. . No había nada allí después de todo: una ciudad común, dos o tres árboles, algunas horas demasiado usadas, un poco de las cosas de la gente, un algo de tristeza, un no sé qué de mí que ya no estaba… Y el viento, el frío azul de un dios desapacible… Y la memoria de un eclipse viejo, de un sol sin sol ni tú, frente a los ojos. No había nada. Burbujas de palabras lentas balanceándose en el aire y ese ir y venir por el invierno de un día inactual sin tú ni día. Después atardeció, como es costumbre. Y anocheció después... Y no había nada: una ciudad común, dos o tres parques, algunas horas en las papeleras… Y un servicio eficaz de recogida de los sueños tirados por la calle. Te escribo de estas cosas porque, a veces, paseo por allí… Y no te encuentro. Y no sé dónde estoy… Ni si ocurrimos… Ni si algo sucedió, después de todo. 24 febrero 2012 .