La he mirado una vez. Y dos. Y cientos
de veces la he mirado. La he tenido
al alcance del alma, de un latido
del alma, fugazmente… Y en momentos
de esos que no se cuentan, que son cuentos
de lágrimas en blanco del olvido,
la he creído verdad, me la he creído
norte vivo en la rosa de mis vientos.
La he mirado. Y a veces parecía
que era tierra real, que allí aguardaba
la fe de amanecer… Dulces presagios
que llenaron de mar la luz del día:
eran sueños de salva que inventaba
tu mirada en mi rosa de naufragios.
(8 de julio de 2008)
Se trata de un poema emocionante. Enhorabuena por el cromatismo de los sentimientos que en él despliegas.
ResponderEliminarUn saludo,
Hernán
Es precioso, Antonio.
ResponderEliminarMuchas gracias, Hernán, tan amable siempre.
ResponderEliminarUn saludo.
Y muchas gracias, Olga, siempre tan sincera.
ResponderEliminarUn beso.
Me gusta este soneto, Antonio, en especial los cuatro primeros versos y ese encabalgamiento "Y en momentos..." que no rompe, sino todo lo contrario, con las palabras precedentes.
ResponderEliminarHoy has estado especialmente inspirado, Antonio. Coincidimos en loas resonancias marinas, mira tú por donde: mi soneto de hoy (o de ayer) se llama "amor y mar". Increíble vicio este el de "sonetear"
ResponderEliminarEso que dices, Antonio, es, claro está, lo que debe ocurrir con los encabalgamientos para que no parezcan zancadillas en el ritmo un poema. Te agradezco que así lo valores en este caso al igual que tus otras palabras sobre este soneto.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias, Octavio. Ya he leído el tuyo, cuya ejecución aplaudo, de también "resonancias marinas", como dices, aunque en él sea el mar precisamente lo que se pretende, y en el mío, la tierra por una especie de "holandés errante".
ResponderEliminarUn saludo.