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Mostrando entradas de 2015

La lección repetida e ignorada

Podría empezar como si fuera un cuento: ...Hace muchos, muchos años, se crecía entre voces desnudas de imagen. Por entonces, sólo las palabras, escritas o habladas, abonaban las párvulas inteligencias de  los niños. Leían y escuchaban sólo libros, sólo enormes aparatos de radio. Y tenían de sobra porque nadie echa en falta lo que no tiene ni  piensa que pueda tenerse. Algunos supondrán que aquél era un tiempo oscuro. Nada más incierto: la claridad no es patrimonio de la luz en los ojos, ni mucho menos. Es más, la luz de verdad hay que buscarla en otra parte; tal vez en las bodegas del pensamiento. Y ahí, desgraciadamente, el hombre se parece al holandés errante y a su fantasmal navío: siempre navega en mares de repetida sombra. Hace muchos, muchos años, cuando yo era niño, unos pocos minutos (la abundancia no estaba aún inventada) de las tardes de invierno se llenaban de cuentos y fábulas que uno escuchaba, casi religiosamente, por la radio. Voces amables sin paisaje ni rost

Palabras mientras noviembre

A mi padre, por todos los que le faltan, y a mí, por tantos que ya no tengo Uno empieza a vivir ajeno a casi todo cuando se da cuenta de lo poco que tiene que ver con casi nada. En realidad, la vejez consiste en eso: en apartarse con estoica elegancia del mundo, indiferente ya al sueño por que alguna vez lo creímos sostenido. Un capitán honorable se hunde con su barco y llora el naufragio de su tripulación; un miserable salta por la borda y chapotea reclamando el auxilio de los equipos de salvamento. Se muere de adentro hacia fuera cuando la vida nos traiciona, cuando se entrega a su negación antes de lo debido y, con tan infame alianza, nos expulsa de la luz y de los otros. Y se muere de afuera hacia dentro cuando la vida nos consiente, cuando nos autoriza a vivirla más tiempo del que pensamos mientras nos roba las almas con que la hicimos... Nos morimos entonces de todos los demás, de todos los que nos faltan; de cuantos, piedra a piedra, levantaron los muros de que ar

El otoño y la Historia

Miré los muros de la patria mía... Francisco de Quevedo Me gustaría escribir sobre el otoño como hace algunos años escribía. Me gustaría reunir en la palabra los ocres y los oros de sus árboles, los rojos melancólicos de sus rosas decadentes, los atardeceres tempranos de sus ciudades y campos. Me gustaría, pero ya no puedo. Y no puedo porque los trabajos y los días se han embadurnado de tintes profundamente desagradables. Tanto que pretender adornarlos de estacionales exquisiteces se me antoja intención bastante inicua. No son tiempos de lindezas; son tiempos de inexplicables aberraciones y de explicaciones aberrantes. A veces tengo la sensación de que hoy se vive la fantasía de una mente enferma, de que somos (de que soy) los extras de una película (malísima, por cierto) en la que unos descubren el Mediterráneo en el bidé de su adosado y otros cruzan un Atlántico al que confunden con el charco estancado de sus ideas. Se leen tantas tonterías a diario en los periódicos, que el ú

Cuando ayer no es ayer

                                                  Cuando ayer no es ayer, o cuando es cualquier día que alguna vez lo fue, que completa sus horas con risas y palabras en relojes sin tiempo –o que ya no son tiempo, sino confuso abismo donde esparce el invierno su memoria maltrecha de vida arrinconada–. Cuando arrecia el pasado un temporal de lágrimas y vuelven quienes eran un rostro en el olvido, o trastornan la vida sin permiso del alma extrañas muchedumbres... ­¿Qué tiempo es ese tiempo que anochece ciudad y amanece suburbio, que anquilosa los miembros y enfría las manos, que invierte en nostalgia el pudor del silencio y su noche infinita?... Cuando ayer no es la causa de que hoy sea un día diferente a otros días, sino sombra estampada en un mismo reloj de quietud intratable. Cuando ayer se detiene porque es nada y fue todo. Cuando no es voluntad de quererse mañana. Cuando quiere ser siempre… y  no quiere ser más. Un día que n

Viejos días de julio

Se me ha llenado la vida de demasiados ayeres. Es cosa normal a mis años. Para un viejo, recordar es la definición del instinto de supervivencia. Y hoy, hundido en estos días tan térmicamente espesos, me ha saltado en la memoria una entrada de "Al atardecer" que hablaba del mismo sentimiento sobre julio que tengo enquistado en el alma desde hace muchísimo tiempo. Así que me plagio –¡tengo derecho a ser mi propio sinvergüenza!– porque quería escribir y tenía pereza de  hacerlo. Por eso no me limito a poner un vínculo que al hacer clic sobre él te lleve al rincón que pretendes. Eso sería citar, no plagiar. Mi pereza, entonces, no sería enteramente indecente... Tengo malos recuerdos de estos días; mala memoria de un remoto entonces, cuando era joven y se me murió un amigo el día en que el hombre pisaba la Luna. Puede que por eso haya puesto a este mes de cara a la pared y siempre quiera que se pase muy deprisa. Se me hace antipático su rigor, se me hace insufrible su

La última palabra

La última palabra, la hazaña sin después que ocupará mis labios. El último acercarse del alma a su intención de rara eternidad. El último refugio para acoger la vida que aún resista, cercada y solitaria como nunca lo estuvo... ¡La vanidad de un signo que se creyó pensamiento! Y aleccionar al día con su noche inminente: su larga oscuridad sin alborada, sus ojos sin estrellas ni misterio, sus besos sin noticia de la carne... Cuanto he sido, de pronto, entre mis labios mendigando una argolla donde colgar su tiempo. Y la ciudad, detrás de las ventanas... Y el ruido de las cosas con sus nombres... Y el trajín de la vida por las calles... De pronto, cuanto he sido no tendrá más hogar que una palabra. Julio 2015

¿Quién se para a pensar en la inocencia?

Tengo abierta la ventana. A esta hora atardecida, junio se vuelve amable. De fuera me llega el  aire tibio de algún jardín recién regado. Siento una deliciosa cenestesia: frescor, sosiego, paz... Huele a madreselvas y a tierra mojada. El zureo de una paloma, empeñada en hacer el amor que le toca, adorna el pretil  de la terraza. Se oyen voces suaves, amortiguadas por la distancia, enredadas en sonrisas y destinos perdidos (¿a qué destino podría ir cualquier sonrisa hoy sino a la nada?). Es buena gente, el mundo está lleno de buena gente (cuando le dejamos llenarse de ella, naturalmente). Pero el mundo es difícil y raro; hostil, sin duda, al esfuerzo de estos atardeceres de junio en las ciudades  apacibles. El mundo está repleto de otras cosas amargas Me siento ante el ordenador y me atrevo a su tragedia. Habla de asuntos turbios: de venganzas, de guerras, de corrupciones, de asedios,  de injusticias...  Difama, acierta, insulta, salva... Antojos de no sé cuántos, veredictos de no sé

La risa, la única risa

La risa del hombre, cuando alcanza la presunta estatura de su definición, se vuelve ácida, amarga; en ocasiones, con un lastre de crueldad, insulto o menosprecio. No deja de llamar la atención que la manifestación más espontánea de la alegría –en realidad, la única viable en la naturaleza– pueda acabar retorciéndose hasta extremos tales. Somos los únicos animales dotados de una musculatura especializada en su posibilidad: somos los únicos capaces de reír, de hacer el gesto de la gratitud y la felicidad, o la inocente comprensión de la inocencia pura. El niño, esa metáfora ontológica, esa luz que estrena el alma en unos ojos, es el más delicioso de los ejemplos. ¿Habéis visto reír alguna vez a un niño sin apenas edad ante cualquier simpleza? ¿Habéis oído el precioso estallido de su carcajada porque un objeto cayera de forma imprevisible, porque alguien de repente estornudara, porque cualquier insignificancia desvelara de pronto su condición de espectáculo y maravilla?... ¿No habéi

De utopías

                           ...si existe ese país que ofende al hombre,                                   asolaré en justicia sus dominios.                                  J.M. Mesanza, Contra Utopía II ¿Cuánto dolor un sueño necesita para volverse hastío, desencanto; escombro, polvareda, sombra...; cuánto amanecer en lágrima maldita? ¿Qué horizontes, qué tierras deshabita un verbo pordiosero, sin encanto, que va de nada en nada...; qué entretanto de tiempo espurio, de señal proscrita? Cerrad los libros viejos: todo es nada, burbuja antojadiza, voz sin dueño, quehacer de un dios sin Dios y sin empresa... Y una pregunta aún, desesperada: ¿Cuánta tristeza necesita un sueño para dejar de ser una promesa? 3 marzo 2015

Constantes universales

La constante de gravitación universal es un dígito inquietante que al 90% de la población humana no le inquieta lo más mínimo. Probablemente por eso resulta tan fundamental. Su valor no es fácil de recordar, lo que, de entrada, hace comprensible que a la inmensa mayoría se le dé una higa su conocimiento. Su importancia, sin embargo, es capital, lo que pinta de estupor que a tantos desmerezca tanto. Porque si  6,67392×10 -11 hubiera sido tímidamente superior o modestamente inferior a tan rara cuantía, ni el que pergeña estos renglones ni los poquitos que los leen –o los muchísimos que jamás lo harán– tendrían espacio donde haber vivido ni tiempo que dedicar a no apreciarlo. Pero, claro, esto es diletantismo puro y duro: después de todo, los días y las noches de nuestra escurridiza existencia están llenos de cosas más importantes. La constante de estupidez universal es aún más ignorada. Sabemos que es una constante porque sistemáticamente emerge en la conjunción de millares

Cenizas

Hace algunos años escribía ... Pero todo es coherente. A fin de cuentas un fracasado crea puestos de trabajo: consultas, terapias psicológicas y fármacos variopintos. A un derrotado le basta el abrazo de un amigo. Pero por entonces la derrota era aún un ejercicio de metafísica estatura, una tilde filosófica rodeada de grandeza.  Han cambiado mucho las cosas en este tiempo. La heraclitiana hoguera de la realidad se ha transformado en brutal incendio. No sé dónde poner el alma que pueda respirar el aire fresco de la esperanza. Las verdades del hombre están podridas. Incluso cuando claman por su resurrección en los foros de la historia, se hacen irrespirables. No queda oxígeno para el mañana; ni cultivos hoy para el oxígeno. La preocupación por el clima que amenaza el futuro del planeta no debería ser meteorológica, sino histórica. Rousseau (y otros muchos) fue un embaucador. La naturaleza del salvaje no es la bondad porque nada puede ser bueno antes de que exista su defini