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"Solaya..." o un baño de vanidad

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De vez en cuando es bueno. Por ejemplo, cuando uno está frisando edad de “batallitas”, ese punto del tiempo en que se mira atrás, ingenuamente, soñando encontrar paisajes portentosos. Por lo general, no los hay. Por lo común, lo único que se divisa es el deshielo de unas cuantas ilusiones montañosas. La insistencia nos permite descubrir algunos prados. Y eso es suficiente; lo demás se convierte en distracción neblinosa; como debe ser, ¡más faltaría! Entonces uno empieza a hablar, y a hablar, y a hablar… de su hermosa pradera memorable. Como ésta, sin ir más lejos:

1982. Madrid de invierno en decadencia galopando sobre un mes capón en días. Calle del Duque de Medinaceli, entre “el Palace” y la iglesia del Cristo de igual nombre. Calle que, si uno sigue, se cruza con Cervantes y más allá con Lope. Calle para quedarse a morir, porque entre Lope y Cervantes sólo se puede morir y después hablar con Dios. Salón de Actos del Centro de Humanidades del CSIC. Unas cuantas palabras de Cadalso se le están diciendo en alto y por primera vez al mundo. Fuimos nosotros, un grupo de teatro aficionado que llevaba por nombre Conrado Ojalvo, aquel amigo que se nos volvió memoria demasiado pronto. Solaya o los circasianos, un dramón prerromántico, no vamos a engañarnos a pesar de otros pesares, cuyo verdadero valor residía más en el trabajo de investigación de Francisco Aguilar Piñal que en los méritos dramáticos del apasionado capitán de caballería. El propio Aguilar nos brindó la ocasión, por mediación de Luis Alberto (que fue además “actor invitado”), de representar en teatro leído la inédita tragedia cadalsiana al hilo de su edición príncipe.

Ahora miro la foto y veo la impecable estampa de la gente que me ha regalado el tiempo. En los extremos, dos alumnos remotos, Consuelo y Juan Pablo –Casalia y Kaulin–, de quienes, hace mucho, sólo poseo los días de entonces. A mi izquierda (no podía ser de otro modo), Félix Sánchez Montesinos –Hadrio–, un alma de teatro en carne y hueso, un amigo antes que nada –y un familiar después de todo–, que más tarde embrazó adarga y enarboló lanza y se arrojó a las tierras de Castilla, las de San Juan y Machado, para desfacer agravios y recuperar los reinos que voceros malandrines han robado a la esperanza. Y el “malvado” Casiro, que soy yo, claro está. Y una tríada después de la que pocos podrán presumir de haber tenido en tal vecindad. A mi derecha, Amalia Bautista –Solaya, naturalmente–, alumna también y amiga luego (¡qué demonio!: si de presumir se trata, no me voy a callar esto). Junto a Hadrio, Julio Martínez Mesanza –que es Heraclio–, con quien la amistad ya entonces se había definido irreversible trayectoria. Y, casi en primer término, Luis Alberto de Cuenca –aquí, Selin–, al que conocí gracias a Julio…

Nunca fuera caballero
de vates tan bien servido…

Estoy seguro de que Lanzarote habría dicho lo mismo. Es evidente que estoy presumiendo, ¡quién no lo haría!; pero además estoy dejando en el aire, para panegiristas, antólogos, biógrafos o simples curiosos, esta anecdótica circunstancia de tres grandes poetas. La parte de vanidad inevitable es que yo estaba al lado de ellos, en el local de esa calle que, si uno sigue, se cruza con Cervantes y más allá con Lope. Esa calle en la que cualquiera se puede quedar a morir…; en mi caso, y por lo dicho, por doble razón y en doble residencia.

Sabe Dios en qué pasaje de la obra se dejó la luz esa memoria, ésa que hoy me ha robado la tristeza mientras me salpicaba el orgullo. Ésa que hoy me ha empapado de nostalgia.
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Comentarios

  1. Qué lujazo de cartel. Haces muy bien en presumir, Antonio, es muy comprensible. Bueno, lo único un poco imperdonable, (no te enfades), es la pinta de los caballeros;-) Las damas resisten la mirada mucho mejor, la verdad.
    Me parece muy bien que la melancolía se te salpique esta vez de un poco de orgullo. Y no te pongas triste, hombre.
    Saludos.

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  2. Tienes toda la razón: tenemos una pinta de “Transición” que no se puede aguantar.
    Y no me he puesto triste, sólo un poco nostálgico.
    Gracias por tu visita, Olga.
    Un beso.

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  3. Si yo atesorase momentos así en mi biografía, seguro que presumiría de ellos. Tal vez, tal vez, alguna vez podamos presumir en público de haber sido tertulianos cibernéticos...

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  4. En efecto, Octavio: también podría presumir de muchos de vosotros, pero me faltan fotos y lo más que podría hacer es un “collage”.
    Un abrazo.

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  5. No me acordaba de las bombillitas. En esa escena, se ve que participamos todos, menos Luis Alberto, que mira a cámara. Me retiro, Casiro. Abrazos.

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  6. Me parece, Julio, que son tres las luces encendidas: la tuya, que eres el que está hablando (tu mano derecha acompaña con su gesto a un párrafo de evidente contundencia), la de Félix y la mía, que esperamos la réplica. Los otros nos siguen atentamente. Luis Alberto, es verdad, está “chupando” cámara. Es broma, naturalmente. Creo recordar que esa frente que se adivina tras el mechón de Consuelo es de Aguilar; días atrás lo convenía con Félix.
    Yo no puedo, como tú, despedirme con rima: reconocerás que Heraclio tiene muy mala uva para “el consonante”. Así que, un abrazo; tenerte por aquí es un gustazo (qué malo, Dios mío, espero que Calíope y Euterpe me perdonen).

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  7. "Tus gustos son preceptos soberanos".
    Hace unos pocos días que supe de tu singular "imaginaria del alma". Puedes figurarte la sorpresa, y la emoción, que me ha producido el reencuentro con un recuerdo que permanecía guardado en la periferia de mi memoria.
    Gracias por permitirme revivirlo más de veintiséis años después (que, si el tango está en lo cierto, son poco más que nada).
    "¿Qué más diré?"
    Un abrazo. Juan Pablo

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  8. ¡Bendito sea Dios, Juan Pablo, ni en broma se me pasó por la cabeza la idea de que pasaras por aquí! No puedes imaginar la alegría que me ha producido, por lo mucho, por lo siempre que os llevo en la memoria. Años como aquéllos y alumnos como vosotros (como tú en particular) he encontrado después difícilmente. Ahora que sé de ti se agranda mi presunción. Me alegro muchísimo.
    Da recuerdos a todos los que puedas y para ti un fortísimo abrazo.

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  9. "¿Está todo dispuesto? ¿Los soldados
    ocupan ya los puestos señalados?
    ¿Están todas las armas prevenidas?
    Di, ¿tomáronse ya las avenidas
    de este palacio? ¿La metralla queda
    de modo que escaparse nadie pueda
    sin morir o rendirse en la batalla?"

    Hermoso recuerdo de un instante común y de un año nada yermo.
    Un fuerte abrazo, Antonio.

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  10. No lo fue, sin duda, aunque después Zapico lo encarnara y yo, más tarde, me pusiera de té hasta las cejas por culpa de Hero... Tú me entiendes.
    Y sí, aún “metralla queda” (bien lo sabes tú) como ahora recuerdas y entonces decías con tales pareados (qué ritmo tan tostón; hay que tener ganas para escribir una tragedia en esa estrofa).
    Gracias por tu visita ilustre Hadrio.

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  11. Mi querido Antonio, vi la entrada desde que la pusiste y quise comentar entonces, pero se me quedó el ánimo un poco cuajado. La nostalgia también, supongo. O la feminil flaqueza. Según han pasado los días y han crecido los comentarios, me ha ido dando aún más reparo. ¿Qué puedo decirte que tú no sepas? Soy yo la que se siente orgullosa y privilegiada por haber sido alumna y amiga, ¿por qué crees que cuento tan bien los endecasílabos, quién me enseñó métrica, quién tiró de mí hasta zambullirme sin remedio en lo de leer y escribir poesía? Y el teatro estaba al fondo de todo, como el agua más fresca del pozo y la mejor mirada.
    Besos y abrazos para los que me acompañaron entonces y para los que aún, de alguna forma, me acompañan.

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  12. Me regalas demasiado –¡demasiado!–, mi querida Ana Damby. Yo hacía recortables con los negativos del olvido, o, como tú dirías:

    “… simplemente
    estaba hablando de mi alma.”

    …Que, claro está, no es mía, sino el puzzle de las almas con que me he cruzado, con las que he tenido la suerte de cruzarme.

    Muchísimas gracias, Amalia, y un beso fuerte de mi “senil orgulleza”.

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