Amo la soledad de los revólveres, sus redondos abdómenes hexástilos, su inquietante advertencia, su amenaza; amo el ojo avisado de la muerte y el ácido perfume de la pólvora en las seis rosas negras de su alma. Debo cruzar el último desierto sin norte ya, ni rumbo ni tarea. Hacia viejos poblados que no existen debo seguir queriendo seguir vivo. Y cabalgar a lomos del silencio. Y cabalgar y cabalgar… por nada. La cobriza tangencia del crepúsculo pone triste la sien de mi caballo. Oigo el silbo de Dios en la llanura… En la llanura inmensa, ilimitada. El desierto es el tacto del olvido, la caricia del vértigo, la fibra terminal de la tierra donde ahora el rostro reconozco de la muerte, donde sólo es verdad esta brillante soledad de un revólver en mis manos. Marzo 2013