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Desde hace algunos días, en esta habitación en donde escribo, el Sol se pone por el Este. A eso de las nueve menos cuarto, por su ventana, que da a Oriente, la certidumbre de un sol inexplicable rompe mi oscura austeridad. No se trata de ninguna revolucionaria distracción astronómica. No se ha decidido el mundo (por desgracia, supongo) a rotar en sentido diferente a su secular costumbre... Es una tontería momentánea, una ilusión especular que viene del sexto piso de un edificio frontero que está a unos doscientos metros de mi casa. Un balcón, los cristales de un balcón… Un solar y provisional rapto.
Cualquiera que me conozca un poco aventurará fácilmente cómo va a terminar este asunto.... Porque me estoy acordando de Platón y de su, por unos y por otros –por mí también, claro está–, manoseada caverna. Porque si yo estuviera encerrado siempre aquí; si sólo desde aquí pretendiera hacerme yo una idea de cómo van las cosas del cielo; sí únicamente pudiera ver ese sol estrafalario a esta hora en estos días del año, tendría que concluir, empíricamente y con toda la razón del mundo, que a mediados de junio, en las fronteras calurosas del verano, el día tiene el capricho de atardecer por el Este. Un universo errático y tarambana, un cosmos sin orden ni concierto… O, mejor aún, un universo bajo el antojo de una decisión incomprensible.
Y es que un platónico de bien siempre piensa que el empirismo sólo puede conducir al caos porque la sabiduría está de un lado diferente al que dicta la experiencia de las cosas. Hacer de ésta el testimonio de la verdad es arruinar la voluntad de aquélla. El sabio no puede conformarse con lo que ve, huele, toca o constata. El sabio tiene que ir más allá. Siempre más allá.
Pero los sabios de nuestros días andan demasiado ocupados en la inmediatez borrosa de sus aciertos empíricos. Lo que está muy bien para que no nos muramos… de gripe, por ejemplo. Pero no sirve de nada para que no nos muramos sin verdad...
O sin razón de haber vivido.
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Cualquiera que me conozca un poco aventurará fácilmente cómo va a terminar este asunto.... Porque me estoy acordando de Platón y de su, por unos y por otros –por mí también, claro está–, manoseada caverna. Porque si yo estuviera encerrado siempre aquí; si sólo desde aquí pretendiera hacerme yo una idea de cómo van las cosas del cielo; sí únicamente pudiera ver ese sol estrafalario a esta hora en estos días del año, tendría que concluir, empíricamente y con toda la razón del mundo, que a mediados de junio, en las fronteras calurosas del verano, el día tiene el capricho de atardecer por el Este. Un universo errático y tarambana, un cosmos sin orden ni concierto… O, mejor aún, un universo bajo el antojo de una decisión incomprensible.
Y es que un platónico de bien siempre piensa que el empirismo sólo puede conducir al caos porque la sabiduría está de un lado diferente al que dicta la experiencia de las cosas. Hacer de ésta el testimonio de la verdad es arruinar la voluntad de aquélla. El sabio no puede conformarse con lo que ve, huele, toca o constata. El sabio tiene que ir más allá. Siempre más allá.
Pero los sabios de nuestros días andan demasiado ocupados en la inmediatez borrosa de sus aciertos empíricos. Lo que está muy bien para que no nos muramos… de gripe, por ejemplo. Pero no sirve de nada para que no nos muramos sin verdad...
O sin razón de haber vivido.
La experiencia está llena de trampas y nuestros sentidos llenos de limitaciones.
ResponderEliminarLa verdad sólo está llena de misteriosas ideas que hay que nombrar;-)
Un beso, Antonio.
No voy a tener muchas oportunidades de conectarme en los próximos días, y me encanta dejarte con Platón, tan buen amigo tuyo.
Hasta la vuelta.
Gracias, Olga, y mucha suerte. Te envío un Platón portátil, que sirve y funciona igual que el otro.
ResponderEliminarUn beso, y hasta pronto.
Estupenda entrada, Antonio. Y esas "desviaciones" (aunque sean ópticas) del curso natural de las cosas vienen bien de vez en cuando. De cuántas desviaciones así se nutre la literatura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Desde luego que vienen bien, Antonio; sin ir más lejos, “La Comedia” de Dante y el “desviado” modelo de la cosmología medieval. El hombre dispone de la literatura y del arte en general para convertir en imprescindible cualquier cosa de que trate.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Cuanto más examino el universo y estudio los detalles de su arquitectura,más pruebas hallo de que el universo debe de haber sabido de algún modo que veníamos.
ResponderEliminarFreman Dyson
Un beso que sale del Norte.
La vida está llena de sorpresas, justamente estos dias estaba yo contemplando este mismo fenómeno, aunque la causa no era ningun balcón, sinó el envés plateado de un gran rótulo de carretera a unos 250 metros de la masia en la que estoy pasando estos dias de calores tòrridos, pero donde al menos por la noche refresca.
ResponderEliminarLo que no se me ocurrió,claro, es interpretar tal efecto óptico a la luz de la filosofia. Verbalizar tal reflexión en el blog con la maestria que te caracteriza, con el punto justo de ironia, es un privilegio para los que lo seguimos con asiduidad.
A mí sólo se me ocurrió decir: ooohhhh! y poca cosa más...
Quien sabe si situando unos cuantos macroespejos orientables en el espacio, podriamos ahorrar algo de energia en invierno, aunque el coste quizá seria excesivo.
Mejor lo dejamos todo tal como está, y continuamos atentos a esas "desviaciones" siempre oportunas para hacerlas imprescindibles mediante el arte y la literatura como dices.
Yo también creo, Veridiana, que el universo nos estaba esperando. Es más, como he dicho otras veces (“El universo insensato”, en “Al atardecer”, 25 de marzo de 2007), pienso que sería absolutamente menesteroso sin nuestra presencia. Probablemente, entonces, su única verdad esté en nosotros. Más o menos lo que dice el “principio antrópico”.
ResponderEliminarGracias por la oportuna cita.
Un beso reflejado desde el centro.
P.S: ¡Aún no he podido hacerme con la revista!
Pues no anda nada errada la idea de los espejos, Montse. Arquímedes pensó un aprovechamiento parecido, durante la defensa de Siracusa, para hacer arder las naves romanas. Para que veas que tú también “sacas punta reflexiva” a las cosas.
ResponderEliminarGracias por la visita, y un saludo.
El curso que viene monto en casa un seminario de filosofía con un gripo reducido de 2º de Bachillerato. Me voy a preparar a fondo. Y este texto me lo guardo como una reliquia. Con él entenderán a Platón y qué cosa es esa de la realidad aparente y por qué puede o no puede ser la verdad... y el empirismo (sólo estudian Hume...).
ResponderEliminarHe disfrutado mucho de esta lectura, Antonio. Es como una linterna que entra en la caverna para poderla entender mejor.
Mil gracias, como siempre.
Te he leído con toda mi atención. Profundo post que me ha dejado en absoluto silencio... esa frase final que colocas tan modestamente es inmensa... "morir sin razón de haber vivido".
ResponderEliminarY en mi mente se dibujaron unas manos vacías. Y pensé que la razón de haber vivido pudiera bien estar simbolizada en esas manos. Vacías.
Y luego mi pensamiento se fué por otros derroteros; morir sin haber rozado la infinitud de una mirada, morir con las manos llenas de proyectos personales, morir sin un espacio para el vacío, el vacío que nos dejo todo aquello que dimos a los otros. El vacío como posible razón de haber vivido.
Hoy, que siempre queremos morir a manos llenas, nos olvidamos de lo importante... de la razón de haber vivido.
Me ha encantado volver a leerte.
Gracias.
Por el regreso.