sábado, 11 de noviembre de 2023

Los hielos de Antenora

 



También en la mitología hay segundones, personajes de poco relumbre que han pasado por las narraciones con más pena que gloria, aunque originariamente parecieran pretender más la segunda que la primera. Tal es el caso de Antenor, un anciano troyano que, siendo consejero del rey Príamo, en la guerra de Troya quiso mediar para dar solución pacífica al conflicto; sin embargo, su antigua amistad con los griegos facilitó que relatos posteriores lo convirtieran en traidor a su ciudad por complicidad con aquéllos. Tan es así que Dante se sirvió de su nombre en la Divina Comedia para designar el segundo sector del noveno y último círculo del Infierno: Antenora, un lago de hielos eternos con cuerpos sumergidos hasta el pecho. Aquí sitúa el poeta los traidores a la patria y al partido, como Bocca degli Abbati que traicionó al suyo, los güelfos, en un combate con los gibelinos y Buoso de Duera que se vendió a los franceses de Carlos de Anjou cuando iban a enfrentarse a los gibelinos. Muy cerca de ellos ya estaba el monstruoso Lucifer masticando eternamente, como si fuera chicle, a los tres máximos traidores de la historia: Judas, Bruto y Casio. ¿Por qué situaría Dante en tal proximidad la traición?


En mi opinión, la traición repugna tanto porque es el núcleo semántico del quebrantamiento de todos los valores y virtudes. Eso es la deslealtad y la infidelidad; y la cobardía y la mentira; y el egoísmo y la deshonestidad... La diana del Infierno en que Dante clavó la traición es sin duda el huevo podrido de toda maldad.


Soy consciente de que hablar de estas cosas a mucha gente le parece absurdo o pasado de moda. Hay que ser pragmáticos y dejarse de tonterías, dicen. Flotamos en las sociedades líquidas de que habló Bauman, como turistas embrutecidos en las playas estivales, y los líquidos carecen de forma definida, esto es, adoptan la del recipiente que toque. Por eso no hay mentiras, sino cambios de opinión; ni deslealtades, sino lealtades a otros principios. Y, consecuentemente, no hay traidores sino vidas que han trasladado el norte a otros horizontes. En “Ceguera moral”, el ya citado Zygmunt Bauman, habla de la indiferencia y acorchamiento morales que se están conformando en nuestras sociedades. Cierto sí, y a mí me llama la atención oír hablar de los “valores de su club” a jugadores y directivos de equipos de fútbol, mientras los políticos sólo hablan de “intereses de su partido o programa”. Por eso, yo creo que más que indiferencia lo que hay es un desfondamiento moral terrible. Se está consiguiendo hacer de la moral algo tan provisional, insustancial y cambiante como la moda. En política, ni siquiera se habla de ella.


Pero, se ponga como se ponga la estupidez dominante, la verdad no esa meretriz de la opinión en que quieren convertirla, sino la verdad de verdad es que hay grandes mentirosos y malolientes desleales; y, por supuesto, miserables traidores. Y los seguirá por desgracia habiendo. Por mucho que se empeñen los terroristas del lenguaje en destrozar definiciones y conceptos. Y es que, recordando a Max Scheler, con los valores pasa lo que con los contenidos de la ciencia: son objetivos; uno puede educar una sociedad escondiendo las leyes de la física, pero la ignorancia de éstas no impedirá que los cuerpos continúen cayendo bajo la ley de Newton.


Dante seguirá testimoniando en los hielos de Antenora la mezquina “gloria” de los traidores.





11 noviembre 2023

lunes, 21 de agosto de 2023

Metáforas en el cielo





Imagen capturada del cúmulo de estrellas Herbig-Haro 46/47 (nebulosa de Pelícano, en la constelación El Cisne) por el telescopio espacial James Webb de la NASA y publicada el 26 de julio.


Creo haber recogido alguna vez este interrogante con que abre Heidegger el Capítulo I de su "Introducción a la Metafísica": ¿Por qué es en general el ser y no más bien la nada? Durante siglos fue la pregunta fundamental de la filosofía. Últimamente no; últimamente la filosofía parece haberse desmoralizado ante la ausencia de respuestas incontestables y acomplejado frente a la estelar eficacia de las de la ciencia empírica. Lo que no deja de ser una cobardía y una renuncia imperdonables porque, en realidad, lo característico de tan antiguo saber siempre fueron las preguntas sin respuesta. Decía Ortega, nuestro Ortega, que a nadie quita la sed saber que no podrá beber. Tal era la naturaleza de la filosofía: una pregunta que sabía que nunca llegaría a responderse.


La foto que encabeza esta entrada parece una metáfora cósmica de lo que escribo. Los cielos siempre han estado llenos de metáforas de nuestra palabra, de nuestras razones. La antigüedad los pobló de héroes y seres portentosos; nuestro tiempo, de fuerzas y ecuaciones matemáticas. Ese signo azaroso que no ha escrito nadie parece lamentar, en su lejana soledad cósmica, el abandono de este saber que tan poco sabe y tanto inquiere. El cosmos es pregunta. Todo en él es un grandioso deseo de saberse, un proyecto de conocimiento ilimitado; y nosotros, nosotros somos el órgano de su necesidad insaciable y la fuente de su imposible saciedad. El principio antrópico de cosmología en su versión final afirma que los parámetros del universo tienen que ser tales que permitan en algún momento la existencia de un modo de procesamiento inteligente. Dicho de otra forma, la inteligencia está “prevista” en la evolución de este universo, todo el cosmos apunta a un ente cuya tarea es descubrirlo, conocerlo, procesarlo. Al cabo, no es más que la totalidad del ser indagándose a sí mismo por medio de sí mismo. Pero la filosofía hoy, como el sabio “pobre y mísero” de la décima calderoniana, arroja las hierbas que no le agradan. ¿Camina alguien tras de aquélla que las vaya recogiendo? No lo sé, pero entristece esa imagen solitaria, probable capricho en perspectiva de una colisión de galaxias, convertida ante el ojo del Webb en la metáfora iluminada de una inquietud sin respuesta, de una pregunta sin esperanza.



21 agosto 2023

 

martes, 25 de julio de 2023

Las hojas verdes

 



Todavía es tiempo de arrogantes hojas, de su amable sombra sobre las calles que aún les consiente el hombre. Se pasan el día engalanando el lugar que las acoge: ese tronco recio, arrugado, envejecido de algunos jardines que ha aguantado las heladas y soledades del invierno.


Vienen de lejos, de muy lejos, del hondo corazón de la tierra al que viajaron cuando octubre les hizo las maletas de otoño.


Volvieron luego, de verde-claro, en primavera. Y aprendieron a escribir de nuevo los párrafos que el sol iba dictando. Ahora, en esta primera madurez de empezar a no ser jóvenes, aún alegran la austera residencia de sus ramas. Y alivian la asfixia de las calles en los mediodías de estío. Bajo ellas se detienen los paseantes; hablan entre sí, presentan a un familiar o a un amigo que ha venido de otro lugar a visitarlos. La sombra de esas hojas vuelve a hacer del verano una estación de encuentros en vez de esa locura de distancias y desencuentros en que nosotros solemos convertirlo.


Porque éste debería ser el tiempo de pasear los atardeceres por las miradas alegres y celebrar las memorias vencidas del último invierno. El tiempo de recoger la felicidad, no de dispersar su empeño. El tiempo no de partir, sino de regresar; de volver a casa, que no es la casa de los días, sino la casa de siempre: la casa de la siembra y del arado; de la cosecha, del fruto, del árbol...


La casa de la tierra. La casa compartida con las hojas de los árboles. La explosión agradecida y rabiosamente verde de la vida…

...a time just for living,

a place for to die



The green leaves of summer. The brothers four


25 julio 2023

martes, 18 de julio de 2023

La cigarra y la hormiga

 

Ha tenido la culpa una chicharra enloquecida que se ha pasado la tarde cantando la ardiente pasión de la Niña Chole... del verano, quiero decir.





Las recojo del suelo, donde nadie las quiere,

donde quedan absurdas, desprendidas

del disfraz de las horas;

hebras de una sonrisa o de un enfado,

de un momento común… Cualquier anécdota.


Las recojo y las guardo en refugios del alma.


Almaceno su historia sin hazaña ni empresa,

su renglón de humildad desconcertante.

Almaceno el residuo de esas horas

para pasar el tiempo que me queda

–el invierno que aguarda después de este verano–

y tener otra vez su risa, su mirada,

su forma de decirme “buenos días”,

de sentarse y hablar,

de escoger un silencio y hacer que no lo sea,

de volver prodigioso

el momento común que el mundo olvida.


Las recojo y las guardo con ternura indecible

en este subterráneo rincón de la memoria.


Otros hay que se quedan con el tiempo

–su telar luminoso, su estricta indumentaria–.

Y lo cantan y viven y acarician,

y desprecian los restos de su tacto.


De ellos son la palabra y el paisaje infinitos.


De mi reino aquí abajo,

el modesto jardín,

el pétalo caído,

el silencio…




21 de julio de 2008

lunes, 10 de julio de 2023

Breve consideración para los días náufragos

 

Aseguraba Nietzsche, defendiendo el estilo aforístico que tan espléndidamente dominaba, que su ambición era “decir en diez frases lo que todos los demás dicen en diez libros”. La concisión exige limpieza del juicio y sometimiento de la palabra a cambio de brindar precisión en la sabiduría. Por lo general no se cultiva en exceso. Gusta más bien lo contrario. Muchos políticos son un acostumbrado ejemplo; pero también, un común cotidiano de farsantes o fidelidades confusas. Hablan mucho y dicen muy poco; siembran lealtades, pero abonan traiciones. Manieristas del verbo, embaucadores, expertos en la caricia de las rapaces... Mala gente que proclama lo que no hace y pone en almoneda, como muebles viejos, los más gallardos valores.


Curiosamente, a veces, la pretensión nietzscheana la descubrimos cumplida a pie de pueblo, quiero decir, de la mano del pensamiento anónimo en refranes y adagios, abarcando mucho con muy pocas palabras y desvelando verdades incontestables en elegantes conclusiones. Me ha venido a la memoria este proverbio árabe, muy conocido y de precisa sabiduría:


La primera vez que me engañes será culpa tuya. La segunda será culpa mía.


Es una interesante advertencia para los días náufragos que vivimos.



10 julio 2023

jueves, 15 de junio de 2023

Zeuxis, Parrasio y las urnas


 

Es una historia bastante conocida. La refiere Plinio el Viejo en el libro XXXV de su Historia Natural, la recoge también en su Estética Hegel. Nos habla de una especie de competición entre dos afamados pintores de la antigüedad: Zeuxis y Parrasio (o Praxeas). Ambos vivieron en la Grecia espléndida de los siglos V y IV, ambos gozaban de una mano maravillosa que jugaba con la luz y los volúmenes hasta lograr efectos de un realismo extraordinario; un realismo que, como todo realismo, siempre es una falsificación, pues su objetivo es presentarnos como real lo que no lo es. Se cuenta que, en aquel enfrentamiento de sus virtudes, Zeuxis pintó unas uvas de tan exquisita perfección que unos pájaros se acercaron a picotearlas. Nada pudo satisfacer más a Zeuxis que, convencido de su victoria, se aproximó a la tablilla de Parrasio para levantar la tela que la cubría. No pudo hacerlo: la tela que supuso ocultaba la pintura era la pintura de su rival. Zeuxis había engañado a los pájaros, pero Parrasio había burlado a Zeuxis.


No es ocioso recordar esta historia precisamente ahora que tenemos que cumplir (¡otra vez!) con los “religiosos oficios” de las urnas; precisamente ahora que vamos a acercarnos nuevamente a picotear el riquísimo muestrario de uvas que pinceles de palabras dibujarán sobre nuestras preocupaciones; precisamente ahora que los Zeuxis de proyectos, esperanzas y promesas dejarán su obra espléndida de reales irrealidades ante nuestros ojos de gorriones ingenuos. Más adelante empezará la segunda parte del cuento, la de Parrasio y el velo que nada desvela, la del perfecto realismo de la realidad falsificada. Pero ya no seremos pájaros ingenuos, sino algo peor: seremos, una vez más, hombres burlados.


La historia de Zeuxis y Parrasio encierra en el alma de las urnas una desoladora moraleja.



12 junio 2023

domingo, 14 de mayo de 2023

Vacíos imposibles de llenar

 

Podría desempolvar algunos agujeros negros, esas orfandades de luz que nos dejan en la vida tristezas de difícil desmemoria. O quizá fuera más claro imaginar a un hacendoso artesano en la labor de completar un mosaico sin disponer del número adecuado de teselas. Pero prefiero el insomnio del poeta, su tardo deambular por una alcoba, el combate del verbo y el deseo, la soledad cronometrada de los versos, el casi no ser de los demás… Prefiero al poeta por la evidencia de su tarea.


Imaginad que debéis escribir un soneto. Ahí tenéis las reglas –la moral de la estrofa–, el papel, la pluma y las palabras, todas las palabras. Con esta salvedad, en lo demás sois libres, enteramente libres. Podéis hablar de lo divino y no divino, de lo humano y no humano, de lo vulgar y lo hermoso. Podéis variar acentos, acelerar o detener el ritmo, encabalgar, jugar con los epítetos, coquetear con las metáforas… Pero, a veces, llega el punto del silencio: la palabra debida no aparece. Puede que ni siquiera exista. Y sólo se siente su vacío inmenso, su oquedad desmedida; como los agujeros negros; como el inadecuado número de teselas del hacendoso artesano... Ése es el insomnio del poeta.


Reconoced que debéis vivir la vida. Ahí tenéis la geografía que os acoge, la historia que os precede, los hechos de los otros... Nada de ello podéis modificar; pero el resto es cosa vuestra, asunto de vuestra entera libertad. Aunque a veces se eligen trayectorias que sólo llegan a abismos, lugares que son inhabitables para el alma, nortes que son sur –como palomas de Alberti–, valles que no lo son o que son cumbres inalcanzables… Como los agujeros negros. Como el inadecuado número de teselas del hacendoso artesano. Como el insomnio del poeta….


Hoy, mientras volvía a casa, escuchaba en el coche un tango de finales paralelos:


Hay caminos del destino intransitables.

Hay recuerdos de amor inolvidables.

¡Y hay vacíos imposibles de llenar!



Por pura casualidad, porque se ha cruzado el tango de Gardel mientras cenaba anoche, me he acordado de esta entrada que, cosas del azar, apareció en “Al atardecer” precisamente hoy hace dieciséis años. He querido recordarla. Sólo hay una novedad: la reproducción del tango que se cita al final. 

15 de mayo de 2023

lunes, 8 de mayo de 2023

Cuestión de "heterocronía"

 

Uno puede vivir entre los otros con una normalidad “de libro”: hablar y sonreír; entusiasmarse; entristecerse a veces; vestir como se viste, sin llegar a la extravagancia, y tener “sus rarezas” como todo el mundo. Uno puede parecer estar entre los otros con impecable ortodoxia y, sin embargo, saber de sí que es una bestia extraña, un animal distinto; no por nada genial que lo engrandezca ni por nada estúpido que lo anule, sino por ser ramaje de otro árbol.


La mayoría de la gente nace cuando debe. Hay otros que se encuentran en un lugar o en un tiempo indebidos. Les falla lo que Ortega diría que es la circunstancia, el parámetro histórico o geográfico en que ocurren, en que se encuentran de pronto. No se sienten mejores ni peores, ni injustamente tratados ni indebidamente reconocidos (quienes dicen tales cosas suelen estar donde debieran). Ellos sólo descubren que su brújula indica un norte diferente; que no tienen que ver con lo que ven a diario, que se han pasado de historia o se han quedado cortos. Por eso no hay alarde ni lamentación constantes en su vida, pero sí un silencioso desconcierto. No se dan cuenta de estas cosas al principio, cuando son jóvenes, sino más tarde, cuando tienen ya tejida una gran parte del mantel de su vida, cuando comprueban que el bordado de su existencia se acomoda poco o nada a lo usual del banquete al que asisten. Y, desde luego, no se imaginan por encima de nadie ni de nada porque, si no son excesivamente tontos, saben que la punta del iceberg se avista en todos los mares y las piedras se hunden por igual en cualesquiera aguas.


Por lo general son fieles de una religión, no reconocida en parte alguna de este mundo, fundada por Unamuno hace una centuria y cuyo profeta mayor es don Quijote, que ha sido el más grande de los nacidos en tiempo y lugar inadecuados, aunque empeñado en corregir contra curas y barberos, quiero decir, viento y marea, su injusto desarraigo.


Como vivimos días de preocupación por genéricas identidades, reivindico alguna consideración, que no prebenda, para quienes nacimos tan fuera del ayer o mañana que nos debiera haber correspondido. A mí, por ejemplo, me encantaría que me reconocieran la cronológica identidad del siglo XVII y poder pasear con ropilla, capa y tizona a la cintura (de esto podría prescindir para evitar malentendidos) por la Calle Mayor sin tener que aguantar los insultos y burlas de los inevitables "fascistas heterocronófobos".


Me temo, por desgracia, que esta modesta reivindicación no merecerá atención alguna. Los "heterócronos" estamos acostumbrados a la hostilidad y a la indiferencia… ¡Qué le vamos a hacer!



8 mayo 2023

domingo, 23 de abril de 2023

Los libros y nosotros


 Una pequeña reflexión que duerme en los pozos de este blog desde un día como hoy hace catorce años.






Acerca de nosotros saben más los libros que hemos leído que todas las soledades que nos hemos contado.


Con el tiempo, los libros nos arruinan los ojos… Y se enteran, con el tiempo, de nuestras almas. Son pequeños cofres para guardar la vida y proteger nuestras humanas y modestas verdades, que no tienen que ver, exactamente, con lo que luego hacemos y después nos pasa. La alcancía de la memoria auténtica está llena de dioses que cosechamos en palabras ajenas. La grandeza de un libro está en la mirada suya, que nos conoce, que sabe de nosotros tanto que sólo nos lo puede contar a nosotros. Abrir un libro nuevo es voluntad de alzarse; abrir un libro añejo, ya leído, es deseo de saberse. Por eso, con los años, uno tiende a releer con más frecuencia viejos libros; porque entonces, cuando todo está ya casi hecho, sólo queremos saber si estuvo bien el tiempo, si mereció la pena el tiempo. Si era verdad la vida...


Si la verdad… fue un libro.




23 abril 2009

martes, 18 de abril de 2023

Cambios, cambios...

 


Ayer hizo en Madrid un día radiante: azul cobalto en el cielo y sol de luz insolente en los jardines. Ayer, domingo de este abril contestatario que anda incumpliendo la disciplina de los refranes. Y no hay derecho, no señor.


Son malos tiempos para mi vieja lengua y su ancestral sabiduría. Por si fuera poco el maltrato al que someten indoctos ministerios a la primera, ahora vienen climas resentidos a patear los decires de la segunda. Nada de abril aguas mil, nada de niños y niñas... Abril me niega la lluvia que tanto amo y unas cuantas criaturas de precaria competencia me llenan voz y bolígrafo de signos extraños y analfabeta semántica. No sé, aunque sí supongo, si la sequía tendrá o no que ver con el cambio climático, pero estoy seguro, completamente seguro, de que los eriales del pensamiento, de la libertad y de la crítica se están cociendo en las estupideces del cambio lingüístico. Es mentira (tanto como su autoría proclamada) la afirmación esa que asegura que lo que no se nombra no existe. Lo que no existe, es más, lo que no tiene ninguna posibilidad de existir es lo que no se piensa. Lo sabíamos desde Parménides, unos cuantos por lo menos. La palabra es el aterrizaje del pensamiento, y no al revés. Cuando se pretende que éste sea edificación de aquélla, sólo se está vendiendo el humo de los sofistas y de los embaucadores. Es, desde luego, un quehacer ideal para las tarimas escandalosas de los mítines, pero no para las silenciosas mesas de las bibliotecas. Desde las primeras se arrojan las palabras sobre las ideas para encadenarlas; desde las segundas se cultiva la madurez de aquéllas para el pensamiento.


Pero es inútil hablar de esto ante tanta sequía. Hay que frenar el odioso cambio climático para que vuelva a llover la naturaleza; para que abril fecunde la promesa de mayo... Para que la vida se quiera vida. Y sean rosas la rosas… Y lirios sean los lirios.





17 abril 2023


miércoles, 5 de abril de 2023

Gramática de tu ausencia





A Charo convaleciente


La casa no tiene nombres
que se merezcan acentos;
ni adjetivos los jardines
en flor de un raro silencio.

Al día le faltan rosas;
a su circunstancia, adverbios;
a los crepúsculos, tildes...

¡Al amanecer, tu verbo!

Y a las calles empedradas
de este maldito tormento
que es pasearlas sin ti,
les sobra estar en el tiempo.




4 abril de 2023

martes, 28 de marzo de 2023

Vivir en marzo

 

Se trata de un recuerdo grato. Todos tenemos rendijas en el tiempo donde guardamos nuestras modestas felicidades. Quizá cuando fueron no las apreciamos lo suficiente; esto ya lo sabía Jorge Manrique. Los momentos amables son como las estrellas: su belleza está en su distancia; de cerca son a veces hostiles. 

La amabilidad de esta entrada, que he querido recuperar antes de que acabe marzo,  está en su vital optimismo (estado emocional al que no soy muy dado) y en el generoso acompañamiento de unos espléndidos  comentaristas, para mí de entrañable memoria. Para compartirla conmigo basta clicar en la imagen.




jueves, 16 de marzo de 2023

Soleares en blanco y negro

 





Hay asuntos que suceden

al fondo de los cajones

envejecidos de ayeres;


donde es verdad la mentira

que no quisimos saber

y nos destrozó la vida,


y mentira la verdad

que no supimos querer

para que fuese real.


No hay nada que duela tanto

como mirarle la espalda

al ayer que traicionamos;


y encontrarnos cara a cara

con un no sé qué maldito

que es el cáncer de las almas.


Sombras sin dios ni razón

que devoran la memoria

y arruinan el corazón.


Testigos en blanco y negro

de siempres que no se cumplen,

de nuncas que acaban siendo.


No hay nada que duela tanto

como esas fotografías

que no quieren perdonarnos.





15 marzo 2023