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Mostrando entradas de octubre, 2012

El amor paciente

Dice Hegel que la Filosofía llega siempre tarde, que la lechuza de Minerva empieza a volar cuando declina el día. Al amor le ocurre algo parecido, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. El amor también se descubre tarde. Mejor dicho, se reconoce “después”. Del amor se percata uno cuando ha pasado el barullo de los deseos, que andan siempre desazonados de un lado para otro tropezándose con las cosas. Del amor nos enteramos por la complicidad del tiempo. Del deseo y del apetito, no. Éstos son primitivos e inmediatos: se pretenden en cuanto los sentimos, se persiguen en cuanto nos ocurren. Una tarea de la vida, a la que no se presta atención excesiva, consiste precisamente en eso: convertir el instinto en su demora, convencer al deseo en el amor, transformar la animalidad en humanidad o, como diría Ortega, la biología en biografía… Ojalá hayamos sabido cumplir esa tarea. Ojalá que el último recuerdo que nos deje la vida sea el del amor paciente que nos sostuvo en ella.

Ser Cyrano

- CYRANO (A LEBRET) ¿Qué tienes que decirme? Te escucho. (Se sienta ante el mostrador y coloca encima, por el orden indicado, el pastelillo de almendras, el vaso de agua y el grano de uva.) ¡Cena, bebida y postre! Ahora: ¡a comer! ¡Ah! ¡Tenía un hambre espantosa!... (Comiendo.)                E. Rostand. Cyrano de Bergerac Pasear la ficción por la mirada, soldado sin edad, frente al espejo feo, cortés, desencantado, viejo, de verso triste, de gallarda espada. Acabar una estrofa en estocada; batir, parar, herir de un ovillejo; desarmar a un idiota, a un perplejo petimetre al fintar una balada. Cenar un pastelillo solamente; de postre, un grano de uva… Ser Cyrano en verbo de Rostand. Ser personaje con ayer y sin luego en un presente de mentira y cartón, sofista y vano… ¡Ser ceniza de un sueño en el paisaje!   23 noviembre 2011