. … y atrapar vientos Eclesiastés, 2, 17 Las ganas de la noche no se cuentan, no se dicen a nadie, no se escriben, no se ponen en boca de los otros ni se adornan teoremas a su costa. Las ganas de la noche se descubren una tarde cualquiera –sin razones aparentes de grávida importancia– colgadas de los árboles o el cielo, detrás de un contraluz imprevisible; o en un fotomatón, agazapadas, como una identidad de oscuridades. Las ganas de la noche son remite del sobre de un silencio: esa indigencia de una carta que no nos llegó nunca, que nunca se escribió ni fue pensada, que no fue más que niebla… Nada y niebla; niebla de nada en un buzón vacío. (29 de marzo de 2009) .