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13 junio 2011
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Pensaba el mundo antiguo que el movimiento uniforme y circular era el movimiento perfecto. Y tal cosa pensaba el mundo antiguo porque un movimiento así es lo más parecido a un no-movimiento, a una quietud eterna en la que cada punto de una circunferencia puede soñarse el punto inmóvil y atemporal que es siempre el mismo punto, que siempre está en el mismo sitio, que espera siempre la misma plenitud a la que siempre acude la felicidad perdida. No encierra otro misterio el eterno retorno que entusiasmó a Nietzsche; aunque, con todos mis respetos por su eleática hostilidad, venga a confesar la misma ansiedad humana de perpetuar un bien para que no deje de ser el bien que fue, el gozo que una vez tuvimos y se diluyó en el implacable flujo de los ríos de Heráclito.
Somos el verbo de la naturaleza. Decimos y contamos lo que ella hace. La cíclica liturgia de su proceso (las primaveras, los veranos, las rosas, los vencejos…) es la historia que narran los modestos detalles de nuestra vida. Una vida que no quiere dejar de ser, que empecinadamente anhela no pasar, no fluir… Y, como no puede hacer cosa tan inevitable, sólo sueña regresar a sí misma, a las coordenadas gozosas en que se creyó ella misma.
La tarde luminosa de hoy 13 de junio es la tarde de siempre cuando es junio. La naturaleza ha vuelto a hacer de sí lo que es debido: cielos azul cobalto, adornos de vencejos en el aire, estallido de rosas en los parterres, murmullo de paseantes por los parques… Lo de cualquier casi verano, vamos; la parmenídea felicidad de lo mismo; la nietzscheana voluntad de lo igual reencontrado,
No lo podemos evitar porque somos el signo con que se dice el mundo. Por eso creemos que es posible eternizar la felicidad modesta y cotidiana de un paréntesis… O esperamos el uniforme y circular regreso que nos la regaló en el tiempo.
El hombre real, el hombre coherente con el verbo y el signo, cree o espera… O sabe y calla. Y lo seguirá haciendo aunque Dios o la verdad o el sueño olviden que la fe merece la esperanza. El otro, el irreal –la triunfante ilustración de su renuncia– vende puntos de extrañas geometrías que no dibujan círculos y no conciben rectas… O vagan, tontamente, por el vano unidimensional de la crueldad y la nada.
Somos el verbo de la naturaleza. Decimos y contamos lo que ella hace. La cíclica liturgia de su proceso (las primaveras, los veranos, las rosas, los vencejos…) es la historia que narran los modestos detalles de nuestra vida. Una vida que no quiere dejar de ser, que empecinadamente anhela no pasar, no fluir… Y, como no puede hacer cosa tan inevitable, sólo sueña regresar a sí misma, a las coordenadas gozosas en que se creyó ella misma.
La tarde luminosa de hoy 13 de junio es la tarde de siempre cuando es junio. La naturaleza ha vuelto a hacer de sí lo que es debido: cielos azul cobalto, adornos de vencejos en el aire, estallido de rosas en los parterres, murmullo de paseantes por los parques… Lo de cualquier casi verano, vamos; la parmenídea felicidad de lo mismo; la nietzscheana voluntad de lo igual reencontrado,
No lo podemos evitar porque somos el signo con que se dice el mundo. Por eso creemos que es posible eternizar la felicidad modesta y cotidiana de un paréntesis… O esperamos el uniforme y circular regreso que nos la regaló en el tiempo.
El hombre real, el hombre coherente con el verbo y el signo, cree o espera… O sabe y calla. Y lo seguirá haciendo aunque Dios o la verdad o el sueño olviden que la fe merece la esperanza. El otro, el irreal –la triunfante ilustración de su renuncia– vende puntos de extrañas geometrías que no dibujan círculos y no conciben rectas… O vagan, tontamente, por el vano unidimensional de la crueldad y la nada.
13 junio 2011
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Una verdad muy sabia.
ResponderEliminarMe alegro de "verte" por aquí de nuevo.
Un beso con retorno.
Me llega este texto como agua de mayo, aunque sea junio. No sabes cuánto había pensado (pero mal;-) en cosas similares estos últimos días. Y lo que escribes me hace dar un paso más. Yo también me consuelo o me atormento con la cíclica generosidad de las estaciones pero creo, no sé cómo explicarlo, que eso es sólo un “escenario” preparado para que quepamos todos, todos nuestros tiempos lineales. Si pensamos en la vida, en la nuestra, lo cíclico es más una cárcel que un consuelo. Escucho la canción. Creo que cuando alguien nos olvida o nos ignora nos “mata” un poco. O un mucho. ¿Merecemos ser recordados? Esa es otra historia (perdón), lo cierto es que “queremos ser”, ser recordados, ser amados… “ser” sin parar. Pero la única manera de no parar es ir hacia adelante, no caminar por los círculos más o menos terribles o amables de nuestra memoria o nuestra vida.
ResponderEliminarEl eterno retorno parece una esperanza y es una condena, quiere negar la muerte y niega, a la vez, lo más grande de la vida: el inexistente camino machadiano, el que se hace al andar. A un paso le sigue el otro y al otro el siguiente. Y el anterior es irrecuperable. Como la memoria o el amor perdido. Aceptar eso supone también el reconocimiento y la asunción de que hay momentos únicos, personas insustituibles que tal vez hemos perdido para siempre o que nunca tendremos con nosotros, pero reconocerlo es elegir, no negarnos el único privilegio que tenemos o tuvimos o tendremos. Peor es estar ciego andando en círculos sin ni siquiera motivos para la nostalgia.
Incluso para Nietzsche el eterno retorno se convirtió en un muro sobre el que golpeó demasiadas veces su cerebro, y quiso encontrar la puerta de salida pensando el Mediodía. No lo sé. Tú sabes más de esto.
El sentido lineal puede ser puede ser muy cruel, pero es un sentido. Tal vez “sólo la fe dibuja líneas rectas/ y busca rectos versos en sus filos”. Y es también esperanzador: Tenemos algo (aunque sea incomprensible y escurridizo), tenemos un tiempo. Y nada volverá porque la existencia “va” hacia alguna parte (dime que sí, anda, no estoy muy convencida;-).
Un beso, maestro, y disculpa la extensión.
O sea que… ¿me “ves”, Veridiana?... ¡Por algo os llamo yo “mi temida Circe”!
ResponderEliminarGracias, y un beso de los de siempre, es decir, eterno.
No hay extensión que perdonar, Olga: es un comentario espléndido. Sobra lo de “maestro”, desde luego, aunque lo acepto como hábito de tu generosidad y cariño. Prueba de que no estoy “tocado de magisterio” es que no sabría responder a eso de que “la existencia ‘va’ hacia alguna parte”. Yo no “sé”, Olga, yo “creo” (de creer, no crear, claro); aunque, eso sí, tengo creencias muy bellas. Así que sólo aclararé un par de cosas que tal vez dejé oscuras.
ResponderEliminarEs en “La gaya ciencia” donde aparece el relato más mecánico y rígido –parmenídeo, diría yo a costa de remover las cenizas de Nietzsche en su sepultura– del eterno retorno. En dicho relato, un “demonio” afirma cosas como las siguientes: “Esta vida, tal como tú la vives actualmente, tal como la has vivido, tendrás que revivirla una vez más, y una serie infinita de veces. Nada nuevo habrá en ella…” En ese relato Nietzsche nos está sometiendo a una prueba: lo que pretende saber es si vivir la vida nuestra nos parece un horror o, por el contrario, pertenecemos a esa clase que ha “vivido ya el instante prodigioso” de responder al “demonio”: “¡Tú eres un dios, jamás he oído palabras más divinas!”. A partir de ese momento, el eterno retorno se convierte en otra cosa y sería larguísimo y osado por mi parte comentarlo.
No, no es una condena, Olga, ni un aburrimiento: si estoy convencido plenamente de cada decisión que tomé, si asumo cada error que cometí, si estoy orgulloso del amor que me hizo e, incluso, del dolor que me deshizo; si quiero intensamente y de verdad aquello que quiero, lo que en verdad estoy queriendo es que todo sea “eternamente igual a sí mismo.”
Sin embargo, Olga, yo soy de líneas rectas; más aún, de segmentos entre el alfa y la omega. Pero esos círculos de la antigüedad me parecen bellos muchas veces. Y si retuerzo su belleza, me acaban pareciendo incluso reales.
Muchas gracias, y un beso.
PD.: ¡Me estoy acostumbrando demasiado a la radiante visita de las diosas!
Bueno, pues si te parecen bellos tal vez sean verdad. La belleza es una gran verdad. Yo también quisiera volver a ser yo misma en mi mejor recuerdo (y, sobre todo, quisiera recordar a los demás en lo mejor). No habrá una persona que no sienta eso. Pero me parece (así, por intuición, no puedo justificarlo más) que es precisamente el tiempo que se va y la vida que arrastra con él lo que nos hace responsables, culpables de lo que malgastamos, triunfantes por haber sabido ver y aprovechar lo que pasaba a nuestro lado y no, no volverá. Y también convierte al futuro en un gran interrogante que nos espera y puede sorprendernos, por un tiempo que desconocemos, en este planeta pequeño y perdido en el que nos ha tocado hacer eso que se llama vivir. Luego, ya veremos. Porque yo espero que veremos algo más. Que la línea conduzca a alguna parte. Que alguien tenga un plan, por favor. No lo sé, la verdad. Ojalá estuviese segura de algo. Siempre me consuela la frase (de no sé quién) "la fe es la capacidad de resistir dudar". Si es así, yo tengo mucha. Pero me canso. Y no quiero cansarte también a ti.
ResponderEliminarNo me siento precisamente una diosa. Pero gracias (a ti y a Nietzsche, que igual tiene razón;-), y otro beso.
“…mi mejor recuerdo”, Olga, pudo serlo porque dialécticamente lo precedieron otros que no lo fueron y lo seguirán otros que quizá tampoco lo sean. La afirmación comprometida y valiente de ese “mejor recuerdo” es lo que me parece bello, y trágico, en el sentido más clásico de esta palabra.
ResponderEliminarPero, insisto, Olga: yo milito entre “el alfa y la omega”. Las certidumbres de mi declarada ignorancia no apelan a la belleza heroica de la antigüedad. Soy medieval de cruz y espada. Ya sabes: escudero sin tiempo de un caballero inactual. No tengo luz, pero combato por ganarla… Tal vez inútilmente.
Un beso, doña Olga.
Es un placer volver a leerte. Tu prosa calmada, al margen del tiempo, a salvo de líneas o círculos, y tu metáfora ágil, aérea.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias, José Miguel; el verdadero placer está siempre en la amabilidad de tu visita.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
En un tiempo atrás donde todo eran sueños, me escondí entre el dolor
ResponderEliminarme he alegrado de encontrarte
ResponderEliminarun caballo, una espada, una lanza y una buena dosis de locura es necesaria , pero...puede ser peligroso para andar por los caminos del alma
ResponderEliminarGracias a los (o “las”) tres por vuestra visita, aunque en realidad no sé si sois el mismo o sois diferentes. Por parecida razón, tampoco puedo responder adecuadamente a la amabilidad –y advertencia– de vuestras palabras. Así que sólo me queda lo dicho: agradeceros –o agradecerte– el interés demostrado hacia estas imaginarias.
ResponderEliminarUn saludo.
Enredando en la red , encontré ¨la imaginaria del alma¨ supongo que no me equivoco si pienso que fuimos " amigos" hace ya tiempo y no resistí la tentación de comunicarme contigo-
ResponderEliminarSea pues. No me das muchas pistas, pero si “fuimos amigos hace ya tiempo”, lo seguimos siendo porque, aunque soy un poco “rancio”, nunca dejé de serlo de ninguno que lo fuera.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias otra vez.