.
A tanto dolor; en particular, a ése que en este triste marzo todos compartimos
Los físicos hablan de cuatro fuerzas fundamentales: la fuerte, la débil, la electromagnética y la gravitatoria. Sólo cuatro. Pero les parecen muchas. Su pretensión es reducirlas; explicar la pluralidad a partir de la singularidad, lo complejo a partir de lo simple, lo alambicado desde lo sencillo. Es una vieja aspiración que se remonta a Mileto, al remoto lugar de un parto prodigioso que el bachiller descubre en el primer capítulo de su libro de filosofía: la humana trinidad que todos recordamos preocupada por un arjé, por un solo y racional principio. Los físicos hogaño comparten inquietud con aquellas extraordinarias comadronas de la racionalidad naciente.
Pero también unos y otros, aquéllos y éstos, se dejan –se dejaron– la mirada y la ocupación en la naturaleza externa, en la physis. Hay, por tanto, un lamentable olvido en ambos: el hombre. Porque el hombre no es un extraño en la physis, en la naturaleza, sino su dolor enajenado. Enajenado, porque se vuelve otra cosa, porque rompe los determinismos de aquélla y se hace libre. Doloroso porque es consciente de ser su ruptura. Duele la libertad y duele darse cuenta del desamparo que supone. La acción del hombre, su arriesgada aventura, no es nada más que la intención de la vieja physis por saberse a sí misma a costa del dolor de ya no ser ella misma, de no ser algo que ocurre simplemente, sino algo que sucede y se sabe… E inevitablemente duele. Porque siempre duele. Las alegrías de esta physis aventurera siempre son provisionales: más antes, más después, acaba comprendiéndose voluntad indefensa ante el dolor.
La quinta fuerza, ésa de la que no hablan los físicos ni consideran las teorías unificadoras, es el dolor. En realidad, las otras cuatro – la fuerte, la débil, la electromagnética, la gravitatoria– sucedieron para que ocurriera el hombre. El dolor es la verdad que une el todo cuando cualquiera de sus partes sufre una tragedia que la naturaleza, enajenada y alzada a la reflexión sobre sí misma, reconoce inalienable. El dolor es la auténtica teoría de la unificación de todas las fuerzas reales que explican el mundo.
Para algunos de nosotros, incluso, la razón por la que su Dios eligió ser crucificado.
.
Los físicos hablan de cuatro fuerzas fundamentales: la fuerte, la débil, la electromagnética y la gravitatoria. Sólo cuatro. Pero les parecen muchas. Su pretensión es reducirlas; explicar la pluralidad a partir de la singularidad, lo complejo a partir de lo simple, lo alambicado desde lo sencillo. Es una vieja aspiración que se remonta a Mileto, al remoto lugar de un parto prodigioso que el bachiller descubre en el primer capítulo de su libro de filosofía: la humana trinidad que todos recordamos preocupada por un arjé, por un solo y racional principio. Los físicos hogaño comparten inquietud con aquellas extraordinarias comadronas de la racionalidad naciente.
Pero también unos y otros, aquéllos y éstos, se dejan –se dejaron– la mirada y la ocupación en la naturaleza externa, en la physis. Hay, por tanto, un lamentable olvido en ambos: el hombre. Porque el hombre no es un extraño en la physis, en la naturaleza, sino su dolor enajenado. Enajenado, porque se vuelve otra cosa, porque rompe los determinismos de aquélla y se hace libre. Doloroso porque es consciente de ser su ruptura. Duele la libertad y duele darse cuenta del desamparo que supone. La acción del hombre, su arriesgada aventura, no es nada más que la intención de la vieja physis por saberse a sí misma a costa del dolor de ya no ser ella misma, de no ser algo que ocurre simplemente, sino algo que sucede y se sabe… E inevitablemente duele. Porque siempre duele. Las alegrías de esta physis aventurera siempre son provisionales: más antes, más después, acaba comprendiéndose voluntad indefensa ante el dolor.
La quinta fuerza, ésa de la que no hablan los físicos ni consideran las teorías unificadoras, es el dolor. En realidad, las otras cuatro – la fuerte, la débil, la electromagnética, la gravitatoria– sucedieron para que ocurriera el hombre. El dolor es la verdad que une el todo cuando cualquiera de sus partes sufre una tragedia que la naturaleza, enajenada y alzada a la reflexión sobre sí misma, reconoce inalienable. El dolor es la auténtica teoría de la unificación de todas las fuerzas reales que explican el mundo.
Para algunos de nosotros, incluso, la razón por la que su Dios eligió ser crucificado.
Metáforas convergentes.
ResponderEliminarEl horizonte de convergencia entre los números y, como tú lo llamas, el dolor, está en la física teórica extrema. Jamás el hombre se ha enfrentado a semejante desafío en el campo del conocimiento, nunca. Para acceder a este mundo y dar un paso hay que olvidarse completamente de nuestro habitable y doméstico mundo de los sentidos, para adentrarse entre tinieblas. Es uno de los retos del hombre moderno, conocer la naturaleza íntima de la materia, el universo (¿uno sólo?) y su devenir. En ese horizonte convergente hay sitio para todos, aunque las fórmulas la desarrollen unos pocos privilegiados. El físico teórico, sin duda necesita al poeta, al dolor, para poder explicar lo que ve.
Bravo, Antonio
Un abrazo
Ya he podido comprobar en tu blog, José Miguel, que tenemos perspectivas y sensibilidades “convergentes.”
ResponderEliminarSiempre me ha parecido que la ciencia o la filosofía, o cualquier forma de conocimiento humano, se trascienden a sí mismas en la poesía, en la música, en el arte en general. Por poner un ejemplo, te diré que el principio antrópico me parece una formulación existencialmente poética del sentido del hombre. Estoy convencido de que el hombre es la necesidad del universo; porque si no hubiera hombre, el universo nunca sabría que lo es. La esencia de éste es dramática y nosotros el compendio consciente de su dramatismo. Por eso pienso que el dolor une a los hombres y unifica todas las leyes y fuerzas de que fue proyecto, aunque me parece improbable que una fórmula pueda expresarlo y, más aún, cuantificarlo.
Creo, además, que este pequeño proyecto humano se rebela. Yo llamo a esa rebelión esperanza. Y sospecho que esa rebelión también está prevista en los antojos cuánticos del microuniverso.
Muchas gracias por la siempre acertada reflexión de tus palabras.
Un abrazo.
Inteligente,profundo,y con sabio conocimiento tu comentario.
ResponderEliminarCreo que si me tocara parir,me iría a otro planeta.
Por eso entre las ciencias exactas y las no exactas,me quedo con las segundas.
Un beso experimental
Te advierto, Veridiana, que, por lo poco que sé, esta Tierra es de lo mejorcito que por los cielos anda. Geológicamente hablando, nuestro sistema está lleno de verdaderos infiernos, y los planetas que hasta ahora han creído encontrar más allá de nosotros no parecen ofrecer muchas garantías. Yo que tú me lo pensaría dos veces.
ResponderEliminarRespecto a las matemáticas, y aunque parezca que me contradigo, lo cierto es que a mí me producen tranquilidad: ellas son perfectas y yo no puedo evitar ser platónico. Aunque la vida sea otra cosa y uno esté dispuesto –supongo– a asumir su constante incertidumbre.
Gracias, y un beso fractal.
Tal vez haría caso a Rubén Darío,y me iría a una isla ignorada.
ResponderEliminar¿ Fue en las islas de las rosas,
en el país de los sueños´
en donde hay niños risueños
y enjambres de mariposas?
Feliz tarde.
Me parece una elección acertada: un poeta siempre es un buen agente de viajes.
ResponderEliminarFeliz noche de luna inmensa.
Me parece todo un hallazgo: el dolor, a veces indeterminado y otras muy determinado, como arjé de lo humano.
ResponderEliminarSi acaso añadiría que la presencia del dolor señala constantemente a su contrario. La dicha, la alegría, sería la otra cara de ese principio, en vocación, o en ausencia. Sin ese contrario al que el dolor señala, sería todo demasiado triste.
Un abrazo, Antonio.
Muchas gracias, cb, por tu acertada puntualización. El dolor de que hablo, sin duda, es éste de aquí y ahora, dure más o dure menos este ahora. Y lo mismo en lo que a las alegrías “provisionales” se refiere. El “contrario” que resaltas es lo que pretendía recoger en la última frase.
ResponderEliminarUn abrazo; y encantado con tu visita.