La relación de la luz con las cosas es una relación amorosa: la luz se acerca a ellas, las acaricia, las corteja, las seduce, las invade... Claro está que las cosas se resisten; y esa resistencia, ese frívolo desdén de las cosas hacia la iluminación plena, es lo que nos llega a nosotros como su color, como el color de las cosas. Así que los colores que vemos no son nada más que lo que las cosas menosprecian de la luz que las galantea. Qué sorprendente, verdad, porque eso que no quieren, eso que rechazan es precisamente de lo que se visten ellas para enamorar nuestros ojos. Las amapolas son rojas porque se quedan con todo el arco iris de la luz, menos con el rojo que precisamente las define. Tal vez todo esto habría quedado más claro si me hubiera limitado a decir lo que todos sabemos: que las propiedades de las sustancias absorben ciertas longitudes de onda del espectro electromagnético y nos devuelven otras que el sistema nervioso acaba interpretando como “colores”. Pero s...