Recuérdame que abra las ventanas y no cierre la puerta, y deje en mi escritorio algún soneto viejo, cualquiera que haya escrito con extrañas palabras, con ésas que no hubieron lugar en estos días ni calle en otros labios, ni distrito postal en otras almas. Recuérdame que deje abierto todo para que el aire reine –anónimo y sin mí– sobre mi ausencia, y el sol entre y se cobre lo que debo por su luz alquilada y los dulces paisajes… Recuérdame que no proteste; o me empeñe en decir que no hay derecho, que el contrato decía que era prorrogable un año cada año… Recuérdame que abra las ventanas y no cierre la puerta… Y deje al viento el verso que debo por la luz de haber vivido. 16 mayo 2014