A Gonzalo, mi nieto, que, como
todos los niños, es inventor de signos y creador de espectáculos
Lo mejor es el silencio. No
hablar de nada, ni con nadie. Lo primero por la insuficiencia de las palabras;
lo segundo, por la pobreza de nuestra voluntad. Los diálogos del hombre son
monólogos adulterados: no dicen nada ni a nadie alcanzan. Los monólogos de un
niño, sin embargo, son diálogos de un dios pequeño con su sorprendente creación.
Los niños hablan solos para inventar y para inventarse. Se inventan los signos
antes de entrar en la ortodoxia semántica de los adultos; y son capaces de
decirlo todo, de abarcarlo todo. A fin de cuentas, para ellos todo es cualquier cosa: ese tiovivo que
les entusiasma, aquel estanque que les fascina, este beso que les tiene
pendientes de una atemporal ternura... Los niños escogen la realidad más insignificante
y la transforman en espectáculo. Para nosotros los signos son un instrumento de
la razón; para ellos, una creación del asombro. Y cuando el entusiasmo se
constriñe en racionalidad, la verdad se diluye en argumentos... ¡Y los
argumentos empañan el alma! Nada es claro entonces; sólo nos queda la
obstinación de los silogismos, el esfuerzo fatuo por convencer y convencernos
con los pocos mimbres de nuestras mal pergeñadas certidumbres. Los niños no
necesitan certidumbres ni se inquietan por su contrario. Les sobra con el juego
cósmico de su vocal heterodoxia porque el mundo tiene el nombre que ellos le
ponen. Su palabra lo crea, pletórico y admirable; la nuestra, sólo aspira, raquíticamente,
a interpretarlo.
Por eso precisamente, porque ya
nunca seremos niños, lo mejor es nuestro silencio.
Es cierto que ya no somos niños. La sociedad y la costumbre nos han armado con una coraza petrea que ns impide la comunicación con nuestro yo interior y con los que nos rodean. Hemos dejado de maravillarnos y de escribir poemas. Pero no todo está perdido. Aún podemos recuperar el tiempo que se ha perdido, nuestro tiempo. Es cuestión de saber esperar,en silencio y con paciencia, ese golpe de espíritu en que un momento del mundo se haga visible ante nuestros ojos ciegos.
ResponderEliminarMuchas gracias, anónimo visitante, por dedicar tu tiempo a este rincón de palabras.
ResponderEliminar¿La sociedad y la costumbre dices?... La sociedad somos 'nosotros' y las costumbres 'lo que hacemos todos nosotros'. Así que no hay culpable ajeno ni empedrado que nos asista. El ser humano es lo que ha decidido ser. Y a mí, personalmente, me gusta cada vez menos.
En cualquier caso, gracias de nuevo por tu comentario y por la esperanza que refiere.
Un cordial saludo.
El ser humano es así desde que el mundo es mundo y desde que él está sobre la faz de la tierra. A mí, personalmente, tampoco me gusta, no obstante, está dotado de cualidades excepcionales que permiten que no nos autodestruyamos todavía.
ResponderEliminarÉl silencio debe gritar, valga la paradoja, porque si no lo hace estará contribuyendo a que el mundo siga siendo como es.
Ya sabes, la mayoría silenciosa, que calla ante lo que ocurre ante sus ojos y no hace nada para poder evitarlo.
Un beso especial para Gonzalo y otro para ti.
Verás... Yo sólo hablaba de la vulgaridad verbal del hombre actual frente a la creativa expresividad del niño. Durante años nos hemos empeñado estúpidamente en vaciar los grandes signos que nos movían; hoy, esos signos pordiosean desgastados por los telediarios mendigando algunas monedas de fe, de entusiasmo, de pasión, de grandeza... Son pompas de jabón que desaparecen con sólo rozarlas. ¿"Gritar", dices?... Bueno, hagamos unas cuantas pompas más.
ResponderEliminarGracias por tu visita. Un beso (y otro de parte de Gonzalo, naturalmente).
P.D.: Por cierto, a mí lo que me molesta del mundo no es la, supuestamente cómplice, "mayoría silenciosa" de que hablas, lo que no soporto es la "escandalosa multitud de charlatanes" que primero desnudó y después prostituyó (entre otras cosas) las palabras.