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Mostrando entradas de julio, 2023

Las hojas verdes

  Todav ía e s tiempo de arrogantes hojas, de su amable sombra sobre las calles que aún les consiente el hombre. Se pasan el día engalanando el lugar que las acoge: ese tronco ─ recio, arrugado, envejecido ─ de algunos jardines que ha aguantado las heladas y soledades del invierno. Vienen de lejos, de muy lejos, del hondo corazón de la tierra al que viajaron cuando octubre les hizo las maletas de otoño. Volvieron luego, de verde-claro, en primavera. Y aprendieron a escribir de nuevo los párrafos que el sol iba dictando. Ahora, en esta primera madurez de empezar a no ser jóvenes, a ún alegran la austera residencia de sus ramas. Y alivian la asfixia de las calles en los mediodías de estío. Bajo ellas se detienen los paseantes; hablan entre s í, presentan a un familiar o a un amigo que ha venido de otro lugar a visitarlos. La sombra de esas hojas vuelve a hacer del verano una estación de encuentros en vez de esa locura de distancias y desencuentros en que nosotros solemos convertirlo.

La cigarra y la hormiga

  Ha tenido la culpa una chicharra enloquecida que se ha pasado la tarde cantando la ardiente pasión de la Niña Chole... Del verano, quiero decir. Las recojo del suelo, donde nadie las quiere, donde quedan absurdas, desprendidas del disfraz de las horas; hebras de una sonrisa o de un enfado, de un momento común… Cualquier anécdota. Las recojo y las guardo en refugios del alma. Almaceno su historia sin hazaña ni empresa, su renglón de humildad desconcertante. Almaceno el residuo de esas horas para pasar el tiempo que me queda –el invierno que aguarda después de este verano– y tener otra vez su risa, su mirada, su forma de decirme “buenos días”, de sentarse y hablar, de escoger un silencio y hacer que no lo sea, de volver prodigioso el momento común que el mundo olvida. Las recojo y las guardo con ternura indecible en este subterráneo rincón de la memoria. Otros hay que se quedan con el tiempo –su telar luminoso, su estricta indumentaria–. Y lo cantan y viven y acarician, y des

Breve consideración para los días náufragos

  Aseguraba Nietzsche, defendiendo el estilo aforístico que tan espléndidamente dominaba, que su ambición era “decir en diez frases lo que todos los demás dicen en diez libros”. La concisión exige limpieza del juicio y sometimiento de la palabra a cambio de brindar precisión en la sabiduría. Por lo general no se cultiva en exceso. Gusta más bien lo contrario. Muchos políticos son un acostumbrado ejemplo; pero también, un común cotidiano de farsantes o fidelidades confusas. Hablan mucho y dicen muy poco; siembran lealtades, pero abonan traiciones. Manieristas del verbo, embaucadores, expertos en la caricia de las rapaces... Mala gente que proclama lo que no hace y pone en almoneda, como muebles viejos, los m ás gallardos valores. Curiosamente, a veces, la pretensión nietzscheana la descubrimos cumplida a pie de pueblo, quiero decir, de la mano del pensamiento anónimo en refranes y adagios, abarcando mucho con muy pocas palabras y desvelando verdades incontestables en elegantes conclusi