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Lo escribí y dejé colgado de un “atardecer”, tal día como hoy, hace dos años. Lo recupero por capricho y coincidencia; a mí es que la noche del 2 de enero me sigue gustando mucho. Modifico, por lógica, la hora y el año del último párrafo y me permito la compañía de Chopin en manos de ese jovencísimo maestro que es Yundi Li.
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No se oyen gritos, ni frenazos, ni alaridos, ni petardos, ni arcadas, ni sirenas, ni bramidos… No se ven montones de humanidad ni comas etílicos; ni hordas asfixiadas en vinos espumosos; ni envases ni papeles ni suciedad por las aceras, ni borrachos orinando al amor de una farola… No se huelen perfumes espesos hasta el vómito, ni alientos de tabaco mezclados con carmín y eructo de champán. No se roza el sudor de un abrazo artificial, ni se engulle el vigésimo polvorón para empapar la inundación obligatoria… No pasa nada, no se oye nada, no se ve nada... Si acaso alguna estrella entre la bruma alta, si acaso el ladrido solitario de un perro en la lejanía.
Es la noche más hermosa, la de sus auténticos amantes, no la de ésos que se lo llaman cuando lo único que pretenden es que deje de ser noche. Porque los amantes de verdad son súbditos de su objeto: lo aman como es, no en modo diferente. No quieren convertirlo en otra cosa, no quieren alterarlo ni transformar su encanto. En la noche se ama el misterio, el silencio, la inmensidad, el decorado infinito de las preguntas, la belleza inquietante de su desamparo… Pero hay mucho proxeneta de su embrujo, mercaderes que la disfrazan de día espurio y venden en las ciudades su inefable fascinación. ¡Mala gente que comercia con la belleza y la embadurna de innecesarios afeites!
Pero hoy no, hoy libra la noche su hermosura: los tenderos, traficantes y profanadores están exhaustos. Agradecida y sola, oigo que no la oigo al otro lado de la ventana; fría sobre los árboles desnudos de este recién invierno, bella como la paz que un soldado celebra a pesar de sus heridas.
A las dos y cuarto de la madrugada del dos de enero del año dos mil diez… Otra vez, o siempre, dedicado a ti, la noche más hermosa.
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No se oyen gritos, ni frenazos, ni alaridos, ni petardos, ni arcadas, ni sirenas, ni bramidos… No se ven montones de humanidad ni comas etílicos; ni hordas asfixiadas en vinos espumosos; ni envases ni papeles ni suciedad por las aceras, ni borrachos orinando al amor de una farola… No se huelen perfumes espesos hasta el vómito, ni alientos de tabaco mezclados con carmín y eructo de champán. No se roza el sudor de un abrazo artificial, ni se engulle el vigésimo polvorón para empapar la inundación obligatoria… No pasa nada, no se oye nada, no se ve nada... Si acaso alguna estrella entre la bruma alta, si acaso el ladrido solitario de un perro en la lejanía.
Es la noche más hermosa, la de sus auténticos amantes, no la de ésos que se lo llaman cuando lo único que pretenden es que deje de ser noche. Porque los amantes de verdad son súbditos de su objeto: lo aman como es, no en modo diferente. No quieren convertirlo en otra cosa, no quieren alterarlo ni transformar su encanto. En la noche se ama el misterio, el silencio, la inmensidad, el decorado infinito de las preguntas, la belleza inquietante de su desamparo… Pero hay mucho proxeneta de su embrujo, mercaderes que la disfrazan de día espurio y venden en las ciudades su inefable fascinación. ¡Mala gente que comercia con la belleza y la embadurna de innecesarios afeites!
Pero hoy no, hoy libra la noche su hermosura: los tenderos, traficantes y profanadores están exhaustos. Agradecida y sola, oigo que no la oigo al otro lado de la ventana; fría sobre los árboles desnudos de este recién invierno, bella como la paz que un soldado celebra a pesar de sus heridas.
A las dos y cuarto de la madrugada del dos de enero del año dos mil diez… Otra vez, o siempre, dedicado a ti, la noche más hermosa.
Hermosa entrada, Antonio. Frente a esta noche, la otra, la "antinoche". Ahora voy a eschuchar vídeo. Un abrazo.
ResponderEliminarLa del dos de enero es una noche relajante.
ResponderEliminarGracias, Antonio.
Mea culpa por ese "eschuchar" tan cacofónico. Las manos de Li no tocan, acarician. Empiezas bien el año.
ResponderEliminarAy, Antonio, no sabes cómo es la noche del 31 o 1, es igual, en mitad del campo, cuando no se oye nada, ni tu respiración. Acabo de venir del Corte Inglés y he pensado que el infierno debe de ser así más o menos (lástima de Dante, hombre): gente a tutiplen intentando cambiar el regalo que les dieron por Navidad.
ResponderEliminarFeliz año nuevo en cualquier caso, amor y literatura, qué menos...
Querido Antonio, haces hermosa la noche incluso a medio día.
ResponderEliminarUn beso.
La “criatura”, como ya sabes Antonio, nació en 1982, y este vídeo parece que es del 2006; es decir, tenía 24 años. Me parece una combinación de lujo: su joven sensibilidad oriental hoy y la nuestra de ayeres postergados reconociéndose por encima del tiempo. Eso es para mí “alianza de civilizaciones” (preferiría decir “culturas”), y no la irreconciliable armonía de barbaries que parecen pretender algunos. Pero, naturalmente, esto exige tener claros algunos horizontes del ser humano.
ResponderEliminarSí que lo sé, Aurora, por eso hablo de los “…mercaderes que la disfrazan de día espurio y venden en las ciudades su inefable fascinación.” Aunque hay otro modelo de ciudad que no tiene que ver con este aberrante ensayo de nuestros días.
ResponderEliminar…Y que no falte lo que dices.
Un beso.
¿Has oído a Chopin, Olga?... Eso sí que es hacer bella la noche en cualquier momento.
ResponderEliminarGracias, y un beso.
Virtuosismo, técnica, sensibilidad.
ResponderEliminarUn beso quedito.
Así es, Veridiana, justo como lo defines.
ResponderEliminarUn beso piano, piano...
Me ha gustado mucho esta entrada, Antonio. La leo y comento con mucho retraso.
ResponderEliminarQué contraste, ¿verdad? Dos noches al fin y al cabo. Pero la del 31, que cierra el año, la han maltratado mucho. Ella, tan anciana, no tiene la culpa. La hemos estropeado con tanto artificio y rituales que la matan antes de que muera el año.
Serena noche la del año recién nacido. No había caído en su hermosura. Merece esa música de Chopin.
Gracias, Antonio
Gracias a ti, Sunsi. Como digo, a mí me gusta mucho la noche (entenderás por qué tanta imaginaria). La de verdad, claro.
ResponderEliminarUn saludo.