Era otra ciudad. Era otro invierno.
Otra página abierta de otro libro.
Otro poema escrito para nadie.
Era otro mundo.
Al día le quedaban hora y ganas
de perderse por nada: una aventura
sin hazaña ni gloria por ejemplo.
La esperanza era gratis por entonces;
la soledad, amable; atemporal, el
tiempo.
Era otra ciudad con otras calles
y otros parques de otros besos
prohibidos
por entonces, cuando ‘siempre’ tenía
un no sé qué de inactual ‘ahora’
–porque siempre era siempre de verdad
y nunca el nunca que jamás sería–.
Los nuevos calendarios tienen meses ajenos,
fríos que son los fríos de inviernos
diferentes,
días que inventan besos en ciudades extrañas…
Es hora de ceder las horas a otras
horas
que marcan los relojes de otras almas.
9
enero 2013
¿ A quien cederemos nuestro tiempo?¿Quien recogerá el testigo de nuestra mano? ¿ En qué calle abandonaremos nuestros sueños rotos?¿Qué haríamos sin ellos?
ResponderEliminarNo se puede vivir sin sueños, Antonio.
Si así fuera este invierno sería el último invierno.
Un beso
El relevo es ley de vida, querida Doña A. Pero esos sueños que dices rotos no se abandonan en ninguna calle: siguen en las calles de esa otra ciudad que somos cada uno de nosotros.
ResponderEliminarUn beso.
Buf!!- Qué tristeza de poema!!
ResponderEliminarTiene que ser tremendo sentir que no sientes.
Yo estoy muy contenta y no quiero pensar estas cosas.
Mira que curioso.La madre de mi amiga con 70 años se ha enamorado como una jovenzana...
Leonor con 102, una amiga de mi abuela, viaja y escribe cuentos preciosos...
Mi amigo el psiquiatra, con 42, tiene ganas de jubilarse para obtener la libertad...
Siempre hay un poema escrito para alguien...
Nunca es tarde para una aventura...
La esperaza siempre es gratis...
La soledad nunca es amable...
Ay!,que rollo te he metido.
Un beso y pasa buena tarde.
En primer lugar, mi temida Circe, gracias por tu visita y comentario. En segundo, que aplaudo que estés muy contenta y todo lo que dices de esos amigos o conocidos tuyos. Y en tercero, que estoy de acuerdo contigo en que es una “tristeza de poema” (una auténtica pena, vamos), lo que no es igual que un ‘poema de tristeza’. Sólo habla de lo habitual, de lo inevitablemente habitual que es la sustitución de unos tiempos por otros… Aunque, naturalmente, cualquiera –se enamore o no a los setenta, escriba o no preciosos cuentos a los ciento y algo– siempre percibirá ese relevo con cierta melancolía.
ResponderEliminarUn beso.