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…Quid est veritas?
La verdad es una obligación. Para el ser humano, naturalmente; para las demás criaturas, no. Las demás criaturas son lo que les ha tocado ser. Y no encuentran problema en ello; por eso los geranios se limitan a ser geranios y los saltamontes, saltamontes. La verdad para la naturaleza es la herencia del tiempo acumulado. Las plantas y los animales sólo tienen que vivir de aquélla e invertirla en la prole que habrá de sucederles. Ellos sí que pueden decir que “el mundo está bien hecho”; o, simplemente, que ya está hecho. El hombre, sin embargo, nace sin riqueza y sin verdad. Su herencia es pobre; miserable, diría: apenas tres o cuatro muebles para adornar un edificio desnudo. Y a partir de ahí, tiene que hacerlo todo: descubrirse, ganarse, reinventarse, quererse... ¡Todo! El hombre es el único animal construido naturalmente para conocer el mundo a costa de no saber de sí mismo. Por eso estamos en las metafísicas antípodas de la vida: todos los seres menos nosotros saben la verdad de lo que son; y cumplen con ella rigurosamente. Jamás pastará el lobo ni cazará la oveja jamás. Nosotros, sin embargo, tan atentos y pendientes, tan inquisidores de la exterioridad, tan capaces de predecir la posición de los astros o la evolución de las tormentas, ante un niño, ante la humana pequeñez de un niño, nunca podremos aventurar la imprevista invención de sí mismo que acabará siendo. Nunca, por mucho que sepamos escribir en los laboratorios la ecuación ya resuelta de su modesta esencia.
Una pena, sin embargo, lo poco que la verdad ya nos importa.
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La verdad es una obligación. Para el ser humano, naturalmente; para las demás criaturas, no. Las demás criaturas son lo que les ha tocado ser. Y no encuentran problema en ello; por eso los geranios se limitan a ser geranios y los saltamontes, saltamontes. La verdad para la naturaleza es la herencia del tiempo acumulado. Las plantas y los animales sólo tienen que vivir de aquélla e invertirla en la prole que habrá de sucederles. Ellos sí que pueden decir que “el mundo está bien hecho”; o, simplemente, que ya está hecho. El hombre, sin embargo, nace sin riqueza y sin verdad. Su herencia es pobre; miserable, diría: apenas tres o cuatro muebles para adornar un edificio desnudo. Y a partir de ahí, tiene que hacerlo todo: descubrirse, ganarse, reinventarse, quererse... ¡Todo! El hombre es el único animal construido naturalmente para conocer el mundo a costa de no saber de sí mismo. Por eso estamos en las metafísicas antípodas de la vida: todos los seres menos nosotros saben la verdad de lo que son; y cumplen con ella rigurosamente. Jamás pastará el lobo ni cazará la oveja jamás. Nosotros, sin embargo, tan atentos y pendientes, tan inquisidores de la exterioridad, tan capaces de predecir la posición de los astros o la evolución de las tormentas, ante un niño, ante la humana pequeñez de un niño, nunca podremos aventurar la imprevista invención de sí mismo que acabará siendo. Nunca, por mucho que sepamos escribir en los laboratorios la ecuación ya resuelta de su modesta esencia.
Una pena, sin embargo, lo poco que la verdad ya nos importa.
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Es verdad, Antonio, los animales son los únicos que se sueñan a sí mismos y no se engañan ni engañan jamás. El lobo no se disfraza de oveja ni la oveja quiere parecer un lobo. La verdad está en la naturaleza,en su equilibrio, solo cuando el hombre se olvida de que forma parte de ella y vive a sus espaldas es cuando todo va mal. Quizás, las cosas y la propia vida sea más simple de lo que queremos creer.
ResponderEliminarUn beso,Antonio y féliz regreso.
Perdón, no he firmado el comentario anterior.
ResponderEliminarOtro beso.
Doña Anónima
De acuerdo, Doña Anónima, con su franciscano comentario. Sólo una personal observación: el animal no necesita “soñar” su verdad –su naturaleza– porque ya la tiene; su única ocupación es cumplirla. El hombre, contrariamente, tiene que inventarse a sí mismo. Por eso nuestra verdad –nuestra “naturaleza”– es un deber, una obligación; por consecuencia, una responsabilidad… Bastante maltratada últimamente, dicho sea de paso.
ResponderEliminarMuchas gracias y un beso.
A mí me interesa, como a ti, la verdad humana, porque ni la del lobo ni la de la oveja tiene culpa ni mérito. NO están capacitado para fingir, no eligen. El hombre elige y, con frecuencia, miente a los demás y se miente a sí mismo. Me pregunto también cuánta dosis de verdad propia y ajena somos capaces de soportar. Quizá cada vez menos. No estoy hoy muy optimista... pero igualmente te mando un beso.
ResponderEliminarYo creo, Olga, que si esa “verdad propia” es verdad elegida –es verdad de verdad–, la dosis que de ella podemos soportar es elevadísima. La verdad ajena es bastante más problemática porque nunca la sabemos y sólo podemos creer o no creer en ella. Lo peor ocurre cuando la falsificamos, bien para soportar su peso, bien para servirnos de su ingravidez. Esto pasa a diario, y el mundo está lleno de trapisondistas así (periodistas, políticos, aduladores… sofistas en general).
ResponderEliminarUn beso, aunque, como ya sabes, yo casi nunca estoy “muy optimista”.
Y la verdad, exista o no (la encontremos o no, por no ser categórico) debería de ser la razón de toda búsqueda, la búsqueda misma.
ResponderEliminarSiempre atinas, Francisco. Yo no sé, si existe la verdad o no; si hay resultado al cabo o solución del “problema”. Pero estoy seguro, completamente seguro, de que el hombre está aquí para plantearlo.
ResponderEliminarY para no olvidar que su naturaleza, su humana naturaleza, sólo tiene esa obligación, que, curiosamente, además es la que le hace libre.