Si el fin es algo, entonces es una causa; causa final decía Aristóteles, es decir, la que explica ‘para qué’ algo
es ‘lo que’ es. Decía también el viejo filósofo que el tiempo es un accidente;
una de las nueve categorías de la ‘segunda división’ porque la primera está
monopolizada por la sustancia, que
para eso es la fundamental, el modo más contundente de decirse el ser. Pero Aristóteles importa poquísimo
a la gente y al tiempo de la gente hogaño; un tiempo que, además, se ha adueñado
de la opción semántica más pobre de la palabra ‘fin’, esto es, la que acaba con
todo y deja el mundo como los cines vacíos con sombras sin memoria en las
butacas. Por eso, tal vez por eso, la industria cutre de la opulencia –hoy tan
perjudicada– se permite el temor del fin del mundo. Aunque se trata de un temor
metafísicamente capado: la inquietud por dicho fin es sólo por “su cuándo”, no
por “su cuál”
A mí –y supongo que no sólo a mí–,
sin embargo, me parece fundamental recuperar los aspectos menos adverbiales y sí
más sustanciales de la palabra fin. Saber
cuál es –si es que es– la causa pretendida de la tierra y
la vida, del hombre y su esquizofrénica historia, me resulta mucho más
inquietante que las mamarrachadas peliculeras alimentadas en remotas y apocalípticas
profecías.
Inquietarse por ‘cuál’ es ‘el fin’,
la causa final del mundo, no por
‘cuándo’; preocuparse por la finalidad de este reino de ideas encontradas, de
encendidas pasiones, de saberes perseguidos y sólo a medias alcanzados; empeñarse
en descubrir el sentido del hombre, es decir, el que explica y justifica su
solitaria conciencia destinada a ser mundo, es asunto que aguarda una portada
digna en los periódicos y un titular de esperanza.
Por desgracia, no lo tendrá nunca.
Después de todo, las preguntas sin posible respuesta no sirven para nada: ni
cotizan en bolsa, ni intervienen en certámenes de ningún tipo, ni se puedan
rodar con efectos especiales.
Invierno 2013
No, no estoy de acuerdo. Las preguntas sin respuesta son precisamente las que han movido y seguirán moviendo este mundo. Lo que nos está pasando es que hay demasiado silencio al respecto. Sólo se oyen las ideas estúpidas y aberrantes de todos estos insensatos políticos que gobiernan nuestro mundo o el mundo en general, que juegan a ser diosecillos manejando sin piedad la vida de todos.
ResponderEliminarPero hace falta que se alcen otras voces, las voces de hombres y mujeres honrados, sinceros e inteligentes que pongan freno a toda esta sin razón.
Yo, particularmente creo que están aquí, entre todos pero tristemente demasiado callados y esa es su responsabilidad.
Un beso Antonio
No soy yo tan optimista, querida Doña A; entre otras cosas porque la propia ‘filosofía’, que era la especialista en las “preguntas sin respuesta”, hace tiempo las dio de lado para dedicarse a las “respuestas sin pregunta”. Un giro, por cierto, tan estéril como prescindible. Pero esto sería largo –amén de igualmente estéril– de explicar. Así que, dejémoslo en mi gratitud por la lealtad de tus visitas, que además intentan sacar oro de de estas aburridas entradas.
ResponderEliminarUn beso.
Nos hemos convertido en simples espectadores.
ResponderEliminarGente profesional seria,trabajadora(modelo para muchos jóvenes)en el mundo del arte,de la música,de la cultura...¡¡Cierra!!.Se queda huérfana a la deriva,esta España, que hace unos años, veíamos con un cierto horizonte...
Un beso con desánimo.
No, mi querida amiga, no “nos hemos convertido en simples espectadores”: ¡siempre lo fuimos!
ResponderEliminarFelicidades por tu santo, querido Antonio. Mientras no se acabe el mundo, seguiremos uniendo días, nombres y -a lo mejor- afectos. ¿Por qué? No lo sé exactamente, pero sé que me sobran los motivos.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, Olga, siempre.
ResponderEliminarUn beso.