Tengo abierta la ventana. A esta
hora atardecida, junio se vuelve amable. De fuera me llega el aire tibio de algún jardín recién regado.
Siento una deliciosa cenestesia: frescor, sosiego, paz... Huele a madreselvas y
a tierra mojada. El zureo de una paloma, empeñada en hacer el amor que le toca,
adorna el pretil de la terraza. Se oyen
voces suaves, amortiguadas por la distancia, enredadas en sonrisas y destinos
perdidos (¿a qué destino podría ir cualquier sonrisa hoy sino a la nada?). Es
buena gente, el mundo está lleno de buena gente (cuando le dejamos llenarse de
ella, naturalmente). Pero el mundo es difícil y raro; hostil, sin duda, al
esfuerzo de estos atardeceres de junio en las ciudades apacibles. El mundo está repleto de otras
cosas amargas Me siento ante el ordenador y me atrevo a su tragedia. Habla de
asuntos turbios: de venganzas, de guerras, de corrupciones, de asedios, de injusticias... Difama, acierta, insulta, salva... Antojos de
no sé cuántos, veredictos de no sé quiénes...
¿Quién tendrá tiempo de pensar en
la inocencia? ¿Quién en el bien? ¿Quién en la bondad? Odio las palabras; cada espanto
que ocurre, odio más las palabras. Hasta esas voces suaves, que amortigua la
distancia, son una falsificación. Nadie piensa el horror de lo que dice porque a
nadie le inquieta la nada que lo avala.
Aquello es un barullo de signos sin razones; esto, una sinrazón sin signos y
sin esperanza. Hoy más que nunca los hombres
hablamos desde gargantas ajenas donde la destrucción se ha convertido en
empecinada empresa. No se me entiende, claro; pero, si la inocencia se maldice,
¿qué hacemos sino empollar los huevos de su ruina?...
¿Y si es inocente la inocencia? ¿Y si no es
real el barro que la embarra? ¿Quién da la menor ocasión a su posibilidad?...
¿Quién se para a pensar hoy en la
inocencia?
Hola, Antonio. Me alegro de leerte.
ResponderEliminarAcompañan tus palabras, como siempre y, se echan de menos aunque tú odies,a algunas de ellas,cada día más. Las palabras se convierten en susurros o gritos según lo que nosotros hagamos con ellas, como con nuestros actos. Hay palabras hermosas como la inocencia y hay palabras terribles como el odio y la venganza, la destrucción y las guerras.
A mí también me huele a noche perfumada y también pienso en la inocencia mientras la paloma hace el amor y en mi jardín cantan los grillos anunciando que la noche, esta noche perfumada, desaparecerá pero dará paso a otro mañana donde se sentirá la tibieza de una noche de casi verano y en donde alguien estará pensando en la inocencia, en el bien y en la bondad a pesar de tanta destrucción, tanta tragedia y tanto odio.
Un beso esperanzador
Hay palabras incluso peores que las que tu enumeras: son las palabras que no se dicen, las que asfixian su significado en los sótanos del alma, las que no ven la luz por miedo, por comodidad, por cobardía... Ésas son las que ni pensar nos dejan en la inocencia.
ResponderEliminarGracias por la compañía de tus bellas palabras.
Un beso.