jueves, 30 de marzo de 2023
martes, 28 de marzo de 2023
Vivir en marzo
Se trata de un recuerdo grato. Todos tenemos rendijas en el tiempo donde guardamos nuestras modestas felicidades. Quizá cuando fueron no las apreciamos lo suficiente; esto ya lo sabía Jorge Manrique. Los momentos amables son como las estrellas: su belleza está en su distancia; de cerca son a veces hostiles.
La amabilidad de esta entrada, que he querido recuperar antes de que acabe marzo, está en su vital optimismo (estado emocional al que no soy muy dado) y en el generoso acompañamiento de unos espléndidos comentaristas, para mí de entrañable memoria. Para compartirla conmigo basta clicar en la imagen.
jueves, 16 de marzo de 2023
Soleares en blanco y negro
Hay asuntos que suceden
al fondo de los cajones
envejecidos de ayeres;
donde es verdad la mentira
que no quisimos saber
y nos destrozó la vida,
y mentira la verdad
que no supimos querer
para que fuese real.
No hay nada que duela tanto
como mirarle la espalda
al ayer que traicionamos;
y encontrarnos cara a cara
con un no sé qué maldito
que es el cáncer de las almas.
Sombras sin dios ni razón
que devoran la memoria
y arruinan el corazón.
Testigos en blanco y negro
de siempres que no se cumplen,
de nuncas que acaban siendo.
No hay nada que duela tanto
como esas fotografías
que no quieren perdonarnos.
15 marzo 2023
martes, 28 de febrero de 2023
Amar la vida
Es un texto viejo (marzo de 2007 “Al atardecer”) que recupero hoy gracias a un gorrión que me ha mirado un instante de eternidad esta mañana al salir de casa.
Estoy viendo a través de mi ventana un chopo, ayuno aún de primaveras, desde una de cuyas ramas a su vez me observa un gorrión no sin cierta indiferencia. Entre el chopo, él y yo estamos construyendo un momento único, de nula trascendencia por supuesto, pero único. No volverá a repetirse nunca una luz como esta luz, agónica en el poco día que le queda, ni un pájaro así en el punto preciso de esa rama en que ahora lo veo, ni este yo taciturno y tardeado a quien mira él con displicencia. Estamos los tres ya reunidos para un fotograma excelente en su temporal soledad (lo único siempre es lo solo); un fotograma de nuestras vidas, hoy excepcionalmente coincidentes. La única diferencia entre nosotros es que este intervalo en mí se hace conciencia, en mí se vuelve palabra.
Decía Ortega, nuestro Ortega, que cada hombre tiene una misión de verdad; es decir, que de alguna forma somos hacedores del ser. La alegría que siento cuando ocurren determinados hechos o la tristeza que me embarga cuando suceden otros son alegrías y tristezas que nunca antes fueron y jamás volverán a ser. Las pone este modesto yo en la realidad existente, se crean conmigo y, gracias a mí, pertenecen -desde el momento en que pasan- a una eternidad imborrable en la infinita memoria del ser. Son ontológicamente verdaderas porque han sido reales.
Cada momento de la vida, desde la más insigne hasta la más mezquina, es un ejercicio de divinidad. No es que juguemos a crear, es que creamos de modo inevitable el mundo y su verdad porque estamos humanamente vivos.
Esto es lo que para mí significa amar la vida; y respetarla por encima de todo. Porque quien arranca la vida a alguien le arranca a la realidad toda el ser que le debía su insustituible mirada.
Febrero 2023
lunes, 13 de febrero de 2023
El sueño y la moraleja
Carlos Gardel, Volvió una noche
13 febrero 2023
jueves, 2 de febrero de 2023
Los males del Conde Lozano
Tenía yo muy pobre edad cuando vi la película El Cid. Fue en un cine de barrio, el Marvi, que estaba en la calle Cartagena de Madrid y que, naturalmente, hace ya mucho tiempo que no existe. Ni que decir tiene que salí feliz y emocionado, que es como se solía salir de todos los patios de butacas en que la realidad se hacía grandeza a veces, y siempre maravilla. Por entonces ya había leído yo en el cole algunos romances sobre don Rodrigo, como el de la Jura de Santa Gadea por ejemplo, y me entusiasmó ver a un decidido Charlton Heston reproduciendo su asunto en el enorme rectángulo de los prodigios. Sin embargo, no conocía yo aún a Guillén de Castro, de lo contrario, hubiera sentido similar entusiasmo en otros fotogramas, porque Las mocedades del Cid, sin duda, fueron fuente de fecunda información para los guionistas. Hay una escena en esta obra que recoge la arrogante palabrería del Conde Lozano -padre de doña Jimena- después de haberle cruzado la cara a don Diego -padre de don Rodrigo- por una soberbia envidia. No aparecía en la película, claro está, lo que es una pena porque ejemplifica exquisitamente el modo más mezquino y rabioso de defender lo indefendible:
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla.
El Conde Lozano no acaba bien su pendencia, ni en la película ni en Las mocedades, pero en éstas se me antoja más chulo que en aquélla. Hay que serlo, desde luego, para tan soberbia conclusión: ¡...defendella y no enmendalla!
¿Qué pensaríamos en nuestros días si alguien se refugiara en determinación tan rústica para afrontar sus errores? La verdad es que es poco probable porque en la actualidad la gente, aunque no haya leído Las mocedades del Cid, tiene conciencia de la inelegancia y cerrilismo de dicha postura. Incluso los que no son marxistas están al corriente de que la autocrítica es un sabio proceder hasta de las inteligencias menos capaces. Cierto es, no obstante, que en nuestro mundo hay cosas raras. Por ejemplo, están los terraplanistas, que aseguran que la tierra es plana y ni en broma están dispuestos a corregir sus tontadas. Peor es, sin embargo, cuando un ministerio (la minúscula está perfectamente justificada en este caso) dicta leyes confusas que amparan consecuencias indeseadas y causan daños a quienes proteger pretenden. Mucho peor, sin duda, si la única respuesta es enrocarse en que “el infierno son los otros”, que es decir de Sartre, y renunciar a la grandeza humana de saber equivocarse y asumir rectificar.
Así son los males del Conde Lozano, males de tiempos antiguos, males de clases o castas soberbias.
¡Qué le vamos a hacer!
1 febrero 2023
martes, 31 de enero de 2023
Amor analfabeto
En tiempos del poliamor -que no es sino desamor a la antigua usanza- eso que los arbitrarios criterios de la decadencia negaron a los crisoles de su mañana, eso que abonó el proyecto de pretenderse grandeza en lanza y arrestos de Quijano el bueno, eso que puso a Dante ante la trascendencia o vio Petrarca un día de Viernes Santo, eso que no fue nunca y se quiso siempre, eso que hoy es un un raro siempre que se condena a nunca… Eso fue el amor letrado y convincente, filósofo tal vez… Siempre grandioso.
Ya no sabes, amor, leer los días.
Discípulo del tiempo, has olvidado
que todo era un proyecto de la tierra
al que no le bastaba con ser tierra,
que su barro era un alma sin gramática
y tú la voluntad de su sentido.
Ya no sabes -qué tristemente estúpido
te has vuelto con los años- por qué mueren
los nombres y naufragan en la noche
las naves de un destino.
Ya no sabes
amar, amor extraño, nada grande.
Amor analfabeto... Amor maldito.
31 enero 2023
(el poema originario apareció aquí en junio de 2010)
miércoles, 25 de enero de 2023
El breve discurso de la verdad
La oposición verdad-mentira siempre fue una oposición envenenada. Como todos los venenos, actuaba a traición de la vigilancia más extrema. Quiero decir que la peligrosidad de la mentira consistía en invadir la verdad, en infectarla hasta el punto de convertirla en la corroboración de su contrario sin que nadie se diera cuenta. Disponíamos, en estos casos, de una palabra al menos para definir tal metamorfosis: “engaño”. El engaño era el signo de aquella falsificación, el deseo consumado de la vieja pretensión atribuida a Goebbels (en cuyo favor lo único que se me ocurriría apuntar sería el número de repeticiones exigidas: mil veces una mentira para el reino de una verdad). Curiosa ecuación sin duda la del nazi: una falsedad multiplicada por mil es igual a una no-verdad negada.
Como todos sabemos, nada en el mundo hay tan malo que no pueda empeorar. Y éste también es el caso de la verdad. Porque, si la oposición aludida dije que era envenenada, el verdadero mal de nuestro espacio y tiempo particulares es que ha desaparecido la oposición; mejor dicho -y peor que así sea-, es que ya da lo mismo. Vivo en una tierra, país, patria, nación o estado (elíjase la denominación según la particular apetencia de quien quiera que sea el que por aquí se cruce) que ha superado a Goebbels. Ya no es necesario el escolar esfuerzo de repetir tantas veces una mentira para su inexplicable conversión en verdad. Basta decir aquélla. Así de simple. No hay que justificar, explicar, acomodar… No hay que hacer nada. Un político miente y al día siguiente desmiente. Y no pasa nada. No hay verdad ni mentira; hay “campanadas viscerales”; palabras que electrifican, entusiasman, convulsionan, amodorran, idiotizan… Nada que pensar. Nada que concluir. Qué más da lo que ayer dije; qué importa lo que hoy desdigo: “Nosotros somos los chachis; sed chachis como nosotros… Los demás sólo son fachas”.
Y así se acaba el breve discurso de la verdad…
¡Y la esperanza!
24 enero 2023
miércoles, 18 de enero de 2023
Morir sin muerte
sábado, 14 de enero de 2023
La voz de un sueño*
Uno espera y espera... Uno excede
la paciencia del tiempo, y aún espera
un renglón en el aire, una quimera,
un párrafo en la luz. Y no sucede.
Uno quiere poder lo que no puede:
romper con el silencio, esa manera
de estar dentro de uno estando fuera,
o estar donde no está cuando procede.
Un día, de repente, suena un sueño.
Se rompe el tiempo, el corazón se hunde,
la vida se conforma, cesa, calma
su agotadora desazón sin dueño.
Y esa voz que de pronto nos confunde
-un vínculo de viento- rompe el alma.
13 enero 2023
*La llamada v.2
lunes, 2 de enero de 2023
La noche más hermosa
No puedo evitar recordarla, aunque haya pasado un cuarto de siglo. Me basta salir a la terraza y escuchar... nada. O mirar las calles y sólo ver la niebla pasear por las aceras. Es la noche más hermosa, reescrita y colgada en otro viejo blog tal día como hoy hace quince años; recuperada después y agrandada con Chopin; repetida ahora porque la edad me exige devoción por la memoria y práctica para no olvidar las tildes de la vida que he querido.
miércoles, 28 de diciembre de 2022
Ropa limpia siempre
Han pasado catorce años... O veinte... O cincuenta... O una eternidad... ¡Qué más da! La ropa limpia sigue aún tendida, inmóvil parmenídeamente, como un dios de mármol, como una fotografia a la que nunca llega el viento salvador de tanto olvido.
Me queda este consuelo, este paisaje
de señales colgando en la ventana:
ropa limpia de verbos y tristeza
tendida al sol confuso de diciembre.
Sólo eso: palabras de impotencia
tantas veces lavadas en mis lágrimas.
Que el viento las arranque y las eleve,
y arrastre su rumor a alguna parte,
a algún rincón donde el silencio pueda
recuperar del aire tanto olvido.
19 diciembre 2008
martes, 20 de diciembre de 2022
Nada nuevo
Asfixia el mundo, este mundo que se construye desde el juicio acelerado; tan acelerado, que se adelanta a sí mismo, que deja de ser juicio para ser prejuicio; ortodoxamente, “pre-juicio”, algo que volcamos sobre los demás sin darles ocasión de nada, sin saber realmente nada de lo que pasa o les pasa, guiándonos de tres o cuatro señales mal leídas y peor interpretadas, dando crédito al ruido para invertirlo en mensaje, convirtiendo nuestra fantasía en injuria y condena…
Por eso he perdido las ganas de escribir. Últimamente ando en tratos dolorosos –y reales– con los años. Con los muchos, por el duelo de ver los escombros de su ruina; con los pocos, por la pena de saber la inanidad de su proyecto; con los medios, por su errático andar tras la opinión de más aplauso… Con los míos, por la inmensa lejanía de mi mismo.
No tengo ganas de escribir porque cada día tiene el día menos ganas de serlo, porque todo lo que habrá de establecerse al cabo de vivir puede que sea para nada; porque tan tonto soy que ni siquiera sé si creo en lo que creo; porque la edad de Dios sigue hablando de jardines amables a pesar de su destrozo; porque la luz se ha hecho sólida en muchísimos miradas; porque Teseo ha decidido la espada y la tristeza; porque del sueño horrible no se acierta a despertar bajo el beso de una voz o su memoria…
No tengo ganas de escribir…
Si será verdad, que lo escrito aquí ya estaba escrito.
31 octubre 2008
miércoles, 7 de diciembre de 2022
Ogigia
Ogigia, ese nombre de tan incómoda articulación, es la isla de Calipso, la ninfa que pretendió borrar la memoria de Odiseo y que le ofreció la inmortalidad para que permaneciera junto a ella. Pero, como todos sabemos, el héroe griego prefirió ser mortal a cambio de volver a su patria y a Penélope. Odiseo es un hombre de ésos que, por encima de todo, sólo quieren recobrar la vida que han vivido, el amor que han amado.
El poema, como indica la fecha, apareció ya en esta Imaginaria. ¿Por qué lo hago reflotar ahora? No lo sé. Los años juegan con nuestra memoria como el niño a que se refiere Nietzsche al final de las tres metamorfosis del discurso de Zaratustra; ese niño que “es inocente y olvida; una primavera y un juego, una rueda que gira sobre sí misma, un primer movimiento, una santa afirmación.”
Giro, pues, sobre mi propia y, naturalmente, prescindible memoria.
Estos días que vienen de otros días
enredados en noches engañosas…
Estos días que invaden sin permiso
la celda de mis ojos…
Estos días
esteparios, monótonos, iguales,
sin posada de gestos, que he perdido,
ni rincones amables donde el alma
deposite una voz, arrope un sueño…
Estos días que pasan sin que pases
al fondo de sus horas no merecen
un número, un renglón, un calendario,
un giro de la tierra o de los mares,
una luz, un silencio, un simple mirlo
saltando en mi jardín…
Nada merecen
estos días que no habrían de serlo.
Estos días que insisten en que faltas
después de amanecer y antes de ellos.
Estos días de amor que nada aman.
Estos días tan largos... ¡Estos días!
23 de julio de 2009
* Detalle del cuadro "Ulises y Calipso", 1882. Arnold Böcklin