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Para Lola R. M.
Para Lola R. M.
A veces, alguien cercano pasa un mal trago y tiene que cruzarse con un dolor que no se pudo evitar... Sin embargo, seguimos haciendo la vida de siempre… Y no entendemos que esto sea posible, que pueda uno abrir el mismo frigorífico y beber la cerveza acostumbrada, o consultar el mismo periódico y saber de las mismas cosas de todos los días mientras alguien, cercano, se cruza con un dolor que se empeñó en ser inevitable. Pero entonces, uno –que nunca ha sido gran cosa– se da cuenta, además, de que también sigue haciendo la vida de siempre mientras alguien, cualquiera, una enormidad cotidiana de la que todos los días habla el mismo periódico, sufre un dolor evitable, inevitable o trágicamente irreversible. Y es entonces –mientras alguien querido se cruza con el dolor– cuando uno se da cuenta de que ser hombre es una crueldad imperdonable… Porque uno sigue haciendo lo que siempre hace, y el sufrimiento, exactamente lo mismo que siempre hizo.
Supongo que esto es una tontería, pero si el hombre –que sobre la vida lleva la tilde incomprensiblemente divina de la conciencia– alterara un punto de su tedioso egoísmo porque alguien, cercano o no cercano, hubiera tenido que cruzarse con el dolor, entonces, de repente, sobraría todo: los políticos, los banqueros, los ideólogos, los salvadores del mundo, los “indignados”, los creyentes, los incrédulos, los ateos, los agnósticos, los fundamentalistas, los fachas, los “progres”… Todo lo que nos inventamos, toda la caterva submarina de nuestra soberbia que se vende por menos de lo que realmente es: un extraño animal que se encontró con un prodigio –saber de sí, saber de los otros– y no acierta el quehacer de su grandeza.
Perdóname, Lola: yo también estoy entre los que hacen espantosamente mal ese oficio.
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Supongo que esto es una tontería, pero si el hombre –que sobre la vida lleva la tilde incomprensiblemente divina de la conciencia– alterara un punto de su tedioso egoísmo porque alguien, cercano o no cercano, hubiera tenido que cruzarse con el dolor, entonces, de repente, sobraría todo: los políticos, los banqueros, los ideólogos, los salvadores del mundo, los “indignados”, los creyentes, los incrédulos, los ateos, los agnósticos, los fundamentalistas, los fachas, los “progres”… Todo lo que nos inventamos, toda la caterva submarina de nuestra soberbia que se vende por menos de lo que realmente es: un extraño animal que se encontró con un prodigio –saber de sí, saber de los otros– y no acierta el quehacer de su grandeza.
Perdóname, Lola: yo también estoy entre los que hacen espantosamente mal ese oficio.
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En este lugar,aún hay en el ambiente esos ancestros,donde la Santa Compaña,con su cortejo de sombras,forma parte y consuelo en la vida de la comunidad.
ResponderEliminarUn beso, en esta tierra de Rosalía,invitándote a unos berberechos con un riveiro.
Vivimos en el tiempo del " YO " ,lo vemos todos los días,por qué va a sorprendernos después lo que le pase al " TÚ".Lo único que cabe preguntar es ¿ qué estamos haciendo?y ¿ qué estamos enseñando? porque si no, mejor sería ,que a la especie humana le tocara ya estar en peligro de extinción.Seguramente la naturaleza encontraría ese equilibrio que necesita.
ResponderEliminarUn beso
Doña Anónima
Mejor los berberechos y el ribeiro, Veridiana, que la Santa Compaña; mejor la voluntad, marina y ebria, en la taberna de un puerto cualqiera, que la procesión amarga de las sombras.
ResponderEliminarUn beso entre maletas, que es lo propio de estos días.
No sé, Doña Anónima, si existe peligro de “extinción”, pero tienes razón en lo que dices. Demasiada egolatría, desmedido egologismo... Si esto es así, sobran un millón de años de voluntad humana.
ResponderEliminarBesos.