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Para Inma
Para Inma
Probablemente sea poco. O cosas bastantes comunes; pequeñas filosofías que cualquiera descubre y han repetido otros muchos antes que yo.
El hombre es el único animal que, como diría Ortega, puede pre-ocuparse. De aquí viene nuestra consistencia “histórica” y la agotadora laboriosidad de la vida: nos ocupamos de ahoras, nos sentimos ocupados por ayeres y, encima, andamos pre-ocupados en mañanas. El animal lo tiene más fácil: una difusa y didáctica presencia del pasado y una evidencia refleja del presente. Los verbos de la vida animal son defectivos: carecen de futuro, perfecto o imperfecto, acabado o por acabar. A primera vista, esta conjugación incompleta parece más seductora. Tanto que, literariamente, el hombre la ha convertido en uno de sus tópicos más resultones: carpe diem. También la filosofía ha sido víctima del mismo encanto en todos los ensayos de los hedonistas. Una gacela firmaría el carpe diem mientras pasta gozosa. A una tortuga, no le enfadaría lo más mínimo aquel vive en lo oculto que santificó Epicuro. Por desgracia, no es suficiente; y si lo fuera, a mí me sonaría a claudicación, a castración masoquista de cuanto la naturaleza quiso ensayar en nosotros. Porque, por mucho que nos empeñemos, no podemos dar esquinazo a nuestra pre-ocupación, a nuestra anticipación generosa del tiempo que todavía no se ha ocupado de nosotros.
Lo que no debemos permitirnos es que este ante-vivir nos invada o nos hiera. Tenemos, es verdad, una razón que se pre-ocupa y entristece ante su impotencia. Pero también poseemos un lujo, del que el animal tampoco dispone, que se llama voluntad y al que concedemos últimamente poca importancia. Ella es la que sostiene y afirma nuestra grandeza; ella también, la que nos permite zafarnos de nuestra fragilidad. Porque nos preocupamos de lo que tememos sin haber aún sido, pero no de lo que queremos y sabe Dios si tendrá que ser. Temer es débito de la racionalidad; querer, arquitectura de las almas grandes. Lo que yo sé de la vida siempre tuvo que ver con éstas.
Probablemente no parezca mucho, pero para mí es la ortografía del hombre.
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El hombre es el único animal que, como diría Ortega, puede pre-ocuparse. De aquí viene nuestra consistencia “histórica” y la agotadora laboriosidad de la vida: nos ocupamos de ahoras, nos sentimos ocupados por ayeres y, encima, andamos pre-ocupados en mañanas. El animal lo tiene más fácil: una difusa y didáctica presencia del pasado y una evidencia refleja del presente. Los verbos de la vida animal son defectivos: carecen de futuro, perfecto o imperfecto, acabado o por acabar. A primera vista, esta conjugación incompleta parece más seductora. Tanto que, literariamente, el hombre la ha convertido en uno de sus tópicos más resultones: carpe diem. También la filosofía ha sido víctima del mismo encanto en todos los ensayos de los hedonistas. Una gacela firmaría el carpe diem mientras pasta gozosa. A una tortuga, no le enfadaría lo más mínimo aquel vive en lo oculto que santificó Epicuro. Por desgracia, no es suficiente; y si lo fuera, a mí me sonaría a claudicación, a castración masoquista de cuanto la naturaleza quiso ensayar en nosotros. Porque, por mucho que nos empeñemos, no podemos dar esquinazo a nuestra pre-ocupación, a nuestra anticipación generosa del tiempo que todavía no se ha ocupado de nosotros.
Lo que no debemos permitirnos es que este ante-vivir nos invada o nos hiera. Tenemos, es verdad, una razón que se pre-ocupa y entristece ante su impotencia. Pero también poseemos un lujo, del que el animal tampoco dispone, que se llama voluntad y al que concedemos últimamente poca importancia. Ella es la que sostiene y afirma nuestra grandeza; ella también, la que nos permite zafarnos de nuestra fragilidad. Porque nos preocupamos de lo que tememos sin haber aún sido, pero no de lo que queremos y sabe Dios si tendrá que ser. Temer es débito de la racionalidad; querer, arquitectura de las almas grandes. Lo que yo sé de la vida siempre tuvo que ver con éstas.
Probablemente no parezca mucho, pero para mí es la ortografía del hombre.
Otra vez he llorado esta tarde. Pero en esta ocasión ha sido de emoción profunda, de gratitud ante tu absoluta lealtad y cariño.
ResponderEliminarFíjate que tanta pre-ocupación y tristeza tiene algo positivo y es que te pone delante a un equipo increible que te apoya hasta el extremo, que te arropa y hasta te acuna. Y una siente el bálsamo por toda la piel....Y tú.... que aplicas ese bálsamo con tanta delicadeza e inteligencia.....
Sucribo las palabras de mi hijo Y te digo "te quiero Antonio" pero yo hablo con total conocimiento de causa y fundamento. A las pruebas me remito. ¡Gracias!
Y no me vuelvas a asustar con irte.
Irse, irse, irse.........
No más llantos, Inma; de ahora en adelante, no más llantos; sólo unas pocas sesiones en el gimnasio de la voluntad. El tiempo que está por delante no es eso tan fatalista y griego (espero no molestar a Julián) que tiene que ocurrir, sino la tarea que tenemos que inventar. ¿Un “equipo increíble” te apoya? No, no estoy de acuerdo; más bien un equipo sensato te recuerda quién y dónde está quien estar debe. Lo que pasa es que a veces el mundo se empecina en el error (¡así le va!) y nos obliga a inventarle otro horizonte para ver si de una puñetera vez consigue el graduado en Educación, que yo no sé por qué demonios todavía no es Obligatoria, de la Verdad (EOV para amantes de los acrónimos).
ResponderEliminarAsí que, hacemos una pausa y no pensamos en el tiempo; simplemente lo “queremos”, que es forma de inusual pre-ocupación.
Resumiendo, Inma: de ahora en adelante, lo que vamos a hacer es educar al futuro. Y, como este equipo es “increíble”, seguro que conseguimos que apruebe. Con notable por lo menos.
Un beso… Y una pedorreta a esa enfermedad del “sistema” que se llama X… (por cierto, esta “x” es indicativo de gran “xilipollez”, fonéticamente al menos)