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Queridos Reyes Magos:
El 14 de enero del año pasado os escribí una carta a la que no hicisteis ni caso. No sé si porque le di cuerpo de poema y pretencioso título o porque ya era un poco tarde. Tal vez os pareció demasiado personal. Pero no era eso, o no solamente eso. Lo que en realidad os pedía, lo que vuelvo otra vez a pediros, es que a los niños se les deje serlo, que no se robe la infancia de la infancia ni se emborrone el párrafo de su irrepetible maravilla. Porque después, cuando a la vida sólo le quedan los arrestos de la memoria, el hombre necesita su reencuentro. Y estos hombres de hoy andan tan tontos que no se dan cuenta de que se están sembrando de vacío, de que un día se llega a sombrías latitudes y no se lleva encima la brújula de ningún sueño.
Así que lo único que os pido es que nos obliguéis a cultivar la infancia y no segarla antes de tiempo, a no romperla o llenarla de anticipos indebidos a sus años, a permitirle residir en el prodigio sin ensuciar su casa con nuestros desencantos y crueldades, a no arrojarla al mundo para que empiece a creerse adolescencia sin serlo o juventud sin necesitarlo. Os pido la sensatez para el tiempo y su medida, y el respeto a los plazos de la ilusión que nos concede la inocencia, que últimamente parece que nos molestan los niños, y cuando los dejamos ser, hacemos todo lo posible para que el paréntesis de serlo se les pase enseguida.
Todo esto, confiando en vuestra generosidad, porque bueno, lo que se dice bueno, lo he sido bastante poco. Más bien, nada.
Tres saludos y mi agradecimiento anticipado.
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El 14 de enero del año pasado os escribí una carta a la que no hicisteis ni caso. No sé si porque le di cuerpo de poema y pretencioso título o porque ya era un poco tarde. Tal vez os pareció demasiado personal. Pero no era eso, o no solamente eso. Lo que en realidad os pedía, lo que vuelvo otra vez a pediros, es que a los niños se les deje serlo, que no se robe la infancia de la infancia ni se emborrone el párrafo de su irrepetible maravilla. Porque después, cuando a la vida sólo le quedan los arrestos de la memoria, el hombre necesita su reencuentro. Y estos hombres de hoy andan tan tontos que no se dan cuenta de que se están sembrando de vacío, de que un día se llega a sombrías latitudes y no se lleva encima la brújula de ningún sueño.
Así que lo único que os pido es que nos obliguéis a cultivar la infancia y no segarla antes de tiempo, a no romperla o llenarla de anticipos indebidos a sus años, a permitirle residir en el prodigio sin ensuciar su casa con nuestros desencantos y crueldades, a no arrojarla al mundo para que empiece a creerse adolescencia sin serlo o juventud sin necesitarlo. Os pido la sensatez para el tiempo y su medida, y el respeto a los plazos de la ilusión que nos concede la inocencia, que últimamente parece que nos molestan los niños, y cuando los dejamos ser, hacemos todo lo posible para que el paréntesis de serlo se les pase enseguida.
Todo esto, confiando en vuestra generosidad, porque bueno, lo que se dice bueno, lo he sido bastante poco. Más bien, nada.
Tres saludos y mi agradecimiento anticipado.
Si es posible compartir esta carta, la firmo contigo. Un abrazo cercano a la epifanía.
ResponderEliminarPor supuesto, Antonio, encantado con esa firma tuya. Es más, dibujaré tus zapatos y los pondré en el balcón junto a los míos como "manifestación" (epifanía al cabo) de que llevas un niño dentro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues como yo no he escrito carta propia casi nunca y dejas compartir, me uno ahora que acabo de empaquetar regalos y todo el mundo duerme.
ResponderEliminar"Respeto a los plazos de la ilusión que nos concede la inocencia".
Y un beso.
Bienvenida, Olga: pondré más zapatos.
ResponderEliminarFelices Reyes y un beso.
¿Es tarde para sumar mi firma a la carta y mis zapatos? Un abrazo, Antonio
ResponderEliminarCon permiso, ya escribí mi carta, mucho más egoísta que la tuya, pero si me dejas firmarla... pues yo también...
ResponderEliminarNo te preocupes, Octavio: me han dicho que siguen por aquí. Sumado quedas.
ResponderEliminarUn abrazo.
De egoísmo nada: como tú bien dices "pedir es un acto de humildad". Egoísta es el que exige porque se cree que el mundo le pertenece; el que pide simplemente espera la generosidad del otro. Por eso pedimos perdón, entre otras cosas.
ResponderEliminarBienvenida, y gracias por tu sumando.
Un saludo.