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Mostrando entradas de 2014

Jardineros, mirlos y lombrices

...los pueblos degeneran por defectos íntimos .  J. Ortega y Gasset,   España invertebrada Al sistema nervioso le ha costado muchísimo tiempo llegar a la complicada arquitectura del hombre. Su larga biografía está jalonada de tanteos rudimentarios; simples ensayos que, amontonando azarosas estructuras, se han apañado más o menos con los engorros de la supervivencia. Las lombrices, por ejemplo, rastreros y eficaces ventiladores del suelo, se manejan con bastante soltura. En su caso, en lugar de cerebro tienen un par de ganglios gordos y otro montón de ganglios –menos gordos– escalonados, gracias a los cuales al organismo no le va mal del todo. Claro que, a veces, la bota distraída de un jardinero o la depredadora ansiedad de cualquier mirlo dan fácilmente al traste con el futuro de tan precaria arquitectura nerviosa. Pero, mientras tanto, la lombriz puede felizmente seguir comiendo y cagando tierra, que es la tarea que por naturaleza tiene encomendada. No sé yo si el a

El paleolítico de la noche o Preguntas mientras duerme el alma

¿Será que el universo, nuestro cosmos , aún no ha aprendido a cultivarse, aún deambula sobre la desolación del caos ? ¿Será que el ser todavía es el paisaje de un paleolítico grandioso que ignora la agricultura de sus astros, que sólo los persigue y caza, y los engulle y continúa errante buscando nuevas presas que le permitan sobrevivir? ¿Será que el neolítico de la noche, el asentamiento y la ciudad del cielo aún no han ocurrido? ¿Que la parte –nosotros– tenía la tarea inmensa de aleccionar al todo, de enseñarle cómo la prehistoria se hacía historia; cómo la horda, grupo; cómo urbe, el páramo y su hostilidad? ¿Será que éramos el docente microorganismo de un macroorganismo depredador? ¿Será que la heroica empresa de nuestra pequeñez era la civilización de un bárbaro inmenso y monstruoso que llamábamos universo? ¿Será que menospreciamos el potencial de nuestra esperanzadora insignificancia, ésa que frente a lo que ocurre se atrevía a pensar lo que debería ocurr

Pitia

Hace tiempo soñé que yo era la distancia, un pedazo de olvido mezclado con los hombres, una sombra inaudita de vapores extraños. Hace tiempo soñé que no me despertaba del sueño que tenía el alma de la tierra; y que yo era la tierra, el grano innumerable de sus montes, el polvo sin destino al polvo destinado. Un día desperté y tenía un nombre rodeando el afán del infinito. Anduve algunos años leyendo extraños signos… Y al cabo regresé al sueño que antes era, a ese incrédulo estar donde no estaba, a ese amargo destrozo de haber sido. Octubre 2014

Una vez escribí un cuento para tu madre…

Para Gonzalo, por si un día llega a leerlo El cuento era ingenuo como todos los cuentos, y como todos los cuentos acababa dando la razón a los sueños. Lo escribí para tu madre cuando ella aún no podía leerlo, ni escucharlo siquiera; cuando sólo podía oírlo, de fondo, como el rumor ronco de un viento aún por descifrar. Lo escribí cuando ella tenía ese mismo tamaño que hoy tiene tu ternura. Y lo escribí para que nadie pudiera romperle nunca los sueños, para que ella se hiciera más fuerte que los días de la vulgaridad demostrada. Porque todo lo que se demuestra acaba siendo vulgar, tediosamente vulgar. Y así no hay forma humana de vivir. Tu madre se hizo científica; y tu padre, navegante de igual barco. Pero yo sé que, en el fondo, una y otro llevan cartas de navegar con coordenadas de un no sé qué inalcanzable. El cuento era ingenuo y acababa en una no verdad como todos los cuentos. Y digo no verdad porque los años me empañaron la vida de vulgaridades, es decir, de demostra

El alquiler

Recuérdame que abra las ventanas y no cierre la puerta, y deje en mi escritorio algún soneto viejo, cualquiera que haya escrito con extrañas palabras, con ésas que no hubieron lugar en estos días ni calle en otros labios, ni distrito postal en otras almas. Recuérdame que deje abierto todo para que el aire reine –anónimo y sin mí– sobre mi ausencia, y el sol entre y se cobre lo que debo por su luz alquilada y los dulces paisajes… Recuérdame que no proteste; o me empeñe en decir que no hay derecho, que el contrato decía que era prorrogable un año cada año… Recuérdame que abra las ventanas y no cierre la puerta… Y deje al viento el verso que debo por la luz de haber vivido. 16 mayo 2014

Los otros días

Todo el dolor, toda la consternación, todo el desaliento, toda la injusticia, todo el horror, todas las llagas, toda la tristeza, todo el fracaso, toda la sinrazón, toda la podredumbre, todo el espanto, toda la iniquidad, todo el silencio, toda la infamia, toda la desolación, toda la angustia, todas las úlceras, toda la traición, todo el vacío, toda la vergüenza, todo el desconsuelo, toda la tragedia, toda la destrucción, toda la desesperanza, todo el pánico, toda la amargura, toda la desazón, todo el abandono, todas las calamidades, toda la necesidad, todo el desastre, todas las heridas, todas las amputaciones, toda la desesperación, toda la enfermedad, toda la muerte, todas las lágrimas… En portada, todos los otros días de la indiferencia  nuestra…. Todos los días de cada día, sin noticia de nuestra voluntad.

La inmolación de la luz

La relación de la luz con las cosas es una relación amorosa: la luz se acerca a ellas, las acaricia, las corteja, las seduce, las invade... Claro está que las cosas se resisten; y esa resistencia, ese frívolo desdén de las cosas hacia la iluminación plena, es lo que nos llega a nosotros como su color, como el color de las cosas. Así que los colores que vemos no son nada más que lo que las cosas menosprecian de la luz que las galantea. Qué sorprendente, verdad, porque eso que no quieren, eso que rechazan es precisamente de lo que se visten ellas para enamorar nuestros ojos. Las amapolas son rojas porque se quedan con todo el arco iris de la luz, menos con el rojo que precisamente las define. Tal vez todo esto habría quedado más claro si me hubiera limitado a decir lo que todos sabemos: que las propiedades de las sustancias absorben ciertas longitudes de onda del espectro electromagnético y nos devuelven otras que el sistema nervioso acaba interpretando como “colores”. Pero s

El atardecer penitente

Se le ha puesto a la tarde color de penitencia. No sé si será por algún remordimiento que le haya dejado el día o por algún mirar hacia nosotros que la haya desolado. El caso es que se ha cubierto de nubes, moradas hasta casi el luto, y ha empezado a llorar entre suspiros del cielo. Algunos dirán que está de Semana Santa y que piensa en nazareno; otros, que es cosa de abril, disciplinado cumplidor de sus refranes; la mayoría, sin embargo, apenas se habrá dado cuenta de la contrición, tan bella, con que hoy atardecía, o sólo habrá caído en el fastidio de tener que correr a refugiarse de un intempestivo chaparrón. Esto es normal, por supuesto, aunque deja en el paladar del alma el sabor de una sosería insuperable. A veces ­–es casi una obligación de la vida– hay que ser soso. Pero éste no es el problema; el problema es que lo seamos muchos al mismo tiempo. Si tal pasa, ocurre “la mayoría”. Y la mayoría es una realidad insípida; peor aún, engañosa –tal vez por ello, tan deseada

Reflexiones sobre la caverna

Todo el mundo tiene sus fobias. Entre las mías, el mal olor ocupa un lugar destacado. Tal vez eso diga poco de mi racionalidad y mucho del animal que la sostiene; aunque, visto lo visto y de lo que es capaz aquélla, no creo que tal minucia deba preocuparme. Sea como fuere, lo cierto es que me pone mal cuerpo hablar sobre (y desde) la caverna, porque en la caverna hay una oligarquía de esclavos con cadenas relucientes que se cagan en las herrumbrosas cadenas de todos los demás. Esto agrava la situación aquí abajo pues, al hecho de vivir entre sombras y mentiras, tenemos que sumar el insufrible olor de su descomposición dominante. La verdad es que da asco la caverna. Algo de esto suponíamos ya desde que un fugitivo escribió sobre nosotros un cuento de penumbras subterráneas y exteriores claridades… De días con sol y noches de luna. Pero aquel prófugo de la oscuridad, que tuvo el arrojo de un regreso sin aplauso, no habló de nuestro olor, no aclaró que, además de padecer el enti

La insolente realidad de las preguntas

El valor de la filosofía   ha estado desde sus orígenes en las preguntas. Las respuestas son ocupación de la supervivencia; las respuestas pretenden la utilidad. Las preguntas, sin embargo, todas esas preguntas que nos atraviesan el pensamiento sin posibilidad de hallar nunca reposo para su esfuerzo; todas ésas tan denostadas, tan perseguidas, tan ninguneadas por la vanidosa razón –ilustrada primero; instrumental, después; confusamente empirista, siempre–; todas las que desde el siglo XVIII han sido desviadas, sistemáticamente, a la sección de Salud mental por la iniquidad mercenaria de los súbditos de la desesperanza, no sirven para nada; o, mejor dicho, resisten el asedio de la nada. Son, como los acantilados ante los envites del mar, una rocosa fortaleza del alma, un cerco amurallado para el hombre. Porque hablar del alma es hablar con ellas y no querer hablar de ellas es desarraigar al hombre La grandeza de la filosofía está –o estuvo– en no poder responder, en no acert

El credo inevitable o entre el ser y el deber-ser

Hace falta una revolución personalista y comunitaria, no apta para mentirosos y sucios de corazón, que como el cuco cantan en un lado y ponen los huevos en otro. Carlos Díaz. Hay que ser tolerantes. Acontecimiento (109). http://www.mounier.es/attachments/article/166/cdiaz2.pdf Creo en Dios porque el hombre ni es capaz de ser quien dice ni jamás pretendió serlo. Creo en Dios porque los sucedáneos terrenos de la esperanza son falaces y cicateros. Urdir espurias riquezas y falsificar beneficiarios es mala escuela; mejor dicho, es academia de almas prostitutas… Porque también las almas se dedican al oficio más viejo del mundo. Y no hay más que leer la prensa de cada día –que es el pan de nuestras prostituciones– para convencerse de ello.   Me da lo mismo el color de quien haga la calle o aguarde en las esquinas de su facción, partido o ideología: el resultado es un lecho podrido y un beneficio indigno. Creo en Dios porque hay demasiada gente condenada de ante