Han pasado catorce años... O veinte... O cincuenta... O una eternidad... ¡Qué más da! La ropa limpia sigue aún tendida, inmóvil parmenídeamente, como un dios de mármol, como una fotografia a la que nunca llega el viento salvador de tanto olvido. Me queda este consuelo, este paisaje de señales colgando en la ventana: ropa limpia de verbos y tristeza tendida al sol confuso de diciembre. Sólo eso: palabras de impotencia tantas veces lavadas en mis lágrimas. Que el viento las arranque y las eleve, y arrastre su rumor a alguna parte, a algún rincón donde el silencio pueda recuperar del aire tanto olvido. 19 diciembre 2008