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Mostrando entradas de marzo, 2022

Ser Cyrano

A Félix y a cuantos como él saben lo que es amar el teatro por su grandeza, sin vicarias exigencias Siempre he sentido por Cyrano la especial debilidad de un histrión fracasado. Digo esto porque entre los sueños rotos de la vida se me quedó el deseo incumplido y la voluntad naufragada de interpretarlo algún día. Tenía muy poquitos años, unos seis si no me falla la memoria, cuando vi por primera vez la película de Michael Gordon (1950) con José Ferrer en magistral encarnación del personaje. Y lo convertí en uno de mis héroes de referencia (he de aclarar que entonces no teníamos superhéroes; los nuestros no eran “super”, eran sólo héroes y al final se morían sin haber conseguido grandes cosas; sin embargo, podíamos soñar ser como ellos). Luego he visto más versiones, en cine y en teatro, pero siempre con el texto de Edmond Rostand, vertido a nuestra lengua, magistralmente en mi opinión, por Luis Vía, José O. Martí y Emilio Tintorer.  Circula en nuestros días una última versión (Cyrano, J

El caballero de Platón

  A mis años la servidumbre de la perfección anota en su haber muchas más derrotas que victorias. Incluso a veces, todas las batallas quedan definidas por las primeras y ninguna por las segundas. Pero lo peor no es eso, lo peor es que, en estos tiempos, los locos que aún quedamos empecinados en tan alto empeño somos objeto de vituperio y ridiculización social, cuando no de seria advertencia de persecución y destierro del reino de la corrección. Recuerdo hace muchos años una contundente sentencia de don Luis Solana -presidente a la sazón de lo que por entonces fuera Telefónica- que, confieso, me conmovió por su convicción envanecida: “La perfección no existe, y además es fascista”. ¡Toma ya!, me dije, ¡lo perfecto que hay que ser para saber que la perfección no existe y encima calificarla! Yo, que nunca he tenido tan altas dotes, jamás fui capaz de negarle la existencia, pero siempre he querido servir al sueño de su posibilidad. Y en este soneto queda muy claro lo torpe -y pesimista- qu

La pesadilla

Decirte adiós era una cosa seria, tan seria que el mundo de después se quedó indefinido. No había gente –o no sé si la había: cuando un adiós se empeña en tanta nada, no se puede estar pendiente de esas cosas–. La ciudad era sólo el ensayo de un paisaje, un racimo de ruidos, un no sé qué sin qué, que hacía de escenario, de horizonte, de fondo prescindible, de tramoya. Tampoco estoy seguro de si era media tarde o ya había anochecido; o si aún era temprano, demasiado temprano… O pasaba un tranvía. O no había tranvías ni los hubo jamás… Aunque los hubo hacía mucho tiempo. Cruzaban la calzada donde apenas estabas, donde ya casi no estabas, ¡tan a punto de irte! Fantasmales tranvías con alma de desguace por una calle última, tan triste, tan de ayer, tan demolida… tan cementerio de raíles enterrados. Un tranvía de entonces, de allá cuando era niño… Pero esto, ya qué importa. Tal vez pensé contarte cosas de éstas, hacerme vulnerable para rendir lo imposible. Lo cierto es que no fui capaz de c

Siguen las ofertas

 Es un paisaje irreal. Una perspectiva increíble. En realidad, la combinación imposible de la galaxia Andrómeda anocheciendo en la costa de Porto do Son. Utilicé este juego de mundos hace tiempo para acompañar un poema. Quien quiera leerlo no tiene más que clicar sobre la imagen.