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Mostrando entradas de 2012

El deseo intemporal

No es la primera vez que me plagio. Ésta procede del 2007; para ser exacto, de un veintiuno de diciembre de aquel oscuro “Al atardecer”. Podría haber puesto el ‘link’ simplemente, pero me pareció un gesto inelegante, amén de una abusiva proclamación de mi pereza. En cualquier caso, sigo pensando que define mi mejor deseo para todos los hombres. No es de hoy ni de mañana (ni de ayer pese a su anécdota)… Es de siempre: Os deseo voluntad. Os deseo la voluntad de amar (ya lo dije en otra parte: nihil amatum quin praevolitum ). Os deseo la voluntad de crecer en corazón, de levantarlo, como a su roca Sísifo, no por condena, sino por decisión; aunque luego caiga otra vez al valle; aunque deba después reiniciarse la gravosa tarea. Os deseo la voluntad de creer, de discutir el empeño zafio de los hechos cuando los hechos se afanan en ser crueldad, o injusticia, o simplemente tristeza. Os deseo la voluntad de no desfallecer, de no ceder si las cosas os ponen la zancad

Palabras para que no reviente el alma

No fue un sueño, sino un fraude; una mentira que se embozó de un sueño. Poblar los días de sueños es embellecer la soledad del justo; arañarlos con mentiras es abrir heridas a la esperanza y llagas a la desolación. Porque de los sueños se despierta, pero de las mentiras se muere. Los primeros conocen sus fronteras y se saben irreales. Las mentiras, sin embargo, esconden sus lindes para enajenar la realidad. La ficción es pragmática: obtiene la eficacia a costa de actos indecibles. La ensoñación, en cambio, no invade la verdad, sólo consuela al alma y espera lo impensable Por eso los mundos del hombre no estallan por culpa de sus sueños, sino a causa de sus ficciones. De éstas es el fin de la paciencia, la ira de la espada, la rabia incontenible de la desesperación. Poned un sueño en el norte sabiendo que nunca lo alcanzaréis y enterrad las brújulas de los almirantes espurios: conquistar el paraíso que señalan las cartas de éstos no es más que desembarcar en un

La soledad real

La soledad real es la soledad de una ciudad que no existe porque ya no le quedan verdades que paseen por ella; una ciudad con unos pocos barrios, ocupados tan solo por razones contrabandistas. La soledad real –no la individual de pequeñas melancolías, sino la enorme soledad sentida como especie– es un recado amargo que nos llega de la historia sin hoy y sin futuro; la historia en cuyas calles se embarran los zapatos y ensucian los horizontes, o se miran escaparates y compran ideas de segunda mano en las rebajas de sus repetidos fracasos. La soledad real es el nudo en la garganta que se siente al hablar con el silencio tras comprender que es el único interlocutor posible. Porque lo demás es nadie; o nada: un sórdido mercadillo de traficantes y embaucadores. Unos con tenderete y licencia, otros con acera y calle; aquéllos, con el futuro de oferta en sus mostradores; éstos, con la libertad ‘ripeada’ y a precio de saldo… Y los de aquí y los de allá, sorteando entre su clie

Comprender todas las almas

Hay muchos rincones de uno que no saben pensarse a sí mismos. O no pueden… O no quieren. Me desconcierta su rigor empecinado prohibiendo la entrada a la ordenada corte de las ideas. Me desconcierta –a veces me duele– suponer que no sabré llegar jamás adonde soy verdad y esperanza al cabo. Algunos dicen que el arte puede hallar interesantes pasadizos con que burlar la atenta vigilancia de tan celosas aduanas. Otros están convencidos de que con el psicoanálisis los viajes hacia uno no son más que excursiones en diván de clase turística. Los hay que incluso niegan que esto tenga sentido. Pero en Delfos se escribió la advertencia, y en la soledad de la noche resuena el aforismo socrático: conócete a ti mismo . Saber que no sabemos entristece; saber que no nos sabemos aterra (debería al menos). Y no es por narcisismo, vanidad o cosa que se le parezca; es porque en esos rincones, que no saben pensarse, se guarda el código real de lo que somos, la matemática singularidad de nuestr

El amor paciente

Dice Hegel que la Filosofía llega siempre tarde, que la lechuza de Minerva empieza a volar cuando declina el día. Al amor le ocurre algo parecido, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. El amor también se descubre tarde. Mejor dicho, se reconoce “después”. Del amor se percata uno cuando ha pasado el barullo de los deseos, que andan siempre desazonados de un lado para otro tropezándose con las cosas. Del amor nos enteramos por la complicidad del tiempo. Del deseo y del apetito, no. Éstos son primitivos e inmediatos: se pretenden en cuanto los sentimos, se persiguen en cuanto nos ocurren. Una tarea de la vida, a la que no se presta atención excesiva, consiste precisamente en eso: convertir el instinto en su demora, convencer al deseo en el amor, transformar la animalidad en humanidad o, como diría Ortega, la biología en biografía… Ojalá hayamos sabido cumplir esa tarea. Ojalá que el último recuerdo que nos deje la vida sea el del amor paciente que nos sostuvo en ella.

Ser Cyrano

- CYRANO (A LEBRET) ¿Qué tienes que decirme? Te escucho. (Se sienta ante el mostrador y coloca encima, por el orden indicado, el pastelillo de almendras, el vaso de agua y el grano de uva.) ¡Cena, bebida y postre! Ahora: ¡a comer! ¡Ah! ¡Tenía un hambre espantosa!... (Comiendo.)                E. Rostand. Cyrano de Bergerac Pasear la ficción por la mirada, soldado sin edad, frente al espejo feo, cortés, desencantado, viejo, de verso triste, de gallarda espada. Acabar una estrofa en estocada; batir, parar, herir de un ovillejo; desarmar a un idiota, a un perplejo petimetre al fintar una balada. Cenar un pastelillo solamente; de postre, un grano de uva… Ser Cyrano en verbo de Rostand. Ser personaje con ayer y sin luego en un presente de mentira y cartón, sofista y vano… ¡Ser ceniza de un sueño en el paisaje!   23 noviembre 2011

La borrasca airada

  Esta mañana olían las calles a cielo gris y roto sobre la tierra. Llovía sin la mansedumbre melancólica con que solemos pensar la lluvia; llovía con rabia, como si el amanecer fuera un quijote enloquecido prodigando cuchilladas a los pellejos tintos del día encapotado. No sé qué pasa con el tiempo que últimamente anda tan irascible, tan dispuesto a enfadarse con el mundo y comportarse tan groseramente. Si hace calor, incendia y arrasa; si llueve, arrasa y desborda; si es primavera, cierra pulmones y reparte asmas; si invierno, estrena virus letales de enfermedades viejas… No sé qué pasa con el tiempo. Tampoco con el hombre ni con el mundo, este mundo y este hombre tan extraños. Después de diez mil siglos paseando una exótica verticalidad sobre el planeta, la única constante que uno advierte en él es la nostalgia de sus cuatro patas. Exagero, probablemente exagero; sin duda, porque ‘no sé’, porque soy un ignorante incapaz de advertir norte y sentido a su voluntad,

La metáfora amable

El mundo está tenso, enrarecido. Casi todo lo que uno oye o lee es desagradable; y si no lo es, parece contener un inquietante presagio. A los felices veinte del pasado siglo les sucedieron los amargos treinta y los trágicos cuarenta. Latía extraño el hombre, y cuando el hombre late de ese modo, algo podrido cocina la historia. Cientos, miles de veces ha ocurrido así. Para Sísifo –siempre Sísifo–, al final del esfuerzo sólo está la derrota. Su modesto placer de coronar la cumbre es efímero y repetidamente inútil. No hay paz ni paraíso al cabo de la escalada; sólo desolación, tristeza, crueldad, destino… ¿Existe el destino? ¿Debe ocurrir siempre lo que siempre ha ocurrido? ¿Es de verdad la historia la brillante sustitución de la fatalidad natural por la libertad humana o es simplemente la metáfora amable de la ‘ordenada’ crueldad de aquélla? Las especies combaten, y se destruyen y sustituyen. ¿Y las culturas? ¿Y los pueblos del hombre?... ¿Qué de especial creímos ver en los h

A/A Caballero inactual

Me gustaría volver a hablar contigo. Aunque, más que una apetencia, es una necesidad; ya sabes, cuando el mundo elige ‘colores’ raros, echo muchísimo de menos tus pinceles sin hoy. Es un mecanismo de defensa, una comezón por redescubrir claridades al margen del tiempo. Tú eres un especialista en los matices acrónicos de la esperanza, ésos que a veces pintan paisajes que no hallarán jamás escena en nuestros ojos; paisajes que, sin embargo, inventan la ilusión suficiente para empujar hacia delante la vida que nos queda. Después de todo, vivir es dibujar un futuro que jamás ocurre, un después en el que pasan otras cosas que no tienen que ver con las que esperábamos. Pero no importa: si el alma se ejercita en presumir la maravilla, el hombre se fortalece para afrontar su imposibilidad; siempre será capaz de reconstruir aquélla. Por eso me gustaría hablar contigo, para escuchar noticias ajenas a los hechos, crónicas de alguna hazaña sin aquí y sin ahora. Porque ahora y aquí no

El verbo defectivo

Cuando partió, yo tenía veintisiete años. Hace unos días leí que ya estaba a dieciocho mil millones de kilómetros; lo que en la noche es parva distancia: aproximadamente, diecisiete horas de viaje en un tren de Einstein . Un paseíto por la infinitud al fin y al cabo. Claro que a él le ha costado algo más: treinta y cinco años para ser exacto; después de todo, un parpadeo de la eternidad Cuando partió, nadie tenía Internet en casa ni móvil en el bolsillo, hacíamos fotos con sofisticadas cámaras oscuras y grabábamos canciones en cintas magnetofónicas. Los códigos y las gentes estábamos hechos de otra materia, menos sutil, aunque sin duda igual de ineficaz… Hace unos días leí que abandonaba el Sistema Solar con el racimo de palabras y demás señales que el hombre empaquetó en la técnica rudimentaria de su vieja arquitectura. Curioso proceder éste: arrojar signos amables y buscar anónimos interlocutores que, tal vez, no se encuentren nunca. Curioso y desolador, porque, en

...En tanto olvido

En Coslada, Madrid. He vuelto a casa. El alma está en su sitio. No he tenido tiempo de hablar con ella aún. Le pido un poco de paciencia. Torpe pasa la tarde calurosa, y se acompasa el corazón, el mundo, su latido, el ruido de vivir, ese rugido, ese tictac brutal que me traspasa. Deshago lentamente el equipaje: la bolsa vieja, la maleta ajada, las horas bien dobladas que he vestido; y el billete del último vïaje; y el destrozo del hombre en la mirada… En Coslada; en el mundo… En tanto olvido. mayo 2012

Dialéctica

La tesis es el entusiasmo, la afirmación gozosa del proyecto, de la luz. La antítesis, el desencanto –su remordimiento estético– cuando los soles de ayer, o de antes, o de hace un momento, descubren que no sirven para todas las oscuridades; tal vez, para ninguna oscuridad. Y la síntesis… Bueno, la síntesis es una chapuza, un combinado de negaciones, una macedonia de contraluces. Por eso la afirmación, que es nacer, halla su negación en el paulatino desnacerse de la vida. Luego está la negación de la negación, la superación final de aquélla en su plenitud de esencia, en su ser acabado, irreversible, ya completo… Y entonces sólo somos el asunto de una barcaza que cruza una laguna oscura. La tesis es nacer. La antítesis, el obligado desvanecerse que es vivir… La síntesis, una barca que aguarda en un desolador embarcadero.

La sombra

. . No había nada allí después de todo: una ciudad común, dos o tres árboles, algunas horas demasiado usadas, un poco de las cosas de la gente, un algo de tristeza, un no sé qué de mí que ya no estaba… Y el viento, el frío azul de un dios desapacible… Y la memoria de un eclipse viejo, de un sol sin sol ni tú, frente a los ojos. No había nada. Burbujas de palabras lentas balanceándose en el aire y ese ir y venir por el invierno de un día inactual sin tú ni día. Después atardeció, como es costumbre. Y anocheció después... Y no había nada: una ciudad común, dos o tres parques, algunas horas en las papeleras… Y un servicio eficaz de recogida de los sueños tirados por la calle. Te escribo de estas cosas porque, a veces, paseo por allí… Y no te encuentro. Y no sé dónde estoy… Ni si ocurrimos… Ni si algo sucedió, después de todo. 24 febrero 2012 .

Lacrimosa dies illa...

. Ahora que tanto se habla de indignación, me viene la memoria de la ira. Me llega en estos días –destrozados para tantos que su cuenta se hace innumerable–. Me llega con la rabia que se vende y se compra en los quioscos; con el rastro que deja la adúltera verdad del quehacer humano. Ahora, que es un antes repetido, un antes con el que no sabemos qué hacer porque, hagamos lo que hagamos, acabará en el mismo odio de cualquier otro futuro... Ahora, que las almas presumen descubrir lo que de siempre tienen descubierto... Ahora, que el discurso del hombre se encuentra, una vez más, con la indecente conclusión de su “soberbio silogismo”... Ahora, que volvemos a pensar que la culpa es de los otros, que el infierno es un demás localizado y evidente; nada que tenga que ver conmigo ni contigo, nada que salpique la cotidiana complicidad de cada cual en el desastre... Ahora, que la moral vuelve a padecer una epidemia antiquísima y recurrente, una gripe intemporal cuyo síntoma más grave es la conv

El último deseo

.   Me gustaría morir después de un día intenso, voluntarioso, obstinado en alguna indecible extravagancia, empeñado en cualquier incomprensión de ésas que arrastramos tras haber vivido entre todo lo demás tan comprensible. Me gustaría que Saturno anduviera entonces por el sur, que es el horizonte de mi terraza, y que yo estuviera sentado junto a mi viejo telescopio observando el discurso majestuoso y lento de su órbita. Y escuchar en la casa, mientras tanto, los pasos de quienes quiero; su ir y venir por las habitaciones y las cosas, sus voces dedicadas a los signos con que hice la vida; algo así como la música inefable en que hablan las esferas… Me gustaría morir entre este corazón y el cielo, entre el lugar cercano de las almas que quise y el lejano espectáculo de lo inalcanzable. Después de un día intenso y empeñado en lo indecible… Después de cualquier día que aún se mereciera ser querido. .

Cuestión de fe

. . Si mi fe me lleva a crear o aumentar vida, ¿para qué queréis más prueba de mi fe? Cuando las matemáticas matan, son mentira las matemáticas . M. de Unamuno, Vida de don Quijote y Sancho A veces, uno tiene ganas de no tener ganas de lo que suelen tenerse. A veces uno ejerce el descaro ante el mundo y le sostiene la mirada sin pretensión de nada, sin intención alguna; sólo para fastidiarlo; sólo para que se dé cuenta de que no le importan su menosprecio y su estafa; de que aún es capaz de querer de verdad, de soñar de verdad y esperar de verdad mucho más que la puerca verdad de su acomodo. A veces uno se apunta a la anarquía de los paralelogramos –que es anarquía que ignoran casi todos los que en la acracia militan de oficio– para dar un respiro a la razón asmática, asfixiada por logros sin aire. A veces, da lo mismo todo; porque todo es el pronombre de un suceso espurio, de un afán troquelado por un encantamiento. Don Quijote lo comprendió una mañana, antes del día, que era uno de l

La tragedia real o la importancia de no ser importante

. Alguien, ahora, en alguna parte, está poniendo en el mosaico de la Historia una tesela fundamental. Él o ella lo ignoran; pero lo demás, todo lo demás, pende y depende del hilo de su gesto, su suceso, la modesta decisión que acaban de tomar. Alguien, ahora, en sabe Dios dónde, está ocupado en la razón de un destino que doblegará el tiempo. Cualquier mañana está pendiente del presente insignificante en que él o ella ocurren. No hablo de los nombres ilustres que decoran los libros. No me refiero a los espurios protagonistas de las crónicas. Mi “alguien” es cualquiera. Mi “alguien” son los “tús” cotidianos que pasan por la vida sin que el tiempo se entere, que nacen y se mueren sin más tierra en el ser que la memoria de quienes les amaron. El hombre es necesariamente trágico, pero no como pensaba el mundo antiguo, no porque la moira le arroje a un destino irremediable sea cual sea su derrotada determinación, sino porque una modesta decisión suya arrastra el mundo a un inevitable mañana

Una vieja lección

. . Esta lección es tan vieja como el hombre y se ha escrito sobre ella –inútilmente siempre– infinidad de veces. Hoy la quiero recordar por causa de una reciente tristeza. Si fuéramos capaces de imaginar a quien nos ha hecho una indigna faena como el niño que fue (su sonrisa, su lágrima, su inocencia, su juguete jamás tenido, su pequeña soledad, su noche de pesadilla…), nos sería facilísimo perdonarlo; y si quien nos hizo la faena indigna fuese capaz de no olvidar el último silencio (el que ciega todas las palabras, todas las preocupaciones, todos nuestros prescindibles desencuentros), sin duda nunca llegaría a cometerla. La posibilidad del bien es mucho más sencilla de lo que pensamos. No se necesitan grandes teorías ni elaborados razonamientos: está a flor de piel de la evidencia. Basta reconocer al niño para perdonar al hombre. Para no dañar a los demás, sólo hay que anticipar el silencio, esa última patria de todas nuestras palabras. Pero de esta vieja lección no acabamos de ente

Mientras la noche

. . Esperar. Soñar alba que esperar. Nombrar de imaginaria la esperanza mientras la noche. Convencer del día al horizonte… Esperar. Y si la nada invade la mirada, arrojar la mirada más allá. Más allá de la nada. Más allá… ¡Mucho más! Enero 2012 .