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Melodramático anda este hombre que se me antoja cada vez más raro. Hacía tiempo que no sabía de él, que no me visitaba ni me escribía, que no encontraba sus llamadas perdidas en mi móvil, ese rastreo de imposibles respuestas al otro lado de nuestras inquietudes. Y, mira tú por dónde, ayer, sábado 11 de octubre, me encontré al llegar a casa una larga carta suya. Cinco folios y medio para ser exactos. Me contaba allí experiencias extravagantes, sucesos extraordinarios que ponen en entredicho los límites de la verdad, cosas que para creerlas hay que hacer religión de la amistad.
Sí, está cada vez más raro, tanto que su condición de inactual parece empezar a desearse convicta irrealidad, fantasía enfermiza, vanamente encarnada. Mucho me temo que el día menos pensado se acomode en él la doble disonancia del tiempo y del espacio. Un acomodo comprensible, al menos para Einstein.
Entre la retahíla de extravagancias, me dejó este poema que transcribo. También extraño que lo firme él, por aquello de los versos blancos. Aunque, bien es verdad, que sigue observando –puntilloso como siempre– el mando de la sexta, la tónica de toda la vida. ¡Flaquezas de su condición!
Melodramático anda este hombre que se me antoja cada vez más raro. Hacía tiempo que no sabía de él, que no me visitaba ni me escribía, que no encontraba sus llamadas perdidas en mi móvil, ese rastreo de imposibles respuestas al otro lado de nuestras inquietudes. Y, mira tú por dónde, ayer, sábado 11 de octubre, me encontré al llegar a casa una larga carta suya. Cinco folios y medio para ser exactos. Me contaba allí experiencias extravagantes, sucesos extraordinarios que ponen en entredicho los límites de la verdad, cosas que para creerlas hay que hacer religión de la amistad.
Sí, está cada vez más raro, tanto que su condición de inactual parece empezar a desearse convicta irrealidad, fantasía enfermiza, vanamente encarnada. Mucho me temo que el día menos pensado se acomode en él la doble disonancia del tiempo y del espacio. Un acomodo comprensible, al menos para Einstein.
Entre la retahíla de extravagancias, me dejó este poema que transcribo. También extraño que lo firme él, por aquello de los versos blancos. Aunque, bien es verdad, que sigue observando –puntilloso como siempre– el mando de la sexta, la tónica de toda la vida. ¡Flaquezas de su condición!
La mirada sin palabras
Estuvieron allí
antes de que la luz se hiciera sólida en tus ojos,
tan sólida que ya nunca podría
excavar en su fondo mi refugio.
Cuánto amé esa mirada,
ese rastro de sol mientras caía
el alma en mi jardín como una rosa vieja,
sin alba prometida, sin mañana radiante,
sin mirlos en el aire, sin otra primavera…
Estuvieron allí, allí fingieron
la voz hospitalaria de decir sin decirse:
caricias en la piel
de un silencio ordinal y riguroso,
cronómetros de un verbo que no amanecería…
Cuando la luz se fue volviendo densa,
espesa, impenetrable, cruel como un destierro,
supe que esas palabras –que estuvieron allí
alguna vez, acaso cuando nunca–
eran sólo un refugio fabulado,
una amarga intemperie,
un amparo falaz;
el delirio de un dios frente a su olvido.
(11 octubre 2008)
Me quedo con ese "alguna vez, acaso cuando nunca", con el mando en la sexta, insobornable (tu caballero inactual se nos parece mucho en esto, ¿verdad?) y apunto una curiosidad: ayer andaba yo, tras meses de sequía, enfrascado también en un poema en versos blancos. Si consigo pulirlo, alguna vez, lo publicaré en mi blog.
ResponderEliminarPues aguardaremos impacientes el final del "pulimento". Pero recuerda aquello de Juan Ramón:
ResponderEliminar"No le toques ya más
que así es la rosa."
Gracias por tu visita, Juan Antonio.
Un abrazo.
Créete lo que te cuente. Si la amistad no es religión, estamos perdidos. Está raro porque está triste, seguro que se le ha perdido algo que amaba (fuera lo que fuese).
ResponderEliminar"Cuánto amé esa mirada..." Y qué bien le caen los versos blancos.
Pero yo siempre le veo sonreír.
Un beso para ti y otro para él, Antonio.
Habrá que estar atento a las andanzas de ese caballero, que promete noticias curiosas y versos primorosos. Me gusta la imagen final del "delirio de un dios frente a su olvido."
ResponderEliminarSaludos.
Soy un creyente nato, Olga, y esa sin duda es fe que se debe profesar. Me devuelves la píldora de la tristeza. Tienes razón, habrá que preguntarle a este hombre qué ha perdido.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Un beso.
(Por cierto, en el último párrafo me envía cariñosos recuerdos para ti)
Este caballero (cuyo epíteto tomé descaradamente de Azorín) ya me acompañó en los atardeceres que precedieron a estas imaginarias. La primera vez, en enero de este año con unas seguidillas:
ResponderEliminarhttp://arazuaga.blogspot.com/2008/01/las-seguidillas-del-caballero-inactual.html
Un mes después con dos sonetos:
http://arazuaga.blogspot.com/2008/02/un-soneto-del-caballero-inactual.html
http://arazuaga.blogspot.com/2008/02/la-rplica-del-caballero-inactual.html
Pero es más bonito el título que ostenta que interesantes sus "andanzas".
En todo caso, Antonio, muchas gracias en su nombre por tu comentario. Se lo envío ahora mismo en un SMS.
Un saludo.
Cómo te echamos de menos en tus períodos de silencio. Pero casi mejor (nos consolamos): lo bueno se hace esperar.
ResponderEliminarSaluda al caballero y felicítale de mi parte por el poema. Es un señor raro (jejejeje), pero merece la pena escuchar sus palabras.
Un fuerte abrazo,
Fco.
Cuánto me identifico, siempre que la describes y nombras, con esa intemperie. La última estrofa es sobrecogedora.
ResponderEliminarSaludos y gracias,
Hernán
Gracias, Francisco; se lo diré, descuida, aunque gane algún “kilito”. Amén de raro, está un poco tonto; lo malo es si se pone más... Tonto, naturalmente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias a ti, Hernán. Ese pequeño "dios", Eros al cabo, siempre está a la intemperie.
ResponderEliminarUn saludo.