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Una lección de gallardía

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Siempre que ando en desavenencias conmigo, me escapo de estos lugares. De los de ahora y de aquí, no de ésos que son de los de uno de siempre. Y cuando yo digo “de siempre”, todo el mundo comprende que me he ido a la corte de los Austrias más tontos, ésos que pueden justificarse en la historia por haber sido comparsa de los tiempos que supieron de Lope, de Cervantes, de Velázquez, de Quevedo, de Góngora, de Villamediana, de Calderón, de… En fin, del increíble prodigio que fue nuestro XVII. Estos monarcas, súbditos en el fondo de tan alta compañía, deberían estar agradecidos de que la circunstancia así los regalara. Incluso del anónimo adorno popular, que los coronó de leyendas con más gracia que el desaguisado de sus desgobiernos.

Felipe IV se lleva la palma en aquéllas. Un rey que, según es fama, llevaba el cetro donde no correspondía: una cuarta más abajo del ombligo, lugar poco adecuado para ejercer un reino. Tentaban demasiado a Don Felipe los peligros del sexto. Buen susto se llevó con la novicia de San Plácido; aunque, gracias al regio desconcierto, debamos los demás que encargase a Velázquez un cristo que es “El Cristo” que tenemos en El Prado. Muchas más leyendas hay de semejante enjundia. Como ésta, también conocida:

Tuvo Su Majestad desahogo con una hermosa joven a la que entregó cuatro doblones en pago de su disfrute. Luego ocurrieron el tiempo y otras cosas, y en el transcurso de aquél se cruzó una cacería. Y allá que se fue con su espingarda de chispa nuestro real personaje (léase “real” como se quiera, y “chispa” y “espingarda” de igual modo). El caso es que había entre los lacayos uno de esbelta compostura. Al anochecer, llegóse éste al regio cuarto y, en tanto el de los Felipes se adormecía, desnudóse mujer y entró a su lecho. Lo que allí sucedió no es preciso contarlo. Sí la venganza final, sí el cumplido desagravio. Al alba, tras despedirse la que, siendo mujer bella, gentil lacayo se mostrara, arrojó a Su Real Majestad una bolsa con doscientos doblones al tiempo que le decía: así pago yo a mis cortesanas.

A esto llamo yo una lección real de gallardía.
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Comentarios

  1. Qué barbaridad, Antonio. Pero vamos ¿no se da uno cuenta de si es hombre o mujer con quién se está y tiene capacidad para, ejem, retroceder? ;-)

    En fin, y eso que era un Austria, llega a ser un Borbón ... y no sé qué podría haber ocurrido de más. Seguramente que no le paga...

    Si nos ponemos a reyes, siempre los Austrias, la verdad, dónde va a parar un borbón, nada, nada.

    Un abrazo y un beso

    Aurora noctámbula

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  2. Se dio cuenta, Aurora, de que era "una", de lo que no se enteró fue de la "una" que era. O tal vez sí, cuando con el pago recibió la afrenta y su memoria.

    Y, por supuesto, los Austrias. Bueno, los dos primeros porque los tres siguientes...

    Gracias, y un beso.

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  3. Desde luego, hay quien no vale ni para pagar.
    Estoy muy de parte de la dama.
    Un beso mucho más noctámbulo.

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  4. No conocía la anécdota, y a la mi fe que es buena, amigo Antonio. Aunque me temo que es de las que no se pueden contar a los alumnos, en estos tismpos de estulticia, no vaya a ser que algún padre o madre nos denuncie...
    Un abrazo.

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  5. Yo también, Olga, estoy con la joven, que era dama, como bien deduces. De ahí el insulto de los cuatro doblones; por ello el desprecio de los doscientos y ese llamar cortesana al que debía ser rey. La verdadera reina en la historia es la dama; y la meretriz, el monarca.

    Un beso de medio-sábado.

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  6. Jajaja… Tienes razón, Juan Antonio, vivimos tiempos de mojigatería académica y despendolada permisividad social. Se criminaliza la palabra y se santifica el acto. Tal parece que nos queremos más instinto y menos conocimiento.

    La anécdota la divulgó Antonio de Brunel, aquel caballero francés que recorrió España por los años de este cuarto Felipe. Y la recoge, entre otros, Tomás Borrás en “Madrid. Leyendas y tradiciones” (Vassallo de Mumbert. Madrid 1973).

    Gracias, feliz Semana y un abrazo.

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  7. jajaja ¡ Cuidadiño donde te escapes !
    ¡ Hum...! el comercio de la carne...

    Un beso Real

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  8. ¡El más antiguo comercio del mundo, Veridiana¡

    Debo reconocer que los hombres (varones, en este caso), llevemos sangre azul o roja, somos bastante elementales. Bueno, hay excepciones.

    Un caballeroso beso.

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  9. Me hace gracia la salida de Juan Antonio y tu respuesta. Pero por real... que no Real. "Ehhhcucha papi lo que dice el profe..." Y el papá ( o mamá... da igual) que se lleva las manos a la cabeza... y la criatura que se las sabe todas y dobladas y ya está de vuelta de la anécdota del Rey y la cortesana.¿O la "reina" y el "Cortesano"?.

    Como dice Aurora... y eso que era un Austria.

    Un saludo dominguero

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  10. En efecto, Sunsi, aunque en este caso sea una hiperbólica ironía, lo cierto es que vivimos una doble moral patética que tiene siempre en el punto de mira las palabras (sobre todo las del profesorado) y bajo una absoluta indiferencia (o manifiesto aplauso) la impresentable sociedad que estamos haciendo.

    Un saludo de estreno, que es Domingo de Ramos.

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  11. Los reyes han sido siempre muy malos puteros, especialmente los Austrias finales. En realidad, no fueron buenos en casi nada.
    La anécdota es estupenda, pero llamarle cortesana al rey es un desprestigio para las cortesanas...

    Un abrazo.

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  12. Jajaja… Es verdad, Octavio, en este caso, todo un “desprestigio”. Y ya que has venido, te confesaré una cosa: estuve a punto de dedicarte esta entrada. Pero pensé que se podía malinterpretar y no me decidí: acababa de leer tu “Debora-me” y me pareció que la dedicatoria podía resultar confusa.

    Gracias por tu visita, y un abrazo.

    P.S.: Te diré, de paso, que tu “Repesca canalla” fue una espléndida antología y la seguidilla del SMS, simplemente, genial. No te comenté nada porque entré cuando tú ya te habías ido al “Debora-me” traidor para "amortiguar memorias".

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