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Mostrando entradas de julio, 2022

El niño y el Minotauro

Son unos cantos de soleá  un tanto atípicos. Se asemejan por la forma pero poco tienen que ver con lo que decir suelen aquéllos. Los he recuperado porque "me" echaba de menos. Y en este sentido sí; sí que merecen llamarse soleares.  Porque lo son: del niño y del monstruo. A veces cierro los ojos para que no me distraigan de la verdad unos y otros. Y me pasa de puntillas un niño que está jugando con Dios a las cuatro esquinas; un niño que es el que nunca anduvo en los calendarios o se perdió en sus preguntas. A veces me ocurre un niño… Otras, una criatura licenciada en laberintos. En los pasillos del alma, se cruzan en ocasiones sus dos soledades blancas; sus dos miradas sin norte, sin luz, sin tierra, sin mundo, sin renglón en los relojes…  Frente a frente en los pasillos del alma, a veces se cruzan un sueño y un sinsentido. Entonces, el niño aprende melancolías de un monstruo en el aula de la muerte. Y el niño se pone serio; y ya no quiere jugar a las esquinas del

Animales temporales y pedagogía oscura

A Gonzalo, a Irene, a Héctor; algún día lo entenderéis   Somos --perdón, éramos-- animales temporales, los únicos animales temporales de la evolución biológica. Todos los seres vivos sostienen su naturaleza en una balsa de supervivencia acrónica. Por eso carecen de historia. Nosotros, sin embargo, somos los habitantes de la temporalidad. De tiempo se hacen nuestro renglones; de tiempo, nuestros párrafos; de tiempo nuestras amarguras y nuestras alegrías, de tiempo nuestros entusiasmos y nuestros desengaños. Somos narración, discurso, flujo forjado de consciencia y racionalidad; un lujo que la transformación infatigable del cosmos concedió a nuestra naturaleza para que él mismo pudiera entenderse y no sucumbiera a la ansiedad de su ciega inquietud. Somos –perdón, éramos-- los terapeutas del caos, los encargados de orgnizar los días y las noches, los inviernos y los veranos, los ayeres y los futuros. Porque el tiempo es cronología, porque la cronología es orden, porque el orden es –perdón

Palabras para nada y nadie

  ¿Es verdad la verdad, plausible la virtud, respetado el valor?… O algo más doloroso aún, para mí claro está: ¿importan a alguien preguntas como éstas?… ¿Existen influencers, youtubers, tiktokers o streamers que se hayan inquietado alguna vez por tan aburridas rayadas? He hecho tres peguntas y no sé ciertamente qué puedo yo aportar a su repuesta. La primera es mi dolor, porque la verdad, la virtud y los valores en que he soñado vivir se han ridiculizado y escupido al cabo de mi vida. La segunda es mi tristeza porque estoy convencido de que a nadie, o a casi todos de nadie, importa ya qué sean o no sean tan aburridas inquietudes. Y la tercera… La tercera es mi desolación porque ya no pregunto por preguntas, pregunto por “rayadas”; es decir, por prescindibles dolores de cabeza que resuelven sin mayor penuria cuatrocientos miligramos de ibuprofeno. Tal vez la verdad sea la fantasía que ennoblece un despropósito. Quizá la virtud no pase de ser la elegante hermenéutica de un desencanto

El fracasado orden de la memoria

Intento volver al orden de la memoria y sólo encuentro el desorden de mi tristeza. Ni aquél de aquélla ni éste de ésta tienen la menor importancia. Ya lo sé. Sólo son los renglones de dos o tres sueños y la firma implacable de su desencanto. O su desesperación. ¿No merece la pena haber soñado…? Lo que no la merece es el día que al cabo ha amanecido. No me importa morir antes de tiempo si el tiempo de vivir que me queda es el de toda la basura hoy prometida. No me importa el silencio interminable si las palabras que me consienten son necia enfermedad, antojo del poder, capricho de cualquier imbécil. No me importan el olvido, la oscuridad, la nada si la memoria, si la luz, la vida no son más que la vidriosa doctrina del infame. Sólo temo que alcance esta agonía a quienes quiero, al pequeño plural que aún me sostiene. Sólo ellos preocupan mi tristeza. 8 julio 2022