A mi padre.
No están ya con nosotros, ni siquiera entre nosotros. Viven en otras casas; comen en otros platos; hablan con otras gentes. Comercia su palabra con otros asuntos; secuestra su corazón una extraña distancia. Su tiempo marca un orden de sucesos que ya no nos concierne; que alguna vez lo hizo, tal vez, allá por esos años de reciente emerger de la conciencia. Cuando niños, muy niños. Cuando decíamos mal el nombre de las cosas y ellos nos iban inventando la memoria. Y eso, que en nosotros ya es sólo biografía, se hace acontecimiento intraducible en las salpicaduras de su mirada.
No son ya de este tiempo. Por eso cuando es octubre, puede ser junio; o cuando martes, domingo. O estar anocheciendo y ser temprano; o ser ayer sin haber sido nunca.
No están ya con nosotros; aunque a veces nos encontramos con ellos en el relámpago de una frase. Un destello momentáneo, un cruce fugaz, como a traición de su locura (¿o será nuestra?), en que parece posible lo que jamás podrá serlo.
Se rompen por dentro porque están solos, porque los rostros que ven no coinciden con las caras que sabían, porque la noche es hostil y está llena de ausencias. Se rompen, y deciden otra historia. No la inventan, la deciden. Se asemejan a Dios porque crean el mundo; porque lo llenan de gente no posible; porque logran el milagroso rescate de su último silencio.
Se parecen a Dios porque sufren... Aunque sigan hablando de jardines amables.
Es un texto precioso pero, sobre todo, una reflexión sabia y bella, y es bella por ser sabia. Un abrazo, Antonio.
ResponderEliminarEs precioso, Antonio. Qué tristeza más profunda y serena. Y más cierta.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas gracias, Juan Manuel; aunque, más que de sabiduría, se trata de una penosa constatación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí que hay tristeza, Olga, sí que la hay.
ResponderEliminarGracias como siempre.
Un beso.
Hermosa (y triste) reflexión, Antonio. Las últimas frases me parecen especialmente memorables.
ResponderEliminarPor cierto, enhorabuena por el tango que Julio te dedica en sus cuestiones naturales. A ver si nos explicas el contexto, si es que ello es posible.
Gracias por tu visita, Juan Antonio. Esa es la edad actual de mi padre, y de otros muchos que como él andan intentando devolver al mundo el orden que algún día les era familiar.
ResponderEliminarEn cuanto al “contexto” a que te refieres, habría que decir dos cosas: una, que Julio sabe de mi remotísima afición al tango (incluso creo que de joven me ha tenido que aguantar el canturreo de alguno); la otra, supongo que la aclaro en el comentario de sus "Cuestiones naturales".
Un abrazo.
¡Vaya! Pues yo había puesto un comentario mandándote un abrazo... ¡Pues que sean dos, si es que así lo quieren los duendes de la Red!
ResponderEliminarCon cariño,
Francisco
Sí que hay duendes, sí; algún que otro "genio maligno", que diría Descartes. Pero no importa: ahora llega un "dos en uno".
ResponderEliminarGracias, Francisco, por tu visita.
Estimado Antonio:
ResponderEliminarGracias y siempre gracias por el entusiasmo que muestra hacia mis composiciones. Me halaga y ruboriza. Los maestros a los que se refiere (entre los que también le cuento a usted, por supuesto) son los únicos que se me pueden ocurrir, los únicos útiles. La familiaridad de los modelos supone siempre una bendición.
Su texto de hoy es extraordinario, como es su costumbre, en el ritmo largo de la nostalgia, en ese tempo acabado de las cosas idas que usted tan bien maneja. Y la aceptación, y la perplejidad (hermana recatada, nunca histriónica, del estupor). Y el brillo de lo hermoso por sencillo, de la voz en tono exacto. El latido, en suma, de lo que nos falta y en todo momento está atronadoramente presente.
Ojalá podamos seguir leyéndole muchas más veces, en una voluntaria vela constante. Aquí, en comité pequeño, como dictan nuestras bitácoras.
Un nuevo abrazo,
Hernán
Gracias, pero no. En cualquier caso te lo agradezco, de verdad, muchísimo.
ResponderEliminarTú sigue escribiendo.
Un abrazo.
Es uno de los textos más sobrecogedores que he leído últimamente, Antonio. Bello homenaje para esos dioses tan cercanos y lejanos a la vez.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, caro tocayo; y ya que vas a estar por estos pagos, date una vuelta por la “Feria del Libro Viejo y Antiguo”: esos otros “dioses” que también quedaron, desconcertados, en los sótanos de las librerías, aguardando una lectura que no les vino nunca o, si les vino, se les fue con la memoria de sus desaparecidos lectores.
ResponderEliminarSe parecen a Dios porque sufren...¡Dios, qué concepto tan maligno nos han dado de ti!
ResponderEliminarPero si todo es cuestión de imaginación, cuando lo oigamos reir, nosotros también reiremos.
El texto me llega hondo. Mi padre tampoco está.
No, no es un “concepto maligno”, es una confirmación histórica, real, mundana… Sin duda me expliqué mal. Mi padre aún está “aquí”, pero este “aquí” le es hostil, ajeno, vacío. Este “aquí” le rechaza –lo mismo que a Dios–, le propone proyectos y caras que nada tienen que ver con la vida que todavía le sostiene. Es un desterrado que habla de otras cosas; y a veces ni nosotros le parecemos nosotros. Ése es el sufrimiento de ellos. La muerte, no. La muerte le duele al que se queda y recuerda. La muerte que nos duele es la de los demás. Como a él, que sigue repitiendo que mi madre “ha salido a la compra”, aunque haga ya dos años que sabemos que no podrá volver de ese “mercado”. Creo que esa soledad final es terrible; por eso hablan de gente que no está. Y sonríen a veces porque inventan (o no es una invención) que sigue estando.
ResponderEliminarGracias por tu visita, “Shlevs, Prince of Everything”.