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Mostrando entradas de abril, 2021

Madrid, Madrid, Madrid...

Nací en Madrid. Hace ya mucho tiempo desde luego. Hijo de padres y nieto de abuelos, por ambas ramas, también de Madrid. Mi alumbramiento ocurrió en Chamberí y mi educación en “La Prospe” (el viejo y también castizo barrio de “La Prosperidad”). De esta cadena de sucesos intrascendentes (para el mundo, no para mí, claro está) se desprende que soy irremediablemente madrileño. Y lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, siento casi la obligación de pedir perdón por ello. La verdad es que no sé por qué, pero es incontestable que, por gracia de unos políticos que parecen despreciarnos, cuando no somos culpables de ser verdugos, lo somos de ser víctimas. No son pocos los figurones de Comunidades que con los vaivenes de la pandemia han aprovechado para arremeter contra los madrileños (no ya contra su gobierno, sino contra sus ciudadanos) cerrándoles las mismas fronteras que babeaban por abrir a otros viajeros. Y no quiero decir que el cierre fuese o no loable exigencia sanitaria, sino que

Divinas palabras

Sin ánimo de ofender y con terapéutica cortesía, no tengo más remedio que reconocer la aparición de un trastorno, de rasgos inquietantemente neuróticos, entre algunos hablantes de nuestra lengua. Como bien es sabido, la neurosis es una afección leve que se caracteriza por la respuesta indebida y desmesurada a estímulos inocuos. Yo, por ejemplo, no soporto ver un botón encima de una mesa. Reconozco que es una estupidez, aunque por fortuna mi neurosis es enteramente inocente: no perjudica a nadie ni se traduce en ningún tipo de obsesión didáctica hacia los demás; quiero decir   que ni por lo más remoto se me ocurre pretender aleccionar a nadie sobre la idiota peligrosidad de los botones abandonados en las mesas. Pero cuando no se da esta adversativa fortuna, la gravedad del síndrome preocupa. A mí por lo menos. Es el caso que, de un tiempo a esta parte, se han encontrado pacientes que, al hablar castellano (particularmente castellano, sí; especialmente esta maravillosa lengua), hállans

La puerta de la casa

  Me sentaré otra vez delante de la casa, a la puerta del alma en los barrios del mundo. Transcurrirán las sombras por sus horas, los meses por sus años. Vendrán días lluviosos y fríos. Vendrán inviernos y vendrán veranos. Y otoños y primaveras luminosas. Repetiré virtuosas palabras en voz alta sin que nadie se detenga a pensar quién ni por qué las dijo. Veré cruzar los astros. Veré a los gorriones correr dando saltitos, picoteando aquí y allá. Veré llorar, reír, amar, temer... Veré pasar, pasar, pasar… Me sentaré otra vez delante de la casa, extrañado como siempre, pero un poco más viejo, más solo, más acostumbrado a la desesperanza. Porque, al cabo, veré pasar de nuevo sus derrotas. Y no sentiré nada, ni alegría ni pena ni tristeza. Acaso un poco de piedad o algo de confusión por lo que hicieron... Acaso un enorme dolor por habitar la muerte.         Marzo 2004