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Love story

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Fue a finales de agosto, del último agosto, en algún lugar de Portugal. Lo encontramos al volver al hotel. Tendido, serio, melancólico; con esa mirada que se intuye en la foto y ponen los perros cuando están tristes. En el hotel había dos huéspedes que tenían una hermosa y canina dulcinea. Y el pobre, un chucho andante, un cuadrúpedo caballero de incontables y jamás sabidas hazañas, había caído en las redes de su natural encantamiento. Lo acaricié mientras pensaba en las crueldades de la química. Porque lo decimos así, seriamente, con arreglo al canon de los laboratorios: alteraciones hormonales, complicados procesos químicos a los que el circunstancial azar en que se produjeron les permitió mantener esta o aquella especie. Científicamente hablando, así es “el amor.”

Pero la pregunta es por qué la química no se limita a ser química, por qué tiene que empeñarse en otra cosa. Para la funcionalidad y la eficacia no se necesita nada más que la acción y la reacción. Si un programa antivirus detecta un huésped malintencionado en mi ordenador, lo elimina si puede, o sucumbe si no. Le sobra sentirlo, le es perfectamente prescindible cualquier género de malestar, o su contrario, para hacer lo que debe. ¿Para qué necesitan entonces las eficacias físico-químicas que su soporte biológico sufra o disfrute con lo que le pasa? ¿Qué aporta al correcto funcionamiento de la maquinaria de la vida la conciencia rudimentaria y triste de ese pobre perro?

Al principio del libro III de sus Principia Mathematica, enuncia Newton las Reglas para filosofar, que en realidad son el andamiaje que lleva poniendo la ciencia desde 1687 para levantar su incontestable edificio. En la primera de aquéllas, escribe el genio de Woolsthorpe: …la naturaleza nada hace en vano, y vano sería hacer mediante mucho lo que se puede hacer con poco. ¿No es “hacer mediante mucho” meter la conciencia y el sentimiento en las calibradas reacciones que la química desarrolla? ¿Para qué añade la naturaleza tan innecesario adorno de gozos y sufrimientos al racimo azaroso de sus procesos selectivos? ¿No funcionaría con igual precisión si, como mi ordenador, no tuviera la más remota ni emocional idea de por qué hace o le pasa lo que tiene que hacer o pasarle?

Esta rara voluntad por saber de uno mismo, que no parece existir en los líquenes, que presumimos en las moscas aleteantes caídas en la tela de araña, que sentimos en la mirada metafísica de un perro físicamente en celo, que estalla de modo espectacular en la palabra, en la música, en todo el Arte, dolor y alegría que lleva esparcido el hombre desde que mordió la luz; este exótico afán ¿no es señal de otra cosa?, ¿no es un renglón oculto de la vida que hemos desechado por no encajar en la hybris de nuestra precaria y triunfante sabiduría?

Porque, o es como digo, o la primera regla de Newton se engaña y no es cierto eso de que “la naturaleza nada hace en vano.” Y si algo es "en vano", puede serlo cualquier otra cosa… Hasta lo que pensamos que no lo es.

Aunque, tal vez, lo único vano sea la vanidad de la conciencia humana, que siempre se ha creído mucho más de lo que el robo prometeico le permitía.

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Comentarios

  1. Una vez leí (y por supuesto no recuerdo dónde;-) algo parecido a lo que decía Newton. No decían que la naturaleza no hacía nada en vano, sino que la naturaleza era, en el fondo, bastante más cicatera de lo que nos creíamos... salvo para perpetuarse a sí misma. Los ciclos hormonales, la explosión de la primavera y las miradas lastimeras del cuadrúpedo caballero llevan en toda la frente el sello de hierro de la continuidad natural. En el caso del hombre, si el asunto moviese sólo su cuerpo, hace tiempo que la especie se hubiese acabado. El amor, el desamor, parecen involucrarle sentimental y personalmente en esa aventura. Tiene que importarle para que todo funcione. Creo que con la explicación pretendían quitarle misterio al asunto. A mí, sin embargo, eso me parece lo milagroso, Dios parece conocer tan bien al hombre que lo más increíble, al final, es que no exista. Y si existe, el amor tiene sentido en la naturaleza, incluso como elemento ordenador, aunque su manera de ordenar las cosas sea un poco rara y produzca extrañas miradas tristes como las de tu cuadrúpedo andante.
    Luego me dirás metafísica y cosas peores, pero tengo toda la razón;-)
    Un beso.
    Me ha encantado este texto.

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  2. “Metafísica”, Olga, sin duda; y no hay “cosa” mejor que serlo. Para mí, claro, como ya sabes.

    Esa regla de Newton ya la enunció Ockham con otras palabras, siglos atrás, y hace mucho que está en el inconsciente de casi todo el mundo. Por supuesto que hay quienes la discuten (Leibniz, por ejemplo; incluso, algunas “derivaciones” de la física cuántica que hacen posible lo múltiple y paradójico), pero la “fe popular” sigue estando del lado de lo simple; yo creo que por pereza de contar con variables sobre las que nos moveríamos con molesta incertidumbre. Y conste que este principio no se detiene ante nada: los hay que también explican el “adorno” del sentimiento desde su acomodada elementalidad. Pero ya sabemos que las hipótesis “ad hoc” han existido siempre. Y siempre las ha utilizado el hombre para no “estropear” las teorías que más o menos le funcionaban. Casi todos elegimos las autopistas, monótonas y aburridas, para llegar a nuestros destinos; sólo unos pocos chiflados eligen las tortuosas carreteras comarcales. Aunque, naturalmente, son los únicos que disfrutan de paisajes mucho más espectaculares.

    Muchas gracias, metafísica Olga, y un beso.

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  3. La vida es un juego y siempre,si tenemos alguna duda,podemos elegir.

    Yo soy una chiflada,que me gustan las carreteras tortuosas,y además de disfrutar,también puedes sufrir lo indecible.
    La tecnología hoy está muy presente,y es algo maravilloso,¿como podría yo saber de tu imaginación?.
    Hay razas de perros que tienen expresión de cansados y tristes.Tal vez el de tu hotel no viviera mal...y pudieran ser tus dudas existenciales.

    Un beso espiritual... No, terrenal.

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  4. No tengo nada en contra de los besos terrenales, divina Circe, entre otras cosas porque, a pesar de Platón, estoy convencido de que la espiritualidad es el “renglón oculto” de la terrenalidad. Tampoco lo tengo en contra de la tecnología de la que, por cierto, hago ejemplo de eficacia sin complicaciones espirituales que valgan. Lo que me molesta es el reduccionismo y el no intentar leer entre líneas. Cuando Copérnico y Galileo, a quienes hoy tanto admiramos, se andaban peleando con los geocentristas, estaban leyendo en el cielo renglones insensatos; porque lo sensato, lo a todas luces evidente, era la danza del Sol y demás astros frente a la contemplativa quietud de la Tierra. La sensatez es fundamental, pero también lo es la locura de no quedarse siempre en su aprisco.

    En cuanto al reduccionismo, es enormemente peligroso porque es profundamente totalitario: nada como reducir la vida a simples (o complicados) intercambios y alteraciones moleculares para que, a la vuelta de unos años, nos encontremos el planeta habitado por dos tipos de estupidez complementarios:

    a) La científico-comercial, donde la vida y el hombre tendrán el precio de sus componentes intercambiables.
    b) La científico-litúrgica, tras las catedrales de sus laboratorios, dictando los mandamientos del individuo sano y del ciudadano “de bien.”

    He dicho “dos tipos”, aunque sé que habrá más. Pero me cansa hablar de la “asfixiante esclavitud” que viene (si no ha venido ya)… Convendría releer Un mundo feliz. Convendría.

    Un beso, terrenal, espiritual, material, inmaterial… En fin, como gustes.

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  5. Un beso,sin más...querido amigo.

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  6. ...Sobre todo porque precipita en metaquímica.

    Gracias, Alejandro.

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