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Hay un mono de muy mala baba en el zoo de Furuvik, que está en Suecia al norte de Estocolmo. De entrada, ya hay que tener ganas para llevarse un mono hasta allí, con lo largas que son ciertas noches y lo fríos que son los inviernos. Pero esto no debe de ser problema para los suecos. Para el mono, probablemente sí; lo que podría explicar su mala baba. El caso es que el mono en cuestión, un chimpancé mal encarado, recoge piedras, las pule con esmero y, cuando llegan las visitas, hace lo que cualquier ser humano más o menos cabreado haría: se las tira.
La psicología animal es de lo más aleccionador. Que un mono haga tales cosas sitúa las primeras ideas del sistema nervioso en el nivel de la precaución y de las malas intenciones. Nada de hacer amigos –¡ingenuo Rousseau!–, sólo alejar molestias –aquí, Hobbes se arrellana satisfecho en los libros de filosofía–. Porque la secuencia es clarísima: primero la mala uva y el egoísmo, luego la respuesta. Cuando ésta se vuelve más elaborada, se hace sofisticadamente previsora: hay que preparar la agresión y luego ejecutarla. He aquí un nuevo logos, un inesperado pensamiento príncipe: apedrear la contrariedad. ¡Para que luego venga un tal Azuaga beatificando lindezas del pensar!
La verdad es que, leída al pie de la letra, la fundamentación axiológica de la evolución y el pensamiento tiene muy mala cara. A uno le cuesta Dios y ayuda encontrar un lugar racional al bien, a la virtud, a la justicia, a la solidaridad, al amor fraterno, a todos los amores escritos con mayúsculas… Las empatías, al estilo de Hume, saben a poco; realmente, a nada. Un nombre para designar lo que no se sabe ni se cree; puro nominalismo, semejante a ese otro demoledor de la vieja metafísica. Ni que decir tiene lo “reforzados” que salen los valores cuando se presentan consecuentes a convencionalismos interestatales. Una risa lamentable, a juzgar por lo “en serio” que se lo toman quienes firman tales armonías de la civilidad.
Así que el mono de mala baba y sus retorcidas ideas sólo me permiten concluir dos cosas:
1. Que la evolutiva aparición de los valores de la humanidad son un bien objetivo, consecuencia de algo grandioso e inexplicable.
2. Que si no es así, que si tales valores son mera circunstancia (lo que, a pesar de otras mentiras, no es más que simple provisionalidad) de un baremo histórico inexplicado, es preferible ser acelga, tan estúpida e insípida, pero tan inocente al cabo.
Entre las acelgas y los místicos, yo, desde luego, me quedo con los místicos. Algunos, incluso, escribieron divinamente.
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La psicología animal es de lo más aleccionador. Que un mono haga tales cosas sitúa las primeras ideas del sistema nervioso en el nivel de la precaución y de las malas intenciones. Nada de hacer amigos –¡ingenuo Rousseau!–, sólo alejar molestias –aquí, Hobbes se arrellana satisfecho en los libros de filosofía–. Porque la secuencia es clarísima: primero la mala uva y el egoísmo, luego la respuesta. Cuando ésta se vuelve más elaborada, se hace sofisticadamente previsora: hay que preparar la agresión y luego ejecutarla. He aquí un nuevo logos, un inesperado pensamiento príncipe: apedrear la contrariedad. ¡Para que luego venga un tal Azuaga beatificando lindezas del pensar!
La verdad es que, leída al pie de la letra, la fundamentación axiológica de la evolución y el pensamiento tiene muy mala cara. A uno le cuesta Dios y ayuda encontrar un lugar racional al bien, a la virtud, a la justicia, a la solidaridad, al amor fraterno, a todos los amores escritos con mayúsculas… Las empatías, al estilo de Hume, saben a poco; realmente, a nada. Un nombre para designar lo que no se sabe ni se cree; puro nominalismo, semejante a ese otro demoledor de la vieja metafísica. Ni que decir tiene lo “reforzados” que salen los valores cuando se presentan consecuentes a convencionalismos interestatales. Una risa lamentable, a juzgar por lo “en serio” que se lo toman quienes firman tales armonías de la civilidad.
Así que el mono de mala baba y sus retorcidas ideas sólo me permiten concluir dos cosas:
1. Que la evolutiva aparición de los valores de la humanidad son un bien objetivo, consecuencia de algo grandioso e inexplicable.
2. Que si no es así, que si tales valores son mera circunstancia (lo que, a pesar de otras mentiras, no es más que simple provisionalidad) de un baremo histórico inexplicado, es preferible ser acelga, tan estúpida e insípida, pero tan inocente al cabo.
Entre las acelgas y los místicos, yo, desde luego, me quedo con los místicos. Algunos, incluso, escribieron divinamente.
Leo el título y pienso… al profesor Azuaga le ha sentado mal la comida o le han dado algún disgusto. Luego sigo leyendo y ya veo que no. Menos mal. Tela la venganza del mono…
ResponderEliminarCuando el instinto deja de serlo y es un ardid del ser racional… se le añade el colmillo retorcido. Los humanos, cuando somos “malos”… ríete del mono… ¡pura anécdota!.
Pero pienso que no es difícil concluir que el Bien, la Justicia, la Bondad, no son sólo envolturas, nombres. Creo que basta con convivir o haber conocido a un hombre bueno y justo para concluir que este valor o idea existe, que es envoltura con relleno.
Pensaba en Madre Teresa. Y que nadie da lo que no tiene. Y que de la nada, nada sale. Y que por sus obras los conoceréis. No se sostiene toda una vida dedicada a hacer el bien sin que ese bien sea participación de la Bondad por excelencia.
Así que la conclusión de la acelga, tan chocante al principio, me parece de lo más acertada. Mejor vegetar que vivir inmerso en un sinsentido, sin nada bueno que ofrecer.
Gracias por el post con este título tan …original.
Saludos desde Tarraco, profesor
Yo también me quedo con los místicos. Nunca me han gustado las acelgas, aunque tú lo argumentas de tal forma que dan ganas de pensárselo. Un abrazo.
ResponderEliminarAy, Dios mío, que a veces una se ve retratada en el mono ese que apedrea la contrariedad, qué horror.
ResponderEliminarUn abrazo y un beso, Antonio
Aurora
Bueno, Sunsi, no voy a insistir en “quien ya sabes”, pero haces afirmaciones como “…haber conocido a un hombre bueno y justo para concluir que este valor o idea existe...”, o “…ese bien sea participación de la Bondad por excelencia”, que... Lo has hecho aposta –no me engañes– para permitirme decir algo así como: “lo ves, nadie que defienda algo como valioso o bello puede negarse a pagar su deuda con Platón” (no quería “insistir” y, al final, “he pecado de insistencia”).
ResponderEliminarLa verdad es que aquí pensaba en Max Scheler, cuya ética de los valores, ya lo sé, es “más de lo mismo”. Pero se habla tan poco de él últimamente, que, como a ese dichoso mono, me apeteció arrojar la piedra. Aunque, rodando la piedra en el aire, “voló tan alto tan alto” que acabó en un místico dar “a la caza alcance”.
Explicar la realidad humana como simple continuidad o verbalizada manifestación del mundo animal me parece ridículo; hacerlo como adaptación circunstancial en línea con la evolución biológica, incorrecto y antiestético. Y si me demostraran que es así, pues… lo dicho, me quedo en las acelgas: no me merece la pena el esfuerzo de una naturaleza tan vulgar.
Muchas gracias, y un saludo.
Sé, Octavio, que te quedas con los místicos: un poeta no lo dudaría porque la estética de Santino, así se llama el mono de marras, pulimentando (al parecer ha superado ya aquella torpeza humana de la piedra tallada) adoquines para demostrarnos que el primer quehacer del pensamiento y su proyecto es un ejercicio de mala leche, no deja de ser una ordinariez de la evolución. Y si la verdad es mentira, siendo aquélla más bella que ésta, lo único presentable es preferir la primera en detrimento de la segunda. O quedarse con las acelgas, que yo también aborrezco.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias por tu solidaridad.
No te preocupes, Aurora, una cosa es apedrear la contrariedad y otra distinta planear apedrearla si se produce. Aquello es una respuesta comprensible ante lo imprevisto; esto, sin embargo, la previsión de una respuesta ante lo posible. En lo primero, no son claras ni la intención ni el valor (como “valioso”); en lo segundo son clarísimos ambos. Lo uno es explicable y lo otro perverso. El problema es que “pensar” quede asociado a intencional perversidad; no que uno explote ante los mazazos incontrolables de la vida. Así que no tienes que verte reflejada en el mono ese; menos en un caso: en nuestra especie las “monas” no son monas, sino guapas.
ResponderEliminarEncantado de tu visita. Besos.
No creo que el hombre sea bueno porque sí, pero sí tiene una innegable querencia por el bien, creo que sí, que el bien nos complace auque sea como simple añoranza o como recuerdo. Con toda la oscuridad a cuestas, reconocemos un poco de luz y tendemos a buscarla.
ResponderEliminarLos valores de verdad no creo que sean mera circunstancia, lo que es circunstancial es la manera de buscarlos y expresarlos (la manera de equivocarnos, supongo:-).
Podemos comportarnos como monos y mucho peor, pero no lo somos, en algún momento podemos dejar de serlo.
Digo yo. Igual es que hoy estoy muy contenta.
Elegir entre las acelgas y los místicos está muy feo. Es darles a los místicos una ventaja que no necesitan. Odio las acelgas, estoy a régimen total. Eso nunca lo haría una mona, por guapa que fuese:-)
Un beso, Antonio.
La humanidad siempre ha estado en una situación deplorable. Los seres humanos, deben soportar desdichas,miserias y tienes que cargar con un peso añadido, un número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
ResponderEliminarLeí en una ocasión que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos.
Estos últimos, son los más peligrosos.
las acelgas con patatas, ¡ buenísimas!
Los monos...
un beso de mediodía.
Palabra que no lo he hecho aposta. Empiezo a pensar que me conozco poco ... o que asumí unos criterios y han evolucionado sin darme cuenta.
ResponderEliminarEstoy leyendo a Yepes Stork. Siempre estamos aprendiendo... Nunca terminaremos de aprender.
Un saludo y gracias, profesor.
¿…que “podemos comportarnos como monos”, Olga? Tal vez; aunque lo inquietante en este caso es lo contrario, que el Santino ese parece pensar; lo que hasta la fecha era patrimonio exclusivo nuestro. Con ello se demuestra que los animales superiores ya piensan, y que lo primero que hace el pensamiento es aquello del refrán: “piensa mal y acertarás”. De ahí la preocupación: ¿cuándo, cómo y por qué aparece esa idea tan humana de “bien”?
ResponderEliminarA lo mejor, cuando el hombre empieza a “estar contento” porque se lo ha merecido como tú.
Besos.
Bueno, Veridiana, esa clasificación de los seres humanaos es un poco irregular porque mezcla criterios de aptitudes intelectuales (inteligentes) y actitudes morales (malvados); no sé exactamente en que categoría habría que clasificar a Jack el Destripador, que era tan malvado como inteligente. Espero que nunca sea interpretado como un eslabón posterior y sumamente desarrollado de la inteligencia, ese pensar incipiente de un mono que planea “modestos” delitos.
ResponderEliminarUn beso de media tarde.
El “aposta” era en broma, Sunsi.
ResponderEliminarY sí, es cierto, siempre estamos aprendiendo. He leído poco de Yepes Stork, pero estaba en esa línea. Siempre estamos aprendiendo y, por consecuencia, siempre estamos cambiando. De ahí los esfuerzos titánicos que muchas veces hemos de hacer para mantener un núcleo de coherencia, un mapa de estabilidad para la vida que nos impida perdernos de nosotros mismos. Pero estas ideas no parecen tener muy buena prensa en nuestros días que han interpretado a Heráclito y su “todo fluye” con distraída literalidad.
A Yepes tampoco le gustaba mucho el relativismo.