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Autrefois, nous n'avions que le pavot. Aujourd'hui, le pavé.
…porque nos han echado a la calle los hijos, o los hijos de los hijos, que escribían cosas como éstas en el 68.
A mí, esto del tabaco me empieza a parecer una astracanada. Al principio lo consideré una majadería más de las muchas con que este mundo se adorna últimamente. Incluso me permití bromear con algunos amigos sobre el inevitable “paso a la clandestinidad” de cuantos somos convictos y confesos fumadores. Menos en broma, critiqué la hipocresía de un Estado que anatematiza con la diestra y exprime con la siniestra (unos nueve mil millones anuales de euros se embolsa gracias a nuestro “pecado”) a cuantos nos empeñamos en morirnos como nos sale de las narices. Claro que, si no fuésemos tan “malos” y tan salubremente “impíos”, habrían de revisarse los impuestos de otras cosas; lo que cabrearía sobremanera a los “buenos” y “saludables” ciudadanos que no fuman.
Sin duda, esto de la pureza y rectitud morales es un problema troncal –del tronco humano, quiero decir–. En los “nublados siglos de la represión” la maldad tenía que ver con el sur de la cintura, que era donde se levantaban las partes pudendas para pecar sin freno y perjudicar la salvación del alma. Sin embargo, en estos “despejados siglos de la liberación”, la lujuria abdominal –finalmente “bendecida”– se ha reinterpretado pulmonar y cardíacamente; lo que es mucho más sensato y científico ya que ahora se salva un cuerpo happy, aunque, se pongan como se pongan, acaba muriéndose igual. De ahí la necesidad de legislar (?).
En mi opinión, la injusta idiotez de esta ley se tendría que haber agotado en los noticiarios a las 48 horas de su aplicación. Pero hete aquí que llevamos ya más de una semana en su padecimiento y es difícil consultar un diario sin encontrarnos con una apostilla o un titular nuevo sobre ella... Que si éste se ha declarado en rebeldía; que si aquel otro también; que si a uno le han partido la ceja; que si al otro lo ha denunciado un vecino… El “balón de oro” se lo lleva, naturalmente, “la ministra”; sobre todo por ese impecable gol “de cabeza” en que se ha decantado por la financiación pública y salvífica de tanto tonto y rebelde fumador. Desde luego, mi idea de la salvación queda mucho más allá de una cajetilla de Ducados. Pero esto es improbable que lo entiendan nuestros ministros, o la mayoría de nuestros políticos. En cualquier caso, tanta insistencia en tan poca importancia me confunde. ¿Será que sufren remordimiento? ¿Será que la raíz de que se alzan, y aún homenajean, les chirría en el alma como una puerta vieja cuyas bisagras oxidan ellos mismos? ¿Será que creen que si una traición se proclama con insistencia se convierte en una lealtad –es una variante moral de la gnoseológica sentencia de Goebbels–? ¿Será que padecen amnesia histórica y no pueden recordar que sus homenajeados progenitores ocuparon la gloria del pasado con proclamas como ne me libère pas, je m'en charge; o, la bourgeoisie n'a pas d'autre plaisir que de les dégrader tous; o, on achète ton bonheur…; o, naturalmente, interdit d'interdire?
¿O será que ese ayer, traicionado pero aplaudido, no fue nada más que un circo?
Cría cuervos…
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…porque nos han echado a la calle los hijos, o los hijos de los hijos, que escribían cosas como éstas en el 68.
A mí, esto del tabaco me empieza a parecer una astracanada. Al principio lo consideré una majadería más de las muchas con que este mundo se adorna últimamente. Incluso me permití bromear con algunos amigos sobre el inevitable “paso a la clandestinidad” de cuantos somos convictos y confesos fumadores. Menos en broma, critiqué la hipocresía de un Estado que anatematiza con la diestra y exprime con la siniestra (unos nueve mil millones anuales de euros se embolsa gracias a nuestro “pecado”) a cuantos nos empeñamos en morirnos como nos sale de las narices. Claro que, si no fuésemos tan “malos” y tan salubremente “impíos”, habrían de revisarse los impuestos de otras cosas; lo que cabrearía sobremanera a los “buenos” y “saludables” ciudadanos que no fuman.
Sin duda, esto de la pureza y rectitud morales es un problema troncal –del tronco humano, quiero decir–. En los “nublados siglos de la represión” la maldad tenía que ver con el sur de la cintura, que era donde se levantaban las partes pudendas para pecar sin freno y perjudicar la salvación del alma. Sin embargo, en estos “despejados siglos de la liberación”, la lujuria abdominal –finalmente “bendecida”– se ha reinterpretado pulmonar y cardíacamente; lo que es mucho más sensato y científico ya que ahora se salva un cuerpo happy, aunque, se pongan como se pongan, acaba muriéndose igual. De ahí la necesidad de legislar (?).
En mi opinión, la injusta idiotez de esta ley se tendría que haber agotado en los noticiarios a las 48 horas de su aplicación. Pero hete aquí que llevamos ya más de una semana en su padecimiento y es difícil consultar un diario sin encontrarnos con una apostilla o un titular nuevo sobre ella... Que si éste se ha declarado en rebeldía; que si aquel otro también; que si a uno le han partido la ceja; que si al otro lo ha denunciado un vecino… El “balón de oro” se lo lleva, naturalmente, “la ministra”; sobre todo por ese impecable gol “de cabeza” en que se ha decantado por la financiación pública y salvífica de tanto tonto y rebelde fumador. Desde luego, mi idea de la salvación queda mucho más allá de una cajetilla de Ducados. Pero esto es improbable que lo entiendan nuestros ministros, o la mayoría de nuestros políticos. En cualquier caso, tanta insistencia en tan poca importancia me confunde. ¿Será que sufren remordimiento? ¿Será que la raíz de que se alzan, y aún homenajean, les chirría en el alma como una puerta vieja cuyas bisagras oxidan ellos mismos? ¿Será que creen que si una traición se proclama con insistencia se convierte en una lealtad –es una variante moral de la gnoseológica sentencia de Goebbels–? ¿Será que padecen amnesia histórica y no pueden recordar que sus homenajeados progenitores ocuparon la gloria del pasado con proclamas como ne me libère pas, je m'en charge; o, la bourgeoisie n'a pas d'autre plaisir que de les dégrader tous; o, on achète ton bonheur…; o, naturalmente, interdit d'interdire?
¿O será que ese ayer, traicionado pero aplaudido, no fue nada más que un circo?
Cría cuervos…
Los vástagos del prohibido prohibir...
ResponderEliminarUn post muy "humano". Soy fumadora, Antonio. De momento, no me he planteado dejarlo. Ahora menos... Porque ellos lo digan. Y un jamón. Podrían también dedicarse a a fiscalizar quién toma el sol sin protección solar...o quién come cerdo en exceso... También perjudica la salud. Y en cuanto a los no fumadores, estaba bien la anterior normativa de habilitar una zona para los "apestados"...
Los que lo sufren en sus bolsillos son los pequeños empresarios que tienen un bar en el que ya invirtieron para dividir su local. Ahora ya no sirven ese café mientras el cliente se relaja leyendo la prensa y saboreando un cigarrillo.
Gracias por el post, profesor.
Tu quoque, Sunsi…! Bienvenida. A lo mejor, hasta nos conocemos en el destierro, que –según me cuenta el caballero– es la siguiente propuesta de ley que algún iluminado está pensando.
ResponderEliminarA mí lo que más gracia me ha hecho ha sido lo del mal ejemplo, lo del perímetro ese de las áreas escolares donde el fumador, amén de un ser infecto e “infectante”, es también un “mal ejemplo” para las criaturas. Que se legisle así mientras en aras de otras etéreas libertades se consienten ciertos programas y cadenas (por cierto, es curioso que a las empresas televisivas se les llame “cadenas”); o la propia clase (se autodefinen así, no es culpa mía) política salpique, ora sí, ora también, los ojos de la inocencia con las “debilidades” de su sinvergonzonería; que se legisle así, repito, rebasa los límites de la astracanada, la bufonada y el esperpento juntos: es un huevo podrido que se cree gallo, pero huele, lógicamente, fatal.
Lo dejo ya, Sunsi, porque si sigo, reviento –por la mierda de verdad (perdóname la ordinariez), no por este pedo ridículo de sus contradicciones–. Y si reviento, me meten en las estadísticas que les interesan; o Dios sabe dónde.
Y gracias, naturalmente, a ti.
Rescaté un post antiguo con algún retoque gracias a la lectura del tuyo, Antonio. Y lo he colgado. Es muy muy políticamente incorrecto (qué hartura de frase)
ResponderEliminarAnda ya... Nos vemos en el destierro, profesor.
Saludos "cordiales"
Visto y aplaudido, Sunsi: es "correctísimo".
ResponderEliminarCordial saludo, desde la isla de Santa Elena.
Jaja,si en la calle se respira muy bien...
ResponderEliminarAdemás,se aprecia mejor al fumador estilo Humphrey Bogart...,parece una película de cine negro fumando en las aceras.
Yo encantada,encantrar a un café y saborearlo,sin tragarme el humo del vecino, y eso que un buen habano ya me deleita en una sobremesa...
Un beso sin o con humo...
Bueno, eso de que “en la calle se respira muy bien”, mi temida Circe, lo entiendo como una ironía hiperbólica: las calles de las grandes ciudades y su industrial circunstancia no son, ni mucho menos, un “paraíso pulmonar”.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que quien quiera pueda entrar en un bar sin un átomo de humo (de tabaco, claro) en el aire. Pero no sé por qué no puede haber otro en el que, quien quiera, sólo quien quiera, pueda entrar a cortejar a “su muerte prometida”.
Yo, por lo menos, lo veo contradictorio, puritano, totalitario y… simple cortina de “humo” para que los ciudadanos se distraigan en dialécticas insignificantes.
Un beso de fumador… Sorry!
Pues consuélate, Antonio, yo no sólo me he convertido en mal ejemplo -que ya me da más bien igual- sino que he perdido el paraíso. Y mira que mi paraíso era sencillo: un rato de libertad y soledad rescatado de donde podía durante la jornada(generalmente el rato de la comida), bar más bien cutre para que estuviese solitario (es decir, a mucha gente no molestaba mi humo; además, que yo recuerde, casi todos fumaban siempre: obreros y gente así, poco enrollada), mesa solitaria, mis papeles, un café y un cigarrillo. Yo no quiero escribir en una terraza, que te ve todo el mundo y a veces lloro; ni en mi casa, que no me dejan concentrarme (donde hay confianza da asco) y a veces no puedo ir a casa hasta muy tarde o tengo demasiadas cosas que hacer allí. Yo lo que quiero es estar un rato así cada día en algún sitio en el que no sea ilegal y no me vengan con sandeces. Pues no. Ni uno. Por la salud y la libertad pública no será. Hubieran empezado por cosas más importantes, supongo.
ResponderEliminarAhora mismo me encantaría no necesitarlo, que no me gustase tanto para que me afectase menos,lo menos posible, todo lo que estos u otros decidan sobre mí.
Yo estoy desterrada en mi coche.
En fin, un beso.
Lógico: ¿cómo van a conseguir regalarnos nuestra felicidad si no nos mantienen sanos y deportistas? Sonrisas de anuncio, vida de chicle.
ResponderEliminar¡Menuda combinación, Olga, “soledad” y “libertad”! ¿Te das cuenta del peligro…? Un ser humano solo y libre es más peligroso que la fisión nuclear, el cambio climático y el peliculero 2012 juntos. Un ser humano libre y solo, una idea sin determinación ajena, un edifico de carbono (eso dicen) ocupando una grieta del “tiempo social” para pensar por sí mismo… Preocupante; muy preocupante: ¡el mundo happy es otra cosa!
ResponderEliminarUn beso y gracias
P.D. Nos vemos en los sótanos de la “resistencia”
No sé quién eres, Hlry, pero esto no importa para agradecerte la visita y la acertada puntualización: “Sonrisas de anuncio, vida de chicle.” Me parece una síntesis perfecta de la elástica artificialidad con que se vende la felicidad en nuestros días, aunque los globos de chicle exploten y pringuen la cara.
ResponderEliminarUn saludo.