Ir al contenido principal

La negación, la lluvia y el paraguas

.

Para Rafa, que con tan amable interés acompaña estas entradas
.

El peligro de hablar sobre la negación es que uno parezca de pensamiento negativo. No, desde luego que no. Es decir, que no es negativo; por tanto… es positivo. Me estoy haciendo un lío. O sólo trampas: la lógica es formal. No quiere esto decir, naturalmente, que sea una señora seria y respetable, de buena familia, sino, lo que todos sabemos, que sólo trata de formas, postulados y coherencias deductivas sobre su intimidad. Una elegante indiferencia hacia los hechos adorna todas sus exactitudes.

La desgracia de nuestra animal racionalidad es que somos fronterizos, que vivimos entre dos territorios. En tanto animales, sufrimos el chaparrón inevitable de los hechos. En tanto racionales, nos pasamos la vida abriendo los paraguas de las formas y de las ecuaciones para protegernos. A estos paraguas los llamaría genéricamente razón, palabra, logos... Tanto monta: es la manera que tenemos de hacernos un hueco apacible y confortable, no excesivamente húmedo, ante la inclemencia climática de eso que llamamos realidad. Cuando este protector es opaco, lo llamamos creencia; cuando es transparente, ciencia empírica. Con aquélla nos sentimos resguardados, aunque no sabemos lo que pasa por encima de nosotros; con ésta, disfrutamos de similar protección, pero además creemos ver (saber, en nuestra jerga) la lluvia que nos está cayendo. Una ilusión que ya destapó Kant con el abrelatas de sus categorías: no podemos ver la lluvia, sino su choque, las gotas que resbalan sobre el paraguas de la razón. Heisenberg, por cierto, en La imagen de la naturaleza en la física actual, dijo algo parecido: “…las leyes naturales que se formulan matemáticamente en la teoría cuántica no se refieren ya a las partículas elementales en sí, sino a nuestro conocimiento de dichas partículas.” Vamos: a la gota estallada, no a la lluvia.

Vuelvo al principio, a la negación de la negación, no parezca que estoy divagando sobre el cambio climático. La tragedia del hombre es su desamparo. Lo sabemos desde la filosofía existencial, pero lo intuíamos desde siempre. La historia de la humanidad no es más que la búsqueda infatigable de un apacible cobijo. Podemos negarnos a hacerlo, pero entonces renunciaremos a nuestra peculiaridad, que es el “paraguas”. Podemos negar que el paraguas opaco sea el bueno porque lo consideremos mera creencia. O asegurar que el correcto es el otro, el de la transparencia ilusa, porque nos hace creer que sabemos. En el fondo, es negar que negamos (que es igual que afirmar) lo más importante: que no somos capaces de ser sin ese paraguas abierto de la palabra. Mito, logos, filosofía, ciencia, hasta poesía... Una fe irrenunciable para poder vivir sin reúma en la esperanza. Nada más, y nada menos, que intentar evitar la hidropesía del alma.

…Y consultar la prensa cada día, a ver si de una vez nos habla del anticiclón de Dios.
.

Comentarios

  1. Soy hidrópica, profesor. Me he bebido el post y hubiera bebido más…
    Casualidad… Ayer le explicaba a mi hija, de 1º de Bachillerato, las categorías de Kant… y esa “lluvia” o las gotas de lluvia y los sentidos y lo sensible; la duda metódica de Descartes… Me divierte relatarla como una historia. María me miraba con sorna. “¿Y esto te gusta, mamá? ¿Va en serio?”.

    Me ha encantado la metáfora del paraguas. Y suscita dudas… ¿Un paraguas para cada hombre? ¿O todos lo compramos en el mismo establecimiento, con idéntico diseño, con la misma estructura? ¿O cada cual lo confecciona de tal forma que nunca llueve igual, nunca es la misma lluvia aunque compartamos la misma nube?

    Un saludo y gracias.

    ResponderEliminar
  2. Supomgo que por vuestra inteligencia, en su existencia habrá mezcla de muchos estilos favorables. Amor, filosofía, enredos y tal vez tragedia.
    La mayoría de las ocasiones nos pilla al descubierto y las " inclemencias" nos acechan constantemente.

    Hoy aquí hace un día infernal.
    ¡¡ Cantemos bajo la lluvia!!

    Un beso de invierno.

    ResponderEliminar
  3. Los paraguas, Sunsi, como las prendas de vestir están sujetos a los dictados de la moda; y las modas, al tiempo y otras circunstancias. Así que, según la época de que se trate, los paraguas se parecerán mucho. Lo que importa es el paseante que camina debajo y lo que mira, o piensa, o siente, mientras lo hace.

    Un saludo, profesora.

    ResponderEliminar
  4. Si por “enredos”, Veridiana, se entiende “hacerse un lío”, es evidente que sí: de hecho, así empiezo. Y en cuanto a “cantar bajo la lluvia”, me parece que también estoy de acuerdo: “Mito, logos, razón filosofía, hasta poesía…”, digo al final.
    Pero dejándonos de metáforas, lo cierto es que hoy, también aquí, hace un día de perros, que no sé si tendrá que ver con estos “barómetros” del alma.

    Besos de baja presión (atmosférica, quiero decir).

    ResponderEliminar
  5. Prefiero los besos de alta presión... jiji.

    ResponderEliminar
  6. Ya, pero besar el teclado con presión excesiva puede provocar daños irreversibles en las teclas.

    ResponderEliminar
  7. O en el cerebro jaja.
    Feliz noche.

    ResponderEliminar
  8. Ahí además le deja a uno tonto perdido.

    Igual noche.

    ResponderEliminar
  9. Desde luego que la tragedia del hombre es su desamparo. Y también creo que "no somos capaces de ser sin ese paraguas abierto de la palabra", que no sólo nos protege de la lluvia, sino que nos pone en contacto con los otros. El otro, que escucha, ama, odia...responde, ¿forma parte de la lluvia o del paraguas?
    No lo sé. ¿Dónde lo ves tú?
    No quiero añadir más peligro a la existencia, Antonio, así que no te mando beso, pero sí unas buenas noches como un templo:-)

    ResponderEliminar
  10. Con satisfacción, Antonio,
    y no sin cierto sonrojo,
    tu dedicatoria acojo
    y tu honesto testimonio.

    Y en estas estrofas sueltas,
    con la ayuda de la rima
    -porque la lengua se anima
    a fuerza de darle vueltas-

    procuraré contestar.
    Aunque, más que hallar certezas,
    quisiera, con dos cervezas,
    que habláramos en un bar

    (amena conversación,
    y no terminología
    que con su lustre desvía
    del meollo la atención).

    Y es que, amigo Antonio, siento
    que cavilamos lo mismo,
    con distinto silogismo
    pero idéntico argumento.

    Hablas de la desazón
    que inspira la realidad
    y, huérfana de verdad,
    quiere aliviar la razón.

    Yo digo que la razón
    -otro nombre del lenguaje-
    es quien monta el andamiaje
    de lo que las cosas son.

    Y a fin de cuentas los dos
    sabemos que en ese mar
    que no está en ningún lugar
    -¿mundo, vida, quanta, dios?-

    naufragamos todos. Bien,
    basta de filosofías.
    Como tu mismo decías,
    a la nada, que le den.

    Y ahora, para el corazón,
    que nos den un par de cañas
    que nos sirvan de artimañas,
    paraguas o anticiclón.

    ..............................................

    P.D.
    TOCAYOS

    En fin, Agustines son
    ambos. No difieren tanto:
    más razón tiene que un santo
    el que no pasa de don,
    y del don de la razón
    usa el obispo de Hipona.
    Cuando el último razona
    contra el tiempo mano a mano,
    su argumentación abona
    al maestro zamorano.

    Rafa H.

    ResponderEliminar
  11. Mea culpa, mea culpa, Olga, la culpa de la demora. Bueno, mea culpa o culpa de los afanes cotidianos. A tus buenas noches, correspondo con mis tardonas buenas tardes.

    ¡Qué descortesía retrasar de este modo la respuesta a una dama! No he podido antes. Si vale aquello de que “nunca es tarde…”, perdóname el retraso: me acosté pronto anoche y las mañanas son de una esgrima laboral infatigable: ¡estos púberes me agotan y no me dan tregua!

    Gracias por tu visita, por tu palabra y por simplemente estar entre estas líneas aguantando el “chaparrón”.

    Un beso, sin dañar el teclado.

    ResponderEliminar
  12. Si ya lo sabía yo,
    amigo Rafa, que en esto
    del hombre y el ser el resto
    es la división del no.

    Y que poco más compete
    a tamaño desamparo
    que inventa en lo oscuro el claro
    y siempre la pata mete.

    Pero queda la esperanza
    de que Dios no se nos rinda
    en tan negadas certezas.

    Y aliviando su tardanza
    me apunto al logos que brinda
    con ese par de cervezas.


    Un abrazo y gracias de nuevo por la elegancia y justeza de tus comentarios.

    ResponderEliminar
  13. Pero; En que siglo estamossssssssssss?

    ResponderEliminar
  14. Pues por ahí no sé, pero por aquí hay un puente de Einstein-Rosen que conduce directamente al XVII. No hay más que entrar en “mi perfil” para darse cuenta.

    Saludos, amigo anónimo.

    ResponderEliminar
  15. Calquier día me echas del blog, profesor. Pero no puedo reprimir afirmar que me gusta empaparme. No me gustan demasiado los paraguas. Me empapo y las gotas de la lluvia penetran en la epidermis, en la dermis, en la imaginación y se quedan intactas en la memoria y en el pensamiento. No sé cómo se llaman. Dicen que gotas. Pero yo las he abrazado antes de nombrarlas, he hablado con ellas antes de saber quiénes eran.

    Necesito los sentidos para sentir, percibir, empaparme... Y voy corriendo a buscar un recipiente para no chorrear y mojarlo todo.

    El recipiente me lo quedo dentro y cuando nombro lo que hay sé que lo que hay lo he recibido de fuera. Yo no lo he creado. Mi mente no crea... recibe.

    Los recipientes los tapo... y los vuelvo a abrir cuando llegan más gotas. Y cada vez que llueve, el contenido del recipiente es más rico.

    Y ya, punto en boca... que me lío... Un lío aristotélico, como puedes observar.

    Muchas gracias por tu paciencia y una saludo

    ResponderEliminar
  16. ¿Echar a una colega, aunque sea aristotélica, porque gusta más de la lluvia –o sus gotas– que de los paraguas?... ¡Dios me libre! Sólo… que no me creo del todo que gustes de una permanente intemperie. ¿A que no?... De vez en cuando, sólo de vez en cuando asomar la cabeza a ver qué pasa... Lo contrario, dejarse el paraguas en casa siempre, le expone a uno a enfriamientos de impredecibles consecuencias.

    A mí lo que me ocurre es que me gustan más Platón y Don Agustín (el de los “tocayos” de que habla Rafa, cuyo “San” convertí en “Don” por repatriarlo a estos mundos); que, al “mi mente no crea… recibe”, opongo –bajo el paraguas, claro–: “la mía tampoco… busca por dentro”. Aristóteles y Don Tomás (léase “Santo” por “Don”), hallaron al “ser” y a “Dios” por las afueras del alma. Don Agustín (léase igual que antes) y Platón miraron los “interiores”. Yo ando buscando entre éstos… ¡debajo de mi común paraguas!

    Muchas gracias, Sunsi. ¿Echarte…? ¡Por Dios…! ¡Ni en broma!

    ResponderEliminar
  17. Pues muchas gracias, Antonio. Sé que ir de aristotélico-tomista da lugar a muchos desencuentros. Y te agradezco que pueda disentir un poquito sin que me eches la bronca.

    Un saludo, profesor.

    Por cierto... elconjuro de los dioses del Olimpo ... sigue. Una fuga ha inundado una habitación y hemos anulado el agua de una parte de la casa. Además de lavar a mano la ropa, ahora toca los platos en barreños que hay que llenar a mano también desde la otra punta de la casa. Hoy en mi blog toca incluir la canción "Llueve sobre mojado".

    Buuuufff

    ResponderEliminar
  18. Definitivamente, Sunsi: tenéis un problema con los lares. Yo en vuestro lugar intentaría reconciliarme con ellos cuanto antes.

    En fin, que la "fuerza" os acompañe.

    ResponderEliminar
  19. Hola amigo Antonio:
    Perdona la irrupción en el post, yo después de esa metáfora brillante del gato tonto, poco más tengo que decir.
    Respecto a la vocecilla, la he quitado porque me daba vergüenza. La he dejado lo suficiente como para que los amigos blogueros me oigais.
    Gracias por no dejar de estar al otro lado. Siempre.
    Un abrazo
    ana

    ResponderEliminar
  20. Pues, con todos mis respetos, Ana, esa “vergüenza” por la encantadora “vocecilla” es algo parecido a lo que le pasaba al gato tonto, que, tras hacer lo que su natural mandaba, se arrepentía. Vamos, que en vez de gato tonto, era gato vergonzoso.

    ¡No me seáis, mi Señora Doña Ana, gata con tal agobio!

    ResponderEliminar
  21. jajaja
    Don Antonio, domine. He masticado su regañina y creo que tiene usted razón. No seré más gata agobiada.
    Un abrazo y suerte para los exámenes. Espero que le aprueben todos.

    ResponderEliminar
  22. Ah, mi Señora Doña Ana, quienes padecen mi “docta ignorancia” saben que “siempre tengo razón”. Haréis bien en seguir su “docta aquiescencia”.

    Besos, encantadora “vocecilla”.

    ResponderEliminar
  23. Buenas tardes, me presento con mi alias que acabo de inventar: Tormenta. Claro está que hechaba una ojeada a la historia del paraguas. Y lo cierto es que intetando metaforizar con un paraguas que utilizé para crear ironia en una situacion que viví, me topé con esta cantidad de palabras que me dejaron pillada.. asi que segui leyendo. Solo decirte Antonio, que me gusta lo que dicen las teclas de tu ordenador. Y que he encontrado aqui un sitio en el que leer, es un deleite. Feliz tarde, que ironica y felizmente valga la rebundancia, moja mucho hoy las plantas de mi patio.

    ResponderEliminar
  24. Pues, bienvenida y feliz Tormenta… Digo “feliz”, pensando en las plantas de tu patio: las de aquí tienen cara de seriedad y aburrimiento porque no llueve ni en broma. Yo tendría que haber nacido un poco más al norte, pero esto no tiene arreglo. Lo que no quita nada a mi felicidad bloguera; sobre todo cuando me encuentro con tan amables lluvias en sus entradas ya enterradas: es como dar marcha atrás y descubrir que siempre hay alguien en el tiempo (no meteorológico en este caso) hablando con uno.

    Muchas gracias, y un saludo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares

La metáfora amable

El mundo está tenso, enrarecido. Casi todo lo que uno oye o lee es desagradable; y si no lo es, parece contener un inquietante presagio. A los felices veinte del pasado siglo les sucedieron los amargos treinta y los trágicos cuarenta. Latía extraño el hombre, y cuando el hombre late de ese modo, algo podrido cocina la historia. Cientos, miles de veces ha ocurrido así. Para Sísifo –siempre Sísifo–, al final del esfuerzo sólo está la derrota. Su modesto placer de coronar la cumbre es efímero y repetidamente inútil. No hay paz ni paraíso al cabo de la escalada; sólo desolación, tristeza, crueldad, destino… ¿Existe el destino? ¿Debe ocurrir siempre lo que siempre ha ocurrido? ¿Es de verdad la historia la brillante sustitución de la fatalidad natural por la libertad humana o es simplemente la metáfora amable de la ‘ordenada’ crueldad de aquélla? Las especies combaten, y se destruyen y sustituyen. ¿Y las culturas? ¿Y los pueblos del hombre?... ¿Qué de especial creímos ver en los h

El destino de las supernovas

. . Luz, ¡más luz! J. W. Goethe …somos polvo de estrellas C. Sagan La mayor parte de los átomos es vacío . Al cielo le ocurre algo parecido con la oscuridad. La luz es toda una excepción: un paseo puntual de diminutas y alejadas insolencias. Porque la luz es una insolencia, un atrevimiento, una osadía rodeada de sombras que, al cabo, revienta hastiada de tanta y tan constante hostilidad. Luego se esparce en la noche, como un raro prodigio, y siembra lugares y posibles miradas. Del agotamiento de la luz ante su empresa nacen rincones en la oscuridad, surgen otras diminutas y alejadas insolencias que miran al cielo y admiran su vencida hazaña. Eso dicen al menos los sabios que de aquélla saben. El hombre es la mies de una derrota, el pan de un desastre. Pero también el atleta que recoge el testigo de una rebeldía luminosa. El hombre es un héroe trágico que se obstina en la luz, como la luz se obstina en no ser su contrario. Supongo que es así porque si no, ser humano sería una indecenc

La tristeza de la inocencia

Por Julia y a su hijo Julio Me han llegado noticias tristes por ese golpe tan temido de los teléfonos, repentinos y traidores como es su costumbre. Un familiar lejano, una mujer, mayor desde luego, aunque eso... ¿qué importa? …Y  he pensado en uno de sus hijos; un niño detenido por la vida, varado en una luz de infantil inteligencia que oscureció la caprichosa divagación de un cromosoma y nació bendecido de inocencia interminable. He pensado en ese niño, que ha cumplido ya los años de los hombres, aunque no sus soberbias ni vanidades... Y he pensado en la tristeza y el abandono, un abandono en su caso más cruel por la distancia inmensa de los otros. He pensado en el desconcierto de su ternura mirándose al espejo; y en el estupor de su niña memoria ante el beso sin labios de su madre. Un río de pequeños recuerdos; tal vez, algunas lágrimas; un no saber, un  sí sufrir la soledad repentina, inexplicable...Y el dolor de su alma en carne viva golpeándose desconcertada