy “puesto ya el pie en el estribo…”
ResponderEliminarUn saludo
Estaremos esperando tu regreso. Yo también parto el próximo miércoles y guardo el deseo de no morir del todo y asomarme de vez en cuando por mi blog para escribir una suerte del diario de un veraneante. Tal vez las horas lentas del verano puedan conmigo, no sé; tampoco estoy seguro de que eso sea una mala señal. De vez en cuando, es muy necesario desconectar del todo, recargar el espíritu y volver, siempre volver, con todas sus consecuencias.
ResponderEliminarHasta la vista, amigo.
Pues me sumo: que disfrutes y vuelvas con energías renovadas.
ResponderEliminarMagnífico punto y seguido has puesto con este broche.
Un abrazo,
Francisco
Esperamos que su vuelta sea pronta. Buen agosto,
ResponderEliminarHernán
¡Veremos si volveré!
ResponderEliminarGracias, Hernán; e igual deseo para este mes... extraño.
Antonio, ya hace un mes. Vale de Roma. Yo me fui de vacaciones mucho más tarde que tú y me ha dado tiempo a ir a Málaga, volver, irme al pabellón de Italia de la Expo (y a otros muchos), comprarme un libro sobre Roma en italiano, leérmelo o algo así, escribir alguna entrada, acordarme de ti y venir a ver qué pasa. Se te echa de menos, de verdad te lo digo. Y qué es eso de “veremos si volveré”. No seas así.
ResponderEliminarTe mando un beso.
¡Siempre tan cariñosa, Betty B.! Gracias.
ResponderEliminarComo Quevedo, estoy “…apartado, mas no ausente…”, de hecho he seguido tus extraordinarias entradas últimas (un prodigio, la prosa de “Las reglas del desierto”; lo tiene todo: lírica, descripción, narración…; “Agosto espera” es un poema insuperable...) Es merecidísimo el reconocimiento de Juan Manuel, que es hombre de exquisito gusto literario y entrenado olfato en sus jardines. No te he comentado nada por pereza y porque no quería repetirme: ya sabes que escribes como los ángeles, que es un símil algo tópico, pero, en este caso, es una definición de verdad.
Probablemente volveré, aunque de momento no tengo muchas ganas de escribir. Lo seguro es que seguiré leyéndote.
Un beso.