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Aburrimientos gloriosos

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Esto es una anécdota. Real, en el sentido real de la palabra. Ocurre en una clase de 2º de bachillerato. Historia de la Filosofía para ser exacto. Uno –este uno, impersonal y ajeno, es el docente– en días inmediatos debe hablar de Descartes. Para despertar el aplauso ante la razón, osada y libre, de que arranca el Racionalismo, aquel ingenuo uno predica algunas pretensiones de la llamada revolución científica. Cuenta algunas cosas –pocas porque uno es poco sabio– sobre Copérnico, Tycho, Kepler, Galileo…

De Galileo va la anécdota. Uno, un uno habitualmente pesimista, sufre un relámpago de optimismo. Por un momento cree que hablar del hombre en lucha con la limitación tecnológica de su circunstancia puede ser ejemplar. Y se centra en Galileo, en el ingenio que monta para comprobar las relaciones matemáticas del movimiento de caída libre. No en lo de la Torre de Pisa, que probablemente sea un cuento, sino en la rampa por que dejaba caer bolas pulidas mientras medía, rigurosamente, el tiempo que en hacerlo tardaban. “¿Cómo se medía tal cosa en una época sin relojes electrónicos o cronómetros de precisión agobiante…?” Convencido del callado “¡oh!” o del boquiabierto “¡ah!”, aquel uno tonto dice: “con una clepsidra…” Hay una reacción de colectivo estupor ante esta palabrota, que asume el tonto del uno como algo normal (¡sólo está en 2º de bachillerato!). Inmediatamente aclara: “Usaba un depósito de agua. Abría la espita al dejar caer la bola. La cerraba en el punto de la rampa que había fijado para detenerla. Luego pesaba el agua vertida y establecía las relaciones matemáticas entre los pesos obtenidos y las distancias recorridas en la rampa por la bola. Así comprobó la validez de las leyes que ustedes han estudiado sobre la aceleración uniforme en el movimiento.”

Éste es el momento crucial de la anécdota porque es cuando el idiota del uno dispone las orejas, como un pastor alemán, para recoger un rosario de admiraciones; una especie de tácito aplauso ante la inteligencia del hombre empeñada en una hazaña. Pero no; nada de eso: después de un breve silencio, una voz despierta del alumnado para concluir: “desde luego, ese hombre se aburría mucho.”

Entonces el uno se da cuenta de que no es ni tonto ni idiota, sino un gilipollas habitualmente empeñado en decir que al mundo -que hoy sería posible- le sobran diversiones estúpidas y le faltan gloriosos aburrimientos.
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Comentarios

  1. Ésas son las perfectas.

    Gracias, Arainfinitum.

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  2. Tienes razón Antonio, no hay necesidad de gran inteligencia para darse cuenta uno de cuan grandioso resulta el empeño del ser humano para acercarse un poco más a la verdad.

    Tu siempre asombrado admirador, Avancarga.

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  3. Entre el nombre de usuario que me aparece (Inma) y el género y firma finales (Avancarga), me ha entrado una duda, más que metódica, que me complica bastante la respuesta. Lo evidente (claro y distinto en sentido cartesiano) es que agradezco mucho la visita y su palabra. De paso añado que yo, personalmente, creo más en las grandes voluntades que en las grandes inteligencias; mejor dicho, creo que las segundas son consecuencia de las primeras. Primero hay que querer (o derrochar admiración, que es más o menos lo mismo). Después de esa generosidad sucede el resto. Es lo que dijo San Agustín: “Ama y haz lo que quieras.” Lo que a mí me da pena (rabia en el fondo) es que nuestro divertido mundo haya emborronado la admiración de muchos de sus jóvenes ante las grandes voluntades que nos hicieron posibles.

    Un beso, si Inma; un abrazo, si Avancarga es quien supongo. En todo caso, gracias.

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  4. A ver si consigo hacerte cambiar de parecer, Antonio. Pongamos por caso que tengas en clase, como yo, de 25 a 35 alumnos en cada grupo de bachillerato. El que hace el comentario es uno de esos -pocos por suerte- que no han aprendido ni a aburrirse en condiciones, pero entiendo que puede haber aplauso y reconocimiento escondido tras el silencio que guardan el resto de sus compañeros.

    Aunque a lo mejor no es así y llego a ser más gilipollas de lo que tú presumes, pues pienso que eso es lo que hay detrás del silencio y las mirardas discretas de muchos de mis alumnos de Dibujo.

    Sírvate yo mismo como ejemplo. Hoy es evidente que te aplaudo públicamente en tu blog, aunque han sido muchas otras las veces que he pasado por aquí sin dejar comentario alguno... y recibiste por mi parte el mismo reconocimiento que ahora, aunque yo no te lo hiciera notar.

    Mi abrazo y sincero reconocimeinto, como siempre, don Antonio Azuaga.

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  5. Pues yo te imagino pronunciando "clepsidra" con esa voz profunda y no imagino que, al menos en tu clase, no despertara el auditorio de todo su aburrimiento. Y luego explicándola, para pasmo de mentes digitales.

    Como el mago Merlín metido a profesor por las cosas de la vida;-)

    Una gloriosa sonrisa de media tarde convaleciente (with kiss included).

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  6. Suscribo hasta la última coma del último párrafo.

    Saludos.

    Hernán

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  7. Te soltaron la frase, Antonio... Con los filósofos, por lo visto, hay dos:
    -"Lo que hace el aburrimiento"
    -"Ese tío, ¿se fumaba algo?"
    Y ya está. Esa es la GRAN CONCLUSIÓN.

    Y engarza perfectamente con otra conclusión: abúrrete un poco , chaval...Quizá te dé , así como quien no quiere la cosa, por mirar a tu alrededor... y que algo te llame la atención ... y le des alguna vuelta al tema...

    Siento que a ese "uno" le respondan con una frase tan "gloriosa".

    Un saludo, profesor...

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  8. En primer lugar, Alejandro, muchas gracias por tu amabilidad: tácita o expresa, tanto monta. Luego, que soy consciente de esos silencios que saben “admirar”, a Galileo y a cuantos “nos hicieron posibles”, y nada dicen. Un ejemplo hay algo más arriba: un alumno con el que también he hablado de armas antiguas.

    Desde luego, mi queja no apunta a mis alumnos, con los que, a pesar de lo que parece, tengo una relación excepcional. A pesar de lo que parece y a pesar de la “jefatura de estudios” que ejerzo y ellos sufren. Mi queja es de un sistema agresor que ha bombardeado su destino con horizontes perversos, que ha igualado felicidad a diversión y aburrimiento a voluntad. Puesto que en estos “docentes quehaceres” estás, sé que me entiendes perfectamente.

    Un abrazo.

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  9. “Voz profunda” y “clepsidra”, Olga, son una combinación preocupante: la voz puede ahogarse en el agua.
    Lo que sí es cierto es que una alumna de ese mismo grupo –que está a años luz de mi enorme edad–, al final de la primera clase de este curso, me dijo, con una sonrisa encantadora, que nunca había oído hablar así de la filosofía. Es evidente que aumentó el peso de mi vanidad, por más que yo fuera consciente de que el profesor de filosofía que había tenido el año anterior restaba justificación a mi gordura.

    Como ella, Olga, te pasas en generosidad; pero en tu caso, estoy acostumbrado. Y desde luego, Merlín o no, la verdad es que yo hablaba con mi ausente Rama –Merlín lo hacía con los animales–, que él me respondía, que yo lo admiraba y que de él aprendí que la verdad es humilde, sacrificada y constante. Como la mirada de un perro, siempre incapaz de aburrirse de sí misma.

    Gracias, y un beso.

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  10. El limes que pones en la última coma, Hernán, no es más que un desacuerdo amable por tu parte: en mi caso, desde luego, hay infinidad de argumentos que avalan lo que después de aquélla se dice.

    ¡Si lo sabré yo!

    Un abrazo.

    P.D. Gracias por la aclaración sobre una de tus numerosas identidades; y perdón por la descortesía que no respondió a tu correo: sabía que no podría ir, pero no cómo explicarlo. Seguro que la presentación de tu Peligro de vida (Editorial El Gaviero, Almería) gozó del aplauso que mereces.

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  11. Sé que conoces de sobra anécdotas como ésta, Sunsi. También sé que estás de acuerdo conmigo en que hay remordimientos sociales que no quieren saber de sí mismos, remordimientos que se adorna de divertidas tonterías.

    Hay responsabilidades que nunca se reclaman. Hay circunstanciales sujetos que destrozan generaciones sin que nadie les pida jamás cuentas por haberlo hecho. Hay muchas cosas que pasan inadvertidas y luego sedimentan en una “anécdota académica”.

    El hombre es el único animal que sabe hacer su historia; pero también, el único capaz de deshacerse a sí mismo.

    Gracias, Sunsi.

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  12. Querido Antonio:

    Se ha tratado de un equívoco expresivo: me refiero a que estoy de acuerdo en todo, exhaustiva y totalmente: "hasta la última coma", como en la locución "sin faltar una coma". Te doy la razón de principio a fin... y, sobre todo, en ese cierre tal que "sobran diversiones estúpidas y le faltan gloriosos aburrimientos.", con el que no podría estar más de acuerdo, como bien sabes ya.

    ¡Por lo demás, descuida! Todo salió bien: ya tendremos ocasión de vernos. Seguro. Un millón de gracias siempre.

    Un abrazo,

    Hernán

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  13. Tú,siempre tan exquisito.

    "El aburrimiento es directamente proporcional al coeficiente"

    Hoy ando enloquecida,y sin nada de aburrimiento.

    Un beso activo real.

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  14. ¡Ja, ja, ja...!

    Equívoco por equívoco, amigo mío. Sabía que estabas de acuerdo, pero creí que ponías la frontera en la coma para evitar la autocalificación de "gilipollas" que de ella se desprende.

    Un abrazo.

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  15. JAJAJAJJAJA

    En efecto, el hecho de que sólo hubiera una coma y de que tras ella te dijeras esas cosas lo enmarañaba todo.

    jajajja

    ¡Más abrazos!

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  16. Yo creo, Veridiana, que hay que desmitificar la diversión. Divertirse está bien, de vez en cuando, pero su consumo compulsivo es una aberración humana. Un hombre permanentemente divertido acaba siendo un cretino enajenado, o alienado, que es lo mismo pero se entiende mejor. Es el “pan y circo”, que ya es preocupante, reconvertido en “circo y circo”, que es simple descerebración.

    Gracias por la exquisitez de tu compañía y un beso acorde con ella.

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