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Mostrando entradas de 2013

Metáforas de Dios

Cuesta una barbaridad. Es como levantarse de una larga convalecencia. Flaquean las palabras; son inseguras, igual que el músculo acostumbrado al tedio, a la postración. Pero un día, de repente, el alma se da el alta. Y siente ganas de incorporarse, de echar a andar y pasear por su viejo dormitorio, de levantar las persianas del silencio y comprobar si ya es de día, si ha vuelto a ser de día después de tanta noche. Comprueba entonces que el verano se ha convertido en otoño y el otoño en premonición del invierno. Y que el mundo sigue estando donde estaba y tan poco bien como estaba antes. Dan ganas de no salir, para qué engañarnos. Flaquean las palabras desde luego: la voluntad de su destino descubre un pobre entusiasmo. Pero es voluntad . Al fin y al cabo, voluntad , un órdago de la sinrazón. Y, como Lázaro, el alma se levanta y anda. Un buen amigo, los buenos amigos lo son por su capacidad de tocarnos el corazón, me ha regalado hoy, sin merecimiento por mi parte, un bello CD

El tamaño de la noche

De cerca somos impresentables; de lejos, muy de lejos, insignificantes. La verdad es perspectiva, decía Ortega, lo que me inclina a preferir la mirada de la distancia. Carl Sagan, ese poeta del cosmos –ya desaparecido–, definió nuestro mundo como “un punto azul pálido”. Nada más que eso. Se refería a una fotografía que nos hizo el Voyager 2 desde Saturno, casi en la esquina de nuestro sistema, a unos seis mil millones de kilómetros. Desde allí, desde más allá de allí, nos envuelve la perfecta humildad de la insignificancia. La gente “normal” pasa mucho del tamaño de la noche. Si cubriéramos las ciudades con grandes cúpulas oscuras salpicadas de lucecitas, nadie echaría en falta las estrellas; menos aún los planetas, vagabundos a sus anchas sobre la indiferencia de millones de ojos que no los miran y que, si alguna equivocada vez lo hacen, no los reconocen. En realidad, lo que de la noche importa a la inmensa mayoría son los artificios subcelestes que el hombre ha invent

Matar el tiempo

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... Manuel Machado   De cuando en cuando me gusta volver a los poetas invisibles, a los viejos poetas que apenas tienen lugar en la común memoria. Y es que, últimamente, la común memoria está tan llena de vulgaridad que aburre, si no desespera, la ocupación del alma. Odio el contacto con lo cotidiano, tan adornado de porquería, tan cutre, tan desolador. Lo que no es crimen es fraude; lo que ni aquello ni esto, meridiana estupidez. A veces tengo la impresión de haberme dormido hace mucho tiempo y ser víctima de una soez pesadilla. Pero, por más que me pellizco, no consigo despertar. De cuando en cuando me distraigo con libros añosos. O veo películas antiguas y escribo sonetos para matar el tiempo. Y digo “matar el tiempo” porque eso es lo que quiero. No simplemente dejarlo pasar, sino impedir que ocurra. Tenderle una emboscada y apresarlo y juzgarlo ante todos los hombre

El vano atardecer

Al atardecer, ese alto eucalipto que hay frente a mi ventana sigue empeñado en ser su sombra, en imitarse y creerse espectáculo de un enajenado artificio. El sol último le arranca el alma oscura y enciende un rojo aplauso alrededor de su imposible entusiasmo. Puro teatro de luces y penumbras éste de los atardeceres, como si todos los cuerpos, que están a punto de diluirse en la noche, desearan darse un homenaje de formas irreales. Formas que sólo son memorias abatidas sobre la tierra, fotogramas del inminente olvido de las cosas que se deja el día. Largas sombras de los caminantes sobre los caminos, de las farolas sobre las aceras, de los árboles sobre los jardines... Al atardecer, la realidad se arrastra por la oscuridad de sí misma para interpretarse consistencia no posible. Quizá también la vida, esta ofuscada vida de la conciencia quiero decir, no es más que la hermenéutica trágica de un vano atardecer. Junio 2013  

El fin del mundo

Si el fin es algo, entonces es una causa; causa final decía Aristóteles, es decir, la que explica ‘para qué’ algo es ‘lo que’ es . Decía también el viejo filósofo que el tiempo es un accidente; una de las nueve categorías de la ‘segunda división’ porque la primera está monopolizada por la sustancia , que para eso es la fundamental, el modo más contundente de decirse el ser . Pero Aristóteles importa poquísimo a la gente y al tiempo de la gente hogaño; un tiempo que, además, se ha adueñado de la opción semántica más pobre de la palabra ‘fin’, esto es, la que acaba con todo y deja el mundo como los cines vacíos con sombras sin memoria en las butacas. Por eso, tal vez por eso, la industria cutre de la opulencia –hoy tan perjudicada– se permite el temor del fin del mundo. Aunque se trata de un temor metafísicamente capado: la inquietud por dicho fin es sólo por “su cuándo”, no por “su cuál” A mí –y supongo que no sólo a mí–, sin embargo, me parece fundamental recuperar lo

Porque...

Porque es triste, muy triste. Porque es inmensa la decepción que sabe la tristeza. Porque han oxidado el presente y amputado la esperanza. Porque han hecho del ayer coartada, del hoy embuste, del mañana vértigo. Porque insultan la vejez que el viejo se merece. Porque anochecen la promesa que la juventud aguarda Porque comercian con la fe del inocente. Porque se han permitido la abundancia robando a la pobreza. Porque son iguales; sólo ellos –¡todos ellos!– iguales. Porque cercan y se baten como lobos por devorar la cierva que aún palpita. Porque han hecho de la tierra de todos cortijo de unos cuantos. Porque ensucian las palabras cuando hablan, Porque pudren las ideas si las piensan. Porque mienten… ¡Porque es triste, muy triste, la filiación de un español en estos días! 27 mayo 2013

Historia de cualquiera

Se presentó de improviso un día de hace tiempo. No me di cuenta entonces de que era quien era. Ni de que íbamos a estar tanto tiempo juntos. De niño me encontraba con ella a diario, nada más despertar, colocando mis cosas en un orden preciso que yo no comprendía. Luego jugábamos a todo lo imposible, a todo lo que no seríamos nunca..., pero éramos felices. Todo cambió cuando murieron los juegos: los días sin infancia se vuelven agridulces. La veía y la amaba, aunque a veces la odiaba y quería que se fuera. Pensé hasta negarle la palabra, romper con ella definitivamente, impedir que amaneciera junto a mí y situara mi tiempo con mis cosas en un orden que nunca he comprendido ­–supongo que esto ocurre en toda adolescencia–. Pero también murieron los agridulces días sin infancia ­–todo acaba muriendo–. Sin embargo, ella siguió junto a mí ordenando los meses y los años; los gozos, las tristezas, las derrotas, los triunfos… No sé si supe amarla entonces; tal vez me limité a co

La melancolía del alma de Fausto

Como si hubiera dejado de quererse, hoy tiene el alma antojos de melancolía, como si se desentendiera de sí misma y no diera pie con bola en los relojes… ¡Como si nunca fuera ya lo único que importa! ¿Adónde vas extraña y decadente por ciudades de ojos sin mirada, a qué jardín de rosas para nadie? El hombre es el único animal que tropieza mil veces en el hombre. El hombre es el obstáculo del hombre, la piedra innumerable, la zanja de sí mismo. Llora el viento de frío y tiritan de abandono los brotes nuevos de los viejos árboles. Y tú, mi enajenada tú, confusa y enigmática, arrojas a los charcos tu vocación de ángel. Porque eres del hombre… A mí me perteneces y caes donde yo caigo; te hundes y te asfixias, anaeróbica hazaña de mis sueños. La noche iguala el infinito con el cero y Dios juega a los dados a pesar del sabio. Somos sólo el capricho de un misterio, la baza breve de un azar inexplicable. No dejes de que

Decir adiós a Alejandría

Como dispuesto desde hace mucho tiempo, como un valiente, di adiós a Alejandría que se aleja. Y sobre todo no te engañes, no digas que fue un sueño, que se engañó tu oído; no aceptes tan vanas esperanzas. K. Kavafis, El dios abandona a Antonio No es fácil decir adiós a Alejandría. Hay que entrenarse, prepararse intensamente. Mientras la vida se parece a la vida y sólo cree en sí misma, no hay que gastar toda la energía en vivir simplemente: hay que reservar frecuentes intervalos para pensar que uno quiere vivir lo que está viviendo. Porque después, después del verdadero después , llega la debilidad, el engaño pusilánime de que nunca fue real lo que en realidad fuimos , lo que quisimos ser ; de que todo fue un sueño y nosotros una mentira. Ésta es la gimnasia del cobarde, la miserable práctica del que no se atreve a sí mismo. La vida del hombre es creación y debe ser convicción, entrega convencida al acto de crearse. Lo contrario, co

La tristeza elegante

En Coslada, Madrid, de nuevo (...y viejo) acostumbrado a destrenzar la vida lentamente, a la ausencia prometida, a la imagen maltrecha en el espejo. En Coslada… Y abril sin un vencejo que llevarme a los ojos. Maltraída anda la primavera, confundida entre tildes de invierno circunflejo. Alrededor el mundo (esa rareza ruidosa y cotidiana) ocurre y pasa sin noticia de luz merecedora. De punta en blanco vuelve la tristeza desde el futuro sin futuro a casa. En Coslada… De nuevo aquí y ahora. 7 abril 2013

El pistolero y el desierto

Amo la soledad de los revólveres, sus redondos abdómenes hexástilos, su inquietante advertencia, su amenaza; amo el ojo avisado de la muerte y el ácido perfume de la pólvora en las seis rosas negras de su alma. Debo cruzar el último desierto sin norte ya, ni rumbo ni tarea. Hacia viejos poblados que no existen debo seguir queriendo seguir vivo. Y cabalgar a lomos del silencio. Y cabalgar y cabalgar… por nada. La cobriza tangencia del crepúsculo pone triste la sien de mi caballo. Oigo el silbo de Dios en la llanura… En la llanura inmensa, ilimitada. El desierto es el tacto del olvido, la caricia del vértigo, la fibra terminal de la tierra donde ahora el rostro reconozco de la muerte, donde sólo es verdad esta brillante soledad de un revólver en mis manos. Marzo 2013

Historia de un soldado

Érase una vez un soldado que defendía una plaza rodeada por un desierto. Desde nunca hasta jamás fue cruzado tal desierto por ejército adversario que mereciera la pena de su vana ocupación –ni tampoco aliado, capaz de entretener tan aburrida centinela–. Y aquel turbio soldado, que contaba las horas en clepsidras de tedio, se murió sin hazaña ni nadie con quien cruzar espada o firmar armisticio. Y érase otra vez –o tal vez la misma vez– un soldado defensor de una plaza harto distinta; una plaza en el centro de un rabioso conflicto; una plaza rodeada de ejércitos inconmensurables y enemigos. Tantos eran los frentes que el soldado no sabía por cuál de ellos empezar. Y embotado, confuso e indeciso murió de una granada que silbaba en el cielo camino de otra parte. Lo peor de esta historia es el triste renglón que ocupa el hombre… Ese gris centinela que vigila la nada… Ese ambiguo soldado humillado ante el todo. 4 marzo 2013

Desconcertada especie

Pensar es fácil. Cosa nuestra, vamos. Nacimos para eso. Pero engañar es más fácil todavía, aunque para eso no naciéramos. Parece, sin embargo, que el hombre camina últimamente más por lo segundo que por lo primero. Por el engaño, quiero decir. La culpa es de Mr. Hyde, de la contumacia de Mr. Hyde y de la dejadez de Jekyll. O de los caballos de Platón y de la pusilanimidad de su auriga. Y así no vamos a ninguna parte. Faltan cabezas al hombre y le sobran miembros; piensa con los cascos de sus bestias y cree en su galope con la fe del carbonero. Tal vez estoy viejo (lo soy, sin duda, pero estarlo es cosa más grave), lo cierto es que si levanto los ojos y miro el tiempo que no me queda, no veo luz en el horizonte. Peor aún, no veo horizonte. Claro está que lo que yo vea o deje de ver importa un bledo al resto de las miradas. Pero yo no hablo del ‘resto’ ni pienso –ni jamás lo hice– por el ‘resto’. A lo peor es eso; a lo peor soy náufrago del solipsismo y me falta entrenamiento

De solares, moscas y mierdas

A veces uno siente la apetencia de escribir raro. No por nada en particular, sino... en realidad, por todo. Decir para no decir; y vomitar de paso la mala bilis que soporta el alma por la digestión del mundo. Algunas, víctimas de precocidad literaria, lo hacen demasiado pronto. Otras, como la mía sin ir más lejos, demasiado tarde. En ambos casos el resultado es el mismo: la nada exquisita del silencio. Porque hablar de la verdad, de la justicia, de la honradez, no es sino visitar un estercolero; un solar al aire libre donde cualquier mierda se siente importante. Pero ¿cómo se le dice a una mierda que tiene equivocado el sentimiento?; ¿que no es ni más ni menos que el nombre en que se ocupa, o el olor que despide –esa sombra que deja en el olfato su triste desecho–…? Las mierdas tienen una extraña inclinación a valorarse en función del número de moscas por que son elegidas. Craso error. La mosca, como todos sabemos, es caprichosa y de impredecible vuelo: viene y va por el aire sin

El relevo

Era otra ciudad. Era otro invierno. Otra página abierta de otro libro. Otro poema escrito para nadie. Era otro mundo. Al día le quedaban hora y ganas de perderse por nada: una aventura sin hazaña ni gloria por ejemplo. La esperanza era gratis por entonces; la soledad, amable; atemporal, el tiempo. Era otra ciudad con otras calles y otros parques de otros besos prohibidos por entonces, cuando ‘siempre’ tenía un no sé qué de inactual ‘ahora’ –porque siempre era siempre de verdad y nunca el nunca que jamás sería–. Los nuevos calendarios tienen meses ajenos, fríos que son los fríos de inviernos diferentes, días que inventan besos en ciudades extrañas… Es hora de ceder las horas a otras horas que marcan los relojes de otras almas. 9 enero 2013