Como complemento a la entrada de ayer, y para ser plenamente riguroso, quisiera hacer algunas precisiones semánticas sobre algunos términos empleados, quiero decir, cómo allí fueron empleados. Esto es:
SERIEDAD: no es un estado de ánimo, sino una disposición del mismo que debe acompañar a la actuación del hombre en su trato con el mundo. La seriedad no está reñida con el humor ni con la alegría, pero es incompatible con la diversión.
DIVERSIÓN: en su raíz etimológica (‘divertere’) recoge el sentido de ‘separación de’. El hombre divertido es un hombre que se ‘separa’ del rigor. Este ‘apartamiento’ es necesario, ocasionalmente, como descanso del trato habitual con el mundo; pero es patológico cuando pretende suplantar a dicho trato. La cara de la diversión siempre es un poco idiota, y está muy bien tenerla de vez cuando, pero es preocupante si queremos que se nos quede.
CHISTE: Tontada puntual, a veces acompañada de cierto ingenio, que tiene la función momentánea de distraer, es decir, ‘divertir’; esto es, ‘apartar’ del ojo la gota de sudor consecuente al rigor y al esfuerzo. Parece evidente que, si no hay esfuerzo ni rigor, tampoco habrá gota que apartar y, por lo tanto, el ‘chiste’ se convertirá en un gesto vano y consecuentemente imbécil.
FILOSOFÍA: Lo mejor sería recurrir al compuesto semántico y quedarnos con lo del ‘amor a la sabiduría’. Pero el deterioro de ambos conceptos podría inducir a verdaderas aberraciones, algo así como: ‘tener trato sexual con unas cuantas ideas tontas de ciertos seres humanos’. Digamos, para evitar la confusión, que la filosofía es una necesidad humana amputada por una sociedad que vive de la invención de necesidades absurdas (léanse aquí todas las adicciones de que somos capaces; desde las drogas a las “marcas”, la lista es innumerable); una necesidad que lleva unos dos mil setecientos años esforzándose seriamente por saciarse; por saber qué es el mundo, qué es el conocimiento, qué es el bien, qué es y qué sentido tiene un ser que quiere, o quería, saber lo que es, o era, el ser. Claro que dos mil setecientos años sin resultados plenamente satisfactorios son un intervalo lo suficientemente largo como para considerarla económicamente ineficaz. De aquí el empeño en su amputación.
En tiempos tan divertidos, aunque la seriedad nada tiene que ver con la tristeza, es inevitable que, como la princesa de Rubén Darío, la seriedad esté triste.
Finura e ironía. Amargo y verídico humor.
ResponderEliminarUn saludo,
Hernán
Gracias, Hernán: creo que nuestro sentido del humor es plenamente compatible.
ResponderEliminarUn saludo.