Dice Hegel que la Filosofía llega
siempre tarde, que la lechuza de Minerva empieza a volar cuando declina el día.
Al amor le ocurre algo parecido, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. El
amor también se descubre tarde. Mejor dicho, se reconoce “después”. Del amor se
percata uno cuando ha pasado el barullo de los deseos, que andan siempre
desazonados de un lado para otro tropezándose con las cosas. Del amor nos
enteramos por la complicidad del tiempo. Del deseo y del apetito, no. Éstos son
primitivos e inmediatos: se pretenden en cuanto los sentimos, se persiguen en
cuanto nos ocurren. Una tarea de la vida, a la que no se presta atención
excesiva, consiste precisamente en eso: convertir el instinto en su demora, convencer
al deseo en el amor, transformar la animalidad en humanidad o, como diría
Ortega, la biología en biografía…
Ojalá hayamos sabido cumplir esa
tarea. Ojalá que el último recuerdo que nos deje la vida sea el del amor
paciente que nos sostuvo en ella.
Quizá sí, quizá el deseo nos haga ir de un lado a otro tropezándonos con las cosas; quizá del amor nos enteremos con la complicidad del tiempo, pero ese reconocimiento a posteriori deja a veces una estela tan clara de tiempo perdido... no sé, preso del deseo está uno como borracho, y a veces es tan cómodo vivir en la ignorancia, no echar de menos nada, no lamentar nada.
ResponderEliminarFatal te parecerá, ya lo se:-)
Besos.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Y...es hermoso siempre, cuando es joven e impaciente y cuando madura y se serena. Llega de golpe y nos vuelve locos. Creo que es el sentimiento que nos hace sentir mas vivos en la vida, pero para eso creo que es importante que no se muera el deseo.
ResponderEliminarUn beso
No me parece “fatal”, Olga. O sí, si por fatal se entiende ‘inevitable’. No podemos eludir las simpatías por Mr Hyde, por la ebriedad de su apetito desbordado. Pero Mr. Hyde ya está inventado por la naturaleza. La ignorancia, como la inocencia, son muchas veces deseables, pero no son cosa nuestra, sino de todos los demás seres, que tienen vida sin necesitar el tiempo. Nosotros –de aquí la ‘fatalidad’– necesitamos el tiempo para hacernos la vida. Y, por supuesto, yo no hablo de ‘tiempo perdido’, sino de todo lo contrario.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu palabra siempre, y un beso.
No se trata de que muera el deseo, Doña A, sino de que arraigue en voluntad. El deseo es algo que nos pasa sin que lo pretendamos; es básico, elemental, primitivo. Nos bambolea como a la ropa tendida el viento. La voluntad, sin embargo, es lo que nosotros hacemos con el deseo para ser ‘nosotros’, nuestro reino y nuestra obligación como especie de dar un paso más allá de la vida animal. Eso es la libertad, se pongan como se pongan quienes no saben distinguir entre “hacer lo que se desea” y “hacer lo que se quiere”.
ResponderEliminarGracias por vuestra aportación, querida Doña A, y un beso.
¡Ay!El amor...
ResponderEliminarSublime,contradictorio,poético,difícil,y tan necesario...
Un beso amoroso.
Un placer, como siempre, mi temida Circe, vuestra visita a estos rincones.
ResponderEliminarUn beso.
Pero, al llegar tan tarde, al reconocer las cosas con una cierta posterioridad... ¿no queda una sensación de haber perdido tiempo? El tiempo que perdimos sin amar, o sin saberlo. A eso me refería. Quizá la inconsciencia nos evita - o nos aleja- esa tristeza. No lo sé.
ResponderEliminarBesos (hoy tenemos una hora más, no exactamente, pero la noche dura una hora más y, mira, yo empleo una parte de ese tiempo de regalo volviendo por aquí,-)
Un beso.
No tenemos la suerte que tiene el perro, que muere con la misma esencia que nace. Y como él, todas las demás criaturas. Nosotros no, Olga, nosotros nacemos con una humanidad precaria y morimos con una humanidad construida; mejor aún, inventada por cada cual. Como ayer decía, esta es nuestra fatalidad: no podemos inventarnos sin tiempo –el perro sí porque el perro ya está ‘inventado’–. Es nuestra osamenta, y todas sus piezas son fundamentales e imprescindibles. Si alguna no hubiera crecido donde lo hizo, seríamos ‘otro’. Así que no hay tiempo perdido, ni para reconocer el amor ni para ser el que somos; económicamente hablando, lo que sí hay es ‘tiempo invertido’.
ResponderEliminarY gracias por dedicar a mis imaginarias una parte de este plus horario que hoy regalan los relojes.
Un beso.
Me inclino a pensar que en el hombre no haya tanta diferencia entre biología y biografía como pudiera parecer.
ResponderEliminarNo conozco otra leña que la que arde.
Un cordial y caluroso saludo...
Gracias por la visita, Julio, y gracias por disentir; aunque, naturalmente, no estoy de acuerdo. Yo creo que sí conocemos otras leñas, que no arden, y otros fuegos, que no son de leña. Con Ortega repito aquello de que nosotros no tenemos biología sino historia. Hay muchísimos ejemplos que avalan esta extravagancia existencial nuestra. Por poner uno, recordaría a Stephen Hawking, con biología precaria –que a punto estuvo de hundirse en su propia desesperación– y, sin embargo, biografía espléndida de cuya labor serán siempre deudores la ciencia y el tiempo.
ResponderEliminarNo, no estoy de acuerdo: la biología son las coordenadas en que nos encontramos con la existencia; la biografía, lo que aprendemos de ella y, con ella o a su pesar, elegimos. Esto vale también para el amor.
Muchas gracias otra vez y un cordial abrazo.