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Creo que es en Las cuatro plumas; un veterano de la batalla de Balaclava enuncia su gloria: Cañones, cañones, cañones… Y aquí estaba yo. Tal vez me equivoque y la cita proceda de La carga de la brigada ligera. A fin de cuentas, aquellas palabras rodean el mismo hecho; incluso puede que ni siquiera sean ésas, exactamente, las que dice el viejo soldado. Da lo mismo: la memoria a veces nos traiciona, quizá siempre. Y además, yo no pretendía hablar de cine, sino de otro espectáculo. Yo iba a hablar del hombre vulgar, ése que ejerce oficio de ausencia en el tiempo por no tener ni crónica ni hazaña, ése que sólo ocupa un rincón en los días. Yo iba a hablar de pequeñas vanidades y recoletos momentos; tal vez, de insignificantes grandezas. En realidad, yo iba a hablar del derecho a ser anécdota, como si se tratara de un destino de humana generosidad que aun sabiéndose intrascendente, se advierte imprescindible.
Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones ante sí…
No, esto no es de Las cuatro plumas; esto aparece en La carga de la brigada ligera. En la película y en el poema. Seiscientos jinetes entre húsares, dragones y lanceros. Sin ellos, sin éstos u otros insignificantes seiscientos, Tennyson no habría tenido sobre qué escribir. "Sucederían otras cosas –protestarán los más recalcitrantes– habría otras seiscientas anecdóticas circunstancias que justificaran los versos de Tennyson…" Sin duda, pero tendrían que haber “existido”. Sin la insignificancia no puede ser la grandeza. De vez en cuando, ésta tendría que darnos las gracias: somos su anécdota, pero sostenemos su posibilidad.
Cañones, cañones, cañones… ¡Y aquí estaba yo!
Me encanta esta afirmación de rebelde y pequeño orgullo: ¡Aquí estaba yo! Se me antoja enorme la anécdota que se contenta con acompañar (¿permitir?) la hazaña.
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Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones ante sí…
No, esto no es de Las cuatro plumas; esto aparece en La carga de la brigada ligera. En la película y en el poema. Seiscientos jinetes entre húsares, dragones y lanceros. Sin ellos, sin éstos u otros insignificantes seiscientos, Tennyson no habría tenido sobre qué escribir. "Sucederían otras cosas –protestarán los más recalcitrantes– habría otras seiscientas anecdóticas circunstancias que justificaran los versos de Tennyson…" Sin duda, pero tendrían que haber “existido”. Sin la insignificancia no puede ser la grandeza. De vez en cuando, ésta tendría que darnos las gracias: somos su anécdota, pero sostenemos su posibilidad.
Cañones, cañones, cañones… ¡Y aquí estaba yo!
Me encanta esta afirmación de rebelde y pequeño orgullo: ¡Aquí estaba yo! Se me antoja enorme la anécdota que se contenta con acompañar (¿permitir?) la hazaña.
Antonio, qué recuerdos, las cuatro plumas, y después la serie de Beau Geste, ...
ResponderEliminarParece mentira cuánto hace, hoy los voy a buscar y releer. ¡Y aquí estaba yo!
Un abrazo
En efecto, Capitán, ¡qué recuerdos…! Ideales para ser recuperados en la tarde nublada de un sábado cualquiera de noviembre. Aquí, hoy sin ir más lejos.
ResponderEliminarGracias: nos hemos encontrado en la memoria.
Un abrazo.
Tus cuatro últimas entradas estan llenas de la acostumbrada nostalgia con la que lamentas, entre otras cosas, la insignificancia de nuestra existencia sobre la tierra.
ResponderEliminarA veces pienso que tus reflexiones podrian servir para una especie de ejercicios espirituales de otoño, y considerar nuestra fragilidad, nuestra pequeñez, el hecho de "ocupar sólo un rincon en los dias", como una necesaria meditación profunda, para admitir que somos seres vulgares y comparsas de la comedia humana, sin más.
Qué bien me sientan tus frases:
"Sin la insignificancia, no puede ser la grandeza..."
"..destino de la humana generosidad, que aún sabiéndose intrascendente, se advierte imprescindible".
Siempre lúcido, sin rencores ni amarguras, sólo constatando la realidad, genial Antonio,eres grande!
Un abrazo.
Me gustaba mucho "Las cuatro plumas", la película antigua, no la más reciente. Y "Los duelistas" ¿la has visto, Antonio? Qué cosa la del orgullo ese del que hablas. Y el valor también, ese valor... No sé, suena como antiguo todo a veces.
ResponderEliminarUn abrazo y un beso
Aurora
Sabes Antonio, los libros Las Cuatro Plumas, Beau Geste, Beau Ideal y Beau Sabreur eran de mi padre, los disfruté yo y los acabo de sacar del estante para que los lea mi hijo.
ResponderEliminarQué recuerdos.
Un fuerte abrazo
"Permanece a mi lado,
ResponderEliminarcuando a mi frágil cuerpo le atormenten dolores y alcance la verdad.
y el tiempo maniaco siga esparciendo el polvo,
y la vida siga arrojando flamas".
¡ Tú ,nunca serás vulgar !
Un beso explosivo en esta tarde nublada.
Muchas gracias, Montse. Siempre tan amablemente excesiva. Lo cierto es que uno sabe a la perfección su lugar en la anécdota. Yo también, como ese viejo soldado, soy un contador de “batallitas”. Pero conste que no lo lamento, lo que me convierte en igualmente vanidoso. Nada grande, desde luego.
ResponderEliminarUn afectuoso saludo.
Me ha picado la curiosidad y he buscado los versos originales de Tennyson, que me permito copiar en parte:
ResponderEliminarCannon to right of them,
Cannon to left of them,
Cannon in front of them
Volley'd and thunder'd;
Storm'd at with shot and shell,
Boldly they rode and well,
Into the jaws of Death,
Into the mouth of Hell
Rode the six hundred.
Tienes razón, cuánta grandeza sacó el poeta de esos seiscientos jintetes anónimos.
Un saludo.
Ay, Aurora, me has hecho recordar algo que, cariñosamente, me dijo en cierta ocasión una buena amiga: "tú no eres viejo, eres antiguo". Creo que me lo tomé tan en serio, que desde entonces no cumplo años, sino eras.
ResponderEliminarNo, no he visto "Los duelistas", pero, por lo que he oído de ella, creo que me habría gustado (además tengo entendido que se "machacan" a sable y pistola: mis dos armas de toda la vida). En todo caso, tienes razón en eso del "sonido antiguo". No todo, desde luego, pero algunas cosas pasadas creo que se echan de menos.
Gracias, y un beso.
Es tarde otoñal al fin. Crepita en la chimenea un bien articulado fuego de encina y en el azul de Internet tu bitácora, asimismo bien articulada y encendida.
ResponderEliminarPerdona que trate, solo trate, de ser un poco pedante (?); no lo soy y me divierte.
He paseado por tu blog, ratón arriba, ratón abajo, y me he sentido cómodo. (Me ha llamado la atención ese cruce de espadas con el misterioso "caballero", no sé si ficción, alterego o sañudo a la par que cordial enemigo.)
Si no hay inconveniente, me gustaría volver.
Me quedo saboreando frente al hogar tus versos:
"Es sólo un dios confuso
empecinado en ser y equivocarse.
Un afán distraído, un verbo inútil.
¡Un error que se atreve a ser belleza!"
¡Qué bueno!
Lo que son las cosas, Capitán: yo estuve a punto de dedicar esta entrada a mi padre que fue quien primero me habló de “Las cuatro plumas”, “Beau Geste, “La carga de la brigada ligera” y otros muchos “argumentos de autoridad” (estos sí) del tiempo y del hombre. Qué bien, tu hijo los podrá disfrutar igualmente.
ResponderEliminarUn abrazo.
También un gran (en el doble sentido de la palabra) poema, ése que citas, Veridiana. Y agradezco a tu hechicería que me salve de la vulgaridad. ¡Qué haría yo sin los dioses! (diosas, en este caso).
ResponderEliminarUn beso desde mi anécdota.
Exactamente, ésa es la referencia original, José Miguel. Y, en efecto, sacó grandeza sin personalizar el heroísmo, que ni siquiera tiene nombre, que sólo tiene número. Seiscientos para una empresa que, en el fondo, no fue determinante. Tennyson la hizo grande; los seiscientos, posible.
ResponderEliminarGracias, y perdona el retraso del comentario: me han arrancado de la mesa para ir a Carrefour, donde había mucho más de seiscientos anónimos compradores frente a una batería alineada de cajeras.
Un saludo.
Lo primero, Julio, pedirte disculpas como a José Miguel: estaba yo tan contento respondiendo a mis buenos amigos y, ¡hala!, de pronto, el desconcierto de los hipermercados.
ResponderEliminarLo segundo que, por supuesto, será un placer que “vuelvas” cuando y como se te antoje.
Lo tercero (parece la lista de la compra: natural, viniendo de donde vengo) que lo de “pedante” es una broma, ¿no?
Y para terminar, que muchísimas gracias por tus palabras.
Un saludo.
P.S.: El "caballero" -inactual se apellida- es un robo descarado de un título de Azorín que me quedé para hablar conmigo mismo cuando me canso de hacer tonterías. Claro, que él hace otras.
La vida es una sucesión de anécdotas, no hay una gran historia que no esté hecha de ellas, de momentos(grandes, enormes)en los que nos sentimos vivos. Cañones... y ahí estaba yo. La vida nos circunda y nos pone entre cañones, entre amores, entre amigos... a mí me gusta que Julio y el caballero se conozcan. Yo siempre le sonrío cuando se va y espero que vuelva. (creo que ya me reconoce). Qué otra cosa se puede hacer con él.
ResponderEliminarEl caballero se iba nuevamente... y ahí estaba yo (sonriéndole;-)
Un hombre hacía un extraño zumo de naranja... y ahí estaba yo (in-comprendiéndole;-) Pero me daba igual.
Un beso para vos.
Por supuesto que te reconoce, Olga: recuerda aquel esbozo de sonrisa agradecida que dijo que te merecías… Aunque entonces aparecías como un “Anónimo” que se firmaba Betty B y vivía “entre facturas”. Tu lugar era otro. “Desajustes esporádicos del espacio-tiempo”, según él me dijo, que acabaron por corregirse.
ResponderEliminarY allí estábamos él y yo, para luego poder “presumir” de haber estado donde empezabas…
Un beso.
Antonio. Ni idea de la peli. Así que me quedo con el jugo que le has sacado.
ResponderEliminar" Yo iba a hablar del hombre vulgar, ése que ejerce oficio de ausencia en el tiempo por no tener ni crónica ni hazaña, ése que sólo ocupa un rincón en los días."
Nada sería algo ... todo sería vacío, un camino con precipicio a la vuelta de la esquina sin el camino que que se apoy en todos los que no se djan ver. A mí me parecen héroes los que hacen y se callan... los que sólo saben escribir prosa de momentos aparentemnte ordinarios. Pensaba ahora en algunas madres de familia en peligro de extinción. Hazañas para cuadrar un presupuesto con menús equilibrados; escuchar cuando los hijos necesitan hablar... Estar...Y cuando se van, saber desaparecer.Y enseñar a saber convertir las paredes en un hogar. Ver desde lejos cómo se abren camino con la mochila llena de recursos. Y poder decir... Ahí estaba yo, mientras la iban llenando. Benditas anécdotas, Antonio.
La prosa de todos los días.
Gracias, profesor.
Benditas y orgullosas, Sunsi, porque, como bien dices, sin ellas no seria nada. Los icebergs emergen en el océano gracias a esas tres cuartas partes de hielo sumergidas. Se merecen algo, digo yo, que ya está uno harto de operetas históricas.
ResponderEliminarGracias, y un saludo.